El ADN de Japón en 10 experiencias

Por Ilusionrecuerdo @ilusionrecuerdo

 

Los viajes están hechos de experiencias, no siempre positivas, pero que van uniéndose, enredándose unas con otras para formar algo así como el ADN de cada viaje. Una fórmula que, en un incomprensible proceso de alquimia, aglutina vivencias, recuerdos y sensaciones con los gustos y el momento personal de cada uno para dar como resultado un viaje único, seguramente muy parecido al de muchos otros pero diferente porque lleva tu huella.

Después de días de investigación en el laboratorio, he conseguido obtener el ADN de mi viaje a Japón. Reconozco que no ha sido un país que me haya enamorado a pesar de las diferencias culturales y del  exotismo que lo hacen especial; quizá, bajo mi condición de mochilera, le faltó algo de aventura y le sobró algo de civilización, quizá me faltaron lugares en la ruta, quizá no era el momento. Sin embargo, hay cosas que solo puedes hacer en Japón y que son las que han definido la genética de este periplo por tierras niponas. He aquí mis 10 experiencias.

1.- Perderte entre torii en Fushimi Inari

Si tienes suerte de visitar el santurario sintoísta de Fushimi Inari, a un paso de Kioto, cuando no hay ordas de gente, podrás disfrutar en una relativa soledad de los miles de torii que recorren los senderos del monte en el que está enclavado. Una serpiente encarnada que se desliza ladera arriba entre árboles para venerar al dios Inari, la deidad del arroz y ahora de los comerciantes. Toda una experiencia la de adentrarse en la piel de este reptil y dejar que te engulla sin remedio para vagabundear por sus entrañas también carmesís. Si consigues de vez en cuando escapar de su interior, zafarte de su atractivo, sal del camino marcado para contemplarla desde fuera, para descubrir los zorros que la protegen y pasear por un singular cementerio.

2.- Alucinar un domingo con los cosplays en Odaiba

No hay mejor plan de domingo que coger la cámara e irse a dar un paseo por la isla artificial de Odaiba en Tokio para ver a montones de jóvenes japoneses caracterizados con todo detalle de personajes de comics, manga, anime o videojuegos. Y allí, en medio de estas particulares tribus urbanas, te sientes un poco intruso, un poco voyeur y un poco paparazzi porque los ojos se te van de un lado a otro, de la lolita repleta de accesorios, al cicilista andrógino, pasando por aquellos a los que no tienes ni idea de cómo categorizar. Sí lo reconozco, hubiera dado lo que fuera por despojarme de mis vulgares ropas de turista occidental para vestirme como ellos.

3.-Sentir la magia del bosque de bambú en Arashiyama

Los lugares en los que has puesto demasiadas expectativas, a menudo, suelen defraudar. Más o menos así me sucedió con el bosque de bambú de Arashiyama, muy cerca de Kioto, pero fue solo un momento. Me bastó con pararme en medio del sendero, mirar hacia arriba, observar las ramas haciendo cosquillas al cielo con su penacho de plumas y a éste devolverles el coqueteo con una caricia de luz, para sentir la magia. La decepción inicial se desdibujó, los turistas parecían diluirse y quedamos a solas mi imaginacion y yo fabulando con ninfas y hadas que juegan al escondite entre troncos de bambú con los rayos de luz.

4.-Tropezar con una maiko en la noche de Gion

Es de noche y no se ve a nadie por las calles del tradicional barrio de Gion en Kioto. Todos los que merodeaban por la tarde en busca de geishas en un incómodo e insolente safari urbano ya han desparecido. Se abre una puerta, una maiko sale con prisa pero con elegancia, pasa por delante de mí y se pierde por la callejuela de enfrente. Solo se escuchan sus okobos repicando contra el suelo. Echó a andar detrás de ella temerosa de que es esfume de repente. Un corto paseo lleno de absurda emoción infantil que disfruté quizá más que el momento de alcanzarla y pedirle con educación que me dejara hacerle un foto.

