El 24 de Agosto de 1976 los militares argentinos irrumpieron en el domicilio del periodista y escritor Juan Gelman, en el punto de mira de la extrema derecha. Pero resultó que Gelman ya se había marchado al exilio.
En su lugar se llevaron a su hijo Marcelo, de veinte años, y a la esposa de éste, María Claudia, de diecinueve, que estaba embarazada de siete meses.
El poeta salvó la vida pero, desde ese día, se condenó a vivirla como una búsqueda incesante de su hijo, su nuera y su nieta desconocida. Los lloró desconsoladamente -“des, con sol, hada, mente”- y consagró su existencia a la lucha obstinada contra la injusticia y el olvido.
Entre tanto, levantó un castillo de palabras en el que su dolor encontró refugio y estiró la lengua para transformar las heridas en versos memorables: “la memoria es una cajita que revuelvo sin solución”, “un hombre entra a su casa y el olor de sus hijos le golpea la cara”.
Era consciente de que la palabra es insurgente sólo cuando toca el corazón: “el frío tiembla en puertas del pasado que vuelven a golpear”.
A su hijo Marcelo lo mataron de un tiro en la nuca a medio metro de distancia y sus restos los metieron en un bidón de cal que los militares rellenaron con cemento y arena para arrojarlo al Río San Fernando.
María Claudia fue trasladada a Montevideo clandestinamente y, al momento del parto, llevada al Hospital Militar de las Fuerzas Armadas, donde dio a luz una niña que alguien dejó en una cesta a la puerta de la casa de un policía retirado.
En mayo de 1995 Gelman escribió una carta a su nieto o nieta, cuyo destino por entonces desconocía. “Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los veinte años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él”.
Tras treinta años de búsqueda minuciosa, cartas a políticos indolentes, manifiestos de apoyo, además de interminables laberintos burocráticos, el poeta pudo, por fin, reconocer en los ojos de su nieta Macarena el color verde gris de la mirada de su hijo.
En marzo de 2012, y ante la presencia de la cúpula del gobierno, representantes de la oposición, autoridades militares, organizaciones sociales, Juan y Macarena Gelman, el presidente José Mujica, en cumplimiento de una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, asumió en nombre del Estado uruguayo la responsabilidad de la desaparición en la dictadura de María Claudia García.
Se cerraba el círculo del dolor.
Sereno, moderadamente feliz, reconciliado con la vida, ha muerto Juan Gelman, periodista, poeta y padre coraje.
Ha dejado escrito su epitafio: “Un pájaro vivía en mí. Una flor viajaba en mi sangre. Mi corazón era un violín. Quise o no quise. Pero a veces me quisieron. También a mí me alegraban la primavera, las manos juntas, lo feliz ¡Digo que el hombre debe serlo! Aquí yace un pájaro. Una flor. Un violín”.
Los “treinta mil muertitos de la patria” lo recibirán donde cantan los pájaros azules que callan con los ojos abiertos, como memorias en la noche.
*Publicado en IDEAL