Enric González y Soledad Gallego-Díaz, dos periodistas caracterizados por su competencia y honestidad, anunciaron su marcha voluntaria de “El País”, a raíz del ERE presentado por el Grupo Prisa que incluye despidos, prejubilaciones y reducción salarial a 150 trabajadores. Gallego-Díaz fue directora adjunta y corresponsal en Bruselas, Londres, París y Argentina. Recibió el Premio Francisco Cerecedo de periodismo y el Salvador Madariaga. Pero no es de ella de quien pretendemos hoy hablar, sino de él, vinculado a este periódico desde la década de los 80, antes de tragar con los brutales recortes de Cebrián. Nacido en Barcelona, en 1959, Enric González era el corresponsal de El País en Israel, y es un maestro de periodistas. Anteriormente, fue corresponsal en Londres, París, Nueva York, Washington y Jerusalén… Cubrió la guerra del Golfo y es habitual colaborador de Jot Down. González firma un artículo durísimo en esta revista en el que explica lo mucho que “El País” ha hecho por él, pero insiste en la “repulsión” que le causa Juan Luis Cebrián. “Lo lamento –dice González– por todos los que se van, que son muy buenos profesionales. Pero, mi caso es distinto. Yo he podido elegir”. Anteriormente, en mayo del 2009, fue censurado por la dirección de “El País” cuando ésta decidió que su columna no viera la luz, tras considerar que la siguiente afirmación era un insulto a los propietarios del mismo: “Uno ve todo lo negro. No quiero ponerme en lo peor, pero cualquier día, en cualquier empresa, va a rebajar el sueldo a los obreros para financiar la ludopatía bursátil de los dueños”. Ni lo que vieron sus ojos en Ruanda o en la Guerra del Golfo, ni la presión de la maquinaria periodística, cambió la manera de vivir y de escribir de este periodista que también fue Premio F. Cerecedo al mejor corresponsal de guerra y Premio Ciudad de Barcelona de Periodismo. Incansable, despierto, lúcido, su nuevo reto era contar las historias de Israel y Palestina. A raíz de su decisión de dejar “El País”, Enric González escribió: “Que yo deje un empleo, carece de interés. Que más de diez docenas de periodistas sean despedidos de un periódico que baña en oro a sus directivos y derrocha el dinero en estupideces es bastante grave. Que en España haya millones de personas sin trabajo y con muchísimas dificultades para llevar una vida digna, mientras algunos se enriquecen a costa de la miseria ajena, es una tragedia”.“Con todos mis respetos”, titula en un artículo durísimo en Jot Down, al despedirse de “El País”, en el que empieza recordando cómo este periódico se encargó de pagar los gastos que supuso el ingreso en la UCI de su mujer y su hija, tras su nacimiento, o cómo se le pagaron cursos en Esade y una beca en Estados Unidos, cuando Juan Luis Cebrián era director del diario. Enric González insiste en la “repulsión” que le causa Cebrián. Era ya conocida su mala relación con la dirección del periódico, después de que le censuraran un artículo en el que advertía contra “la ludopatía bursátil” de ciertos dueños de empresas y muchos vieron un intento de acallarle cuando le dieron la corresponsalía de Jerusalén. Sin “olvidar esas cosas”, González confiesa que “ahora comparto la opinión universal sobre Cebrián. A mí también me causa horror y una cierta repulsión. Pero, prefiero pensar que está enfermo y que la cura a su enfermedad no puede pagarse con dinero –comenta el periodista–. Dudo que lo suyo tenga remedio. Es una lástima”.
González explica por qué ha decidido acogerse voluntariamente al despido colectivo que se hará con un tercio de la redacción. “Me permite acogerme, sin negociaciones particulares, a la indemnización que se establezca para el colectivo”, argumenta, para confesar que “El País ha hecho por mí mucho más que yo por él y, hasta no hace mucho, confiaba en que, pese a la crisis, la general y la del sector, lograría superar sus disfunciones”. Desconoce quién figura con él en la lista de los que se van. “Solo sé que son compañeros y amigos. Igual que casi todos los que se quedan. Quiero suponer que me equivoco de nuevo y que ‘El País’, que seguirá contando tras los despidos con bastantes de los mejores periodistas de España (e, inevitablemente, con unos cuantos personajes lamentables), aún valdrá la pena”. Termina confesando que ha escrito estas líneas con vergüenza y subraya: “Que yo deje un empleo carece de interés. Lo que es bastante grave es que más de diez docenas de periodistas sean despedidos de un periódico que baña en oro a sus directivos y derrocha el dinero en estupideces. Que en España haya millones de personas sin trabajo y con muchísimas dificultades para llevar una vida digna, mientras algunos se enriquecen a costa de la miseria ajena, es una tragedia”. González remacha su artículo con la siguiente frase: “Perdonen el desahogo. No volverá a ocurrir”.