Siguieron años de ocupación. En los primeros días y meses se produjeron miles de violaciones y crímenes de guerra, algo que el alto mando aliado procuró ocultar censurando todas las investigaciones e informaciones de prensa. Finalmente, los propios japoneses organizaron un sistema de burdeles para atemperar los ánimos enfebrecidos de los 300.000 soldados ocupantes, en un intento por mantener a sus mujeres seguras. Miles de jóvenes, empujadas por el hambre o el intento de ayudar a su familia, se sacrificaron en tal empeño vergonzante.
Estos burdeles se mantuvieron abiertos hasta marzo de 1946. Para entonces, el 30% de los soldados norteamericanos estaban aquejados de enfermedades de transmisión sexual. Es una historia poco conocida, porque siempre los vencedores se apropian de la verdad de lo sucedido. Y solemos tener una memoria muy selectiva.
Pero este relato transcurre por senderos muy diferentes. Los norteamericanos promovieron un cambio de mentalidad social y política en la cultura japonesa, y en este empeño se encontraron con costumbres arraigadas que llamaron a su asombro.
Dentro de esta tarea evangelizadora que pretendía abrir la mentalidad asiática a las maravillas que supone la tecnología y el progreso, el periódico “Barras y estrellas” del ejército norteamericano organizó el 12 de noviembre de 1946 un espectáculo en un teatro de Tokio; un humilde funcionario de finanzas del ministerio de correos, acompañado por su pequeño ábaco de madera, frente a una moderna calculadora eléctrica manipulada por un soldado experto.
Iba a ser una masacre.
El resultado final de tan singular combate dio la vuelta al mundo: el japonés ganó en cuatro de las cinco pruebas. Sólo perdió con las multiplicaciones. Es un enfrentamiento que no ha vuelto a repetirse.
Pero ¿saben? Acerquen en oído. He de confesarles algo: el señor Matsuzaki hizo trampas. Sí, han leído bien. El japonés utilizó un instrumento más poderoso que el ábaco y que cualquier calculadora.
Utilizó su cerebro.
Permítanme explicarme con un ejemplo. Las personas expertas en el uso del ábaco adquieren una enorme destreza en el cálculo mental. Los japoneses llaman a esta facultad “anzan”: cálculo ciego. Como parte de su aprendizaje, a los alumnos que aprenden a utilizar un ábaco se les obliga a “visualizar” el armazón de madera con los finos listones en los que se insertan las cuentas. Es decir: en su mente forman la imagen de un ábaco y se imaginan moviendo frenéticamente las pequeñas cuentas arriba y abajo. Con el hábito, llega un momento en que no necesitan tener el ábaco presente.
Le bastaba 1 segundo y 568 centésimas para ofrecer una respuesta correcta.
Verán: si yo tengo que pasar esa prueba y dispongo de una calculadora, no sería capaz de hacerlo en menos de 3 segundos por cálculo; he de teclear ambas cifras y dar una respuesta. No imagino mi desempeño si tengo que utilizar papel y lápiz: me avergüenza decir que emplearía los 78 segundos en resolver una sola división, y no apostaría porque acertara con la respuesta.
Lo asombroso es que el maestro Kojima no utilizó siquiera un ábaco. Todo lo hizo con cálculo mental.
El 10 de diciembre de 2007 Alexis Lemaire, un joven francés superdotado, fue capaz de resolver la raíz decimotercera de un número de 200 cifras en 70 segundos. No hay calculadora capaz de hacer algo así ¿Cómo lo logra? Lemaire visualiza los números y los convierte en estructuras más asequibles, como palabras o fragmentos de películas. Los hemisferios cerebrales bailan así en un complejo ritmo de imágenes que ordenan la abstracción en estructuras más afines a nuestra mente.
Clases de ábaco… Pido perdón por la tontería. A veces me olvido del mundo en el que vivo.
Mejor que sigan haciendo exámenes y desmemorizando conceptos trillados.
Antonio Carrillo