Con su proyecto de ley del aborto Mariano Rajoy podría ser un suicida, acción posible dada su aparente apatía ante retos como el secesionista, pero también podría actuar taimadamente, como Maquiavelo le recomendaba al Príncipe.
Una de las consecuencias iniciales de su proyecto, pese a ser parecido a la ley de 1985 de Felipe González, es una destemplada irritación en la izquierda y las organizaciones feministas.
Protestan como si fuera una ley en vigor, cuando debe pasar por las dos cámaras de las Cortes, donde será corregida, por lo que la ira actual es prematura.
Su gran imposición represiva, según la oposición, es la de que deberán aprobar el acto dos especialistas que reconozcan separadamente el peligro para la vida de la gestante, incluyendo el psicológico.
Al menos en Madrid ya hay gabinetes de médicos y psicólogos organizándose para poder emitir los certificados.
El proyecto deja, pues, sibilinos caminos para mantener la vieja ley socialista, aunque varía la zapaterista de 2010, que permitía abortos de menores sin conocimiento de su familia.
Las cosas van a seguir, casi, como estaban. Lo demuestra el análisis del libro de cabecera de notables políticos del PP, “Los españoles ante el cambio” (FAES), publicado cuando comenzó a gobernar, hace ahora dos años.
Elaborado bajo la dirección de un notable sociólogo, Juan Ignacio Wert, nombrado enseguida ministro de Educación, es el retrato de los actuales españoles, de sus ideas y opiniones, de lo que quieren y esperan.
Esas encuestas señalan que “el 60% de los ciudadanos se opone a la postura de la Iglesia sobre el aborto”, algo que este Gobierno atiende maquiavélicamente quizás porque le tira más el poder que la esperanza de ganar el Cielo, aunque disimule para que la oposición se agote protestando anticipadamente.
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SALAS