Que la violencia ejercida en nombre de ideas de izquierdas se justifica (o comprende) como respuesta a una violencia previa, institucionalizada o consentida por el poder, es consustancial a esas mismas ideas. Esto se manifiesta en el dogma marxista según el cual "el Estado es un organismo para proteger a la clase que posee contra la desposeída" (Engels). Con esta premisa, la revolución rusa de 1917 y el régimen comunista que salió vencedor de la subsiguiente guerra civil produjeron más cadáveres, en escasas décadas, que la autocracia zarista en siglos. (Autocracia que de todos modos había sido derrocada meses antes de la revolución o -mejor dicho- golpe de estado bolchevique.)
Se trata de una característica genérica. En nombre del socialismo se han cometido más asesinatos, brutalidades y persecuciones que por cualquier otra idea de la historia. (Incluso teniendo en cuenta el Holocausto perpetrado por el NSDAP, Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, más conocido como partido nazi.)
Sin embargo, la izquierda consigue hacerse absolver hábilmente de este negro historial, recurriendo a vagas fórmulas en torno a palabras como "errores", "excesos" o "incontrolados", y desviando la atención de sus notorios puntos antiliberales de coincidencia con el fascismo. Al mismo tiempo, arroja una luz implacable sobre los crímenes reales o imaginarios que han sido cometidos en nombre de principios políticos o religiosos presuntamente muy diferentes.
Podemos formular esa estrategia teórico-propagandística distinguiendo tres procedimientos o principios básicos, aunque se suelen dar mezclados:
1) Exagerar o incluso inventarse la violencia opuesta.
2) Ocultar o restar importancia a la propia violencia, especialmente cuando esta provoca una respuesta violenta de signo político contrario, que aparece por tanto como la agresión originaria.
3) Equiparar o identificar con la violencia situaciones que no son efecto, ni por acción ni por omisión, de un agente político.
Por supuesto, considerados en abstracto, estos tres principios pueden ser utilizados por cualquier ideología, aunque la izquierda destaca por su empleo sistemático. El primer principio se halla invariablemente en los movimientos terroristas, tanto marxistas como nacionalistas e islamistas. Así, la ETA ha justificado (y lo sigue haciendo, directamente y a través de sus brazos políticos, Bildu y Sortu) sus más de ochocientos asesinatos como daños colaterales de una lucha armada contra la opresión sufrida por los vascos a manos del Estado español. En realidad, esta opresión de España sobre las provincias vascas jamás existió, más allá de la falta de democracia común a todos los españoles durante el franquismo.
Por cierto que los orígenes de la Guerra Civil proporcionan quizás el ejemplo más clásico de manipulación basada en el principio 2, al presentarse la sublevación militar de 1936 como el acto de una reacción brutal contra una idílica república democrática. En realidad, la primera ofensiva cruenta contra la II República, que nunca fue tan idílica ni tan democrática, había sido protagonizada por la propia izquierda, apenas dos años antes.
La otra ilustración del principio 2 que no debemos dejar de mencionar, hablando del terrorismo etarra, es el uso propagandístico de los episodios de guerra sucia, que se produjeron en la etapa de la primera transición y del felipismo: una violencia parapolicial que en realidad surge como una respuesta (muy limitada, en términos cuantitativos y temporales) a los asesinatos prácticamente diarios perpetrados por el separatismo marxista en aquellos años.
Mucho más sutil es el principio 3. Básicamente consiste en presentar las desigualdades y la miseria como consecuencias del sistema de libre mercado. Ello implícitamente (y con frecuencia, explícitamente) justifica métodos de guerrilla urbana, cuando no terroristas, para tratar de implantar fantasmagóricas alternativas o populismos tan reales como sus desastrosos efectos para las libertades y la prosperidad.
La crisis económica se ha convertido en campo especialmente fértil para este tipo de manipulación ideológica. Culpar de los suicidios de personas desahuciadas a los políticos y a los banqueros, decir que "la privatización de la sanidad mata", relativizar los actos vandálicos del 1 de mayo en Barcelona afirmando que "la violencia principal es de las multinacionales" (declaraciones de un perroflauta cuarentón en televisión), son todas ellas