5. Fotografiar el atardecer en Miyajima

Nunca vi la silueta del monte Fuji pero sí contemplé el ansiado atardecer en la isla de Miyajima con su característico tori haciendo equilibrios sobre el mar. Hay veces que las ilusiones sí se cumplen y las expectativas no defraudan. Sentarse a contemplarlo sin más, buscar el mejor acomodo para el trípode entre un par de ciervos soñolientos, creerte fotógrafo de verdad por un rato… En definitiva, saborear la felicidad en unos de esos momentos deliciosos que tienen los viajes.

6.- Descubrir que el pescado fresco no huele a pescado

El mercado de pescado de Tsukiji en Tokio puede encandilarte o hacer que lo aborrezcas. A mí me fascinó porque los mercados y yo tenemos algo así como una historia de amor por el mundo, pero entiendo que haya a quién ver vísceras de pescado no le emocione. El mayor mercado de pescado de todo el mundo tiene una actividad frenética a primera hora de la mañana y aunque no madrugues tanto como para ver la famosa subasta de atún, resulta más que interesante observar la maestría con que usan los cuchillos, sortear los carros que circulan veloces por los corredores o descubrir que el pescado realmente fresco no huele mal, no huele a pescado.

7.- Convertirte en japonés en un festival sintoísta

Y de repente te encuentras bailando en un templo sintoísta, durante un festival Bon Odori que da la bienvenida a las almas de los ancestros con animados bailes al ritmo que marca subido en una torre el taiko, un tambor tradicional de Japón. Si además tienes la suerte de ir acompañado con algún local o alguien que conoce la cultura puedes vivir una experiencia única e incluso aprender un montón de cosas. Deja la vergüenza en una esquina, memoriza los pasos y lánzate a celebrarlo con ellos. Descubrirás lo acogedores que pueden ser los japoneses.

 8.- Enamorarse de la niebla en Koyasan

 Uno de los lugares más especiales de la ruta por Japón sin duda fue Koyasan, una localidad enclavada en el monte Koya, a la que se llega tras un largo, pero no tedioso, trayecto en tren con unas vistas espectaculares. El pueblo desprende budismo a raudales, salpicado de templos en los que puedes pernoctar e incluso rezar con los monjes. Pero lo que le hace todavía más singular es Okunoin, un inmenso y asombroso cementerio budista protegido por altísimos cedros, envuelto en vegetación y con un sendero adoquinado que no quieres que se termine. La niebla y la lluvia, lejos de estropear la visita, envolvieron el lugar en un halo de misterio que atrapaba.

9.- Desafiar al vértigo en solitario en Osaka

Ante ti el Umeda Sky Building, 173 metros de altura, un ascensor exterior de cristal, dos torres simétricas unidas por sendas escaleras mecánicas suspendidas en el aire y un mirador abierto circular a 150 metros del suelo desde el que tienes Osaka a vista de pájaro y en 360 grados. ¿Tienes vértigo? Mala suerte, porque te pierdes una experiencia bestial. Al horizonte de esta futurista ciudad japonesa no le falta de nada y el tiempo se detendrá mientras vas descubriendo todo lo que esconde.

10.- Cazar jizos en Daisho In

Sabía por algún viajero fotógrafo que en el templo de Daisho In, en la isla de Miyajima, había escondidos algunos jizos, pequeñas estatuas dedicadas a los niños y la maternidad Llegué allí, cámara en mano, dispuesta a encontrarlos. ¿Algunos? Montones de ellos, desperdigados por los senderos, camuflados en recovecos, protegidos a la sombra, tumbados al borde de los estanques, serios, divertidos, tiernos… Tantos que incluso acabé por cansarme de buscarlos, pero incluso así creo que no me dejé ninguno sin retratar. Será que después de varios días en Japón sacas el friki que llevas dentro.

Autora: Patricia Velasco

Periodista de profesión, viajera por necesidad y escritora por vocación. Voy recolectando por el mundo emociones, ilusiones y recuerdos. Descubre más sobre mí y contacta conmigo aquí

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