Debo haber tenido quince años la primera vez que escuché Revolution 9 en una edición usada del Álbum Blanco, de esas con las caras de los Beatles impresas como en una mala fotocopia. El disco estaba rayado, y el sonido se deslizaba con un chirrido que hacía aún más espectral la experiencia. Aquella composición me resultó aterradora, incomprensible, un monstruo que desafiaba toda lógica musical. No había melodía, ni ritmo, ni consuelo: solo un torbellino de sonidos humanos y mecánicos, una revolución sin palabras ni dirección. Años después, entendí que Revolution 9 es menos una canción que una grieta. Lennon, obsesionado con el número nueve —su fecha de nacimiento, su relación con Yoko, las apariciones del número en su vida y obra— terminó convirtiendo ese signo en un símbolo de destino: asesinado el 8 de diciembre, el 9 se vuelve el primer día de su eternidad.Por Artidoro Sotomayor



El valor histórico de Revolution 9 no reside en su belleza —si es que puede hablarse de tal cosa— sino en su libertad. Es el documento de un privilegio: el de un artista que, protegido por la maquinaria económica de los Beatles, pudo gastar tiempo y recursos infinitos en una orgía sonora que pocos disfrutarían. Pero también es el testimonio de un momento irrepetible en el que el arte popular se atrevió a desafiar a su propio público, en el que la música se volvió experimento y la industria no supo censurarla a tiempo. Lennon no inauguró con ella una nueva corriente vanguardista; lo que inauguró fue la posibilidad de fracaso total como gesto creador.

Revolution 9,
esa “revolución después de la revolución”, es la metáfora sonora de un
mundo que se graba a sí mismo hasta el delirio, una sinfonía del colapso
que convierte el azar en estructura y el ruido en memoria. Escucharla
hoy no es un acto de nostalgia, sino de resistencia: la de quienes,
entre la saturación del presente, todavía pueden reconocer en el ruido
una forma de verdad. Tengo un sueño recurrente: Lennon desciende por la calle Cumming en el Cerro Cárcel de Valparaíso, parece huir de alguien y ese alguien soy yo.

