- ¿Qué tal se encuentra?
- Mucho mejor, con ganas de volver a mi casa.
Me temo que no está tan bien cómo se cree, la voz aún le suena a "patata caliente" y eso no es normal.
- Le voy a subir a la consulta para explorarle -le explico.
Como el hombre se mueve sin dificultad, no aviso a un celador para que le acompañe. Total, los dos llevamos el mismo camino y puede venirse conmigo.
Sólo con abrirle la boca se ve el abombamiento de su pared faríngea. Compruebo su extensión, baja hasta las inmediaciones de la laringe. Definitivamente, no puedo darle el alta.
- Aún tiene que quedarse hoy aquí, y seguramente un tiempo -le comento.
- ¡Pero yo me encuentro bien! -protesta mi decisión el enfermo.
- Créame, no dejo a nadie en el hospital si no es necesario, las camas están muy solicitadas.
Todavía no he mirado el scanner, prefería conocer antes al paciente. Cuando veo las imágenes la cosa me gusta aún menos. La primera fase de inflamación ha pasado, al progresar se ha acumulado pus en la zona y hay un señor absceso. Conviene drenarlo. A ver cómo se lo cuento.
- Aunque Ud. se encuentre muy bien, lo que tiene en la garganta no lo está tanto. Se ha formado una bolsa de pus y es mejor abrirla para vaciarla. De otro modo se puede complicar y la recuperación sería mucho más lenta. Por su localización, es algo que tiene que hacerse en quirófano.
- ¿Y mañana me marcharía a casa?
¡Qué obsesión! Esa es toda su preocupación, no le asustan la anestesia ni la cirugía, que es lo habitual.
- Lo que es seguro es que, si no se lo hago, mañana no se irá.
- Entonces, opéreme.
Aviso al anestesista. El quirófano de urgencias está ocupado y tienen para un rato. Me llamará al busca cuando terminen. No espero de brazos cruzados, por suerte o por desgracia, en el hospital no suele faltar trabajo.
Pasado un tiempo prudencial, suena el busca. Es el anestesista.
- Estamos acabando - me dice.
Reclamo al enfermo en la urgencia para que lo trasladen al quirófano. En la consulta aún me queda uno por ver y me demoro unos minutos. Cuando llego a la espera de camas, me la encuentro vacía.
- ¿Y mi paciente?
- Aún no lo han traído.
- Voy a por él.
A veces es la única manera. Me encuentro a uno de los celadores de urgencias por el camino.
- Hay que trasladar a mi enfermo al quirófano.
- Yo ahora estoy desayunando. A mí no me toca.
Se lo comento a las auxiliares que se muestran mucho más colaboradoras. No se atisba ni medio celador por los pasillos y salimos a la puerta a buscar uno.
- Ahora estoy solo, cuando venga mi compañero, voy.
Supongo que su compañero está en el servicio de "nutrición". Los minutos pasan y el hombre sigue en su habitación. Lo llevaría yo pero sé que eso me costaría luego soportar un sinfín de recriminaciones.
- ¡Esto no puede ser!- protesto. - Es ridículo parar así la actividad.
Finalmente no es ninguno de los celadores con los que he hablado el que traslada al señor, sino otra, más dispuesta, a la que han enganchado y engañado. En vista de lo visto, salgo ganando con el cambio.
Una vez en quirófano exploro la zona con cuidado. Compruebo que no haya nada con latido debajo de donde pretendo dar el primer corte. No me apetece que un vaso me dé un susto. Al apretar el pus se transparenta bajo la mucosa. Esa es buena señal. Rompo por esa zona y presiono la bolsa del absceso desde los bordes para vaciarla. Aspiro. He hecho bien en abrirlo. El pus es espeso y no lo habría expulsado espontáneamente. Desbrido con una pinza hasta comprobar que no quedan restos. Lavo la zona y la desinfecto. Aviso al anestesista de que he terminado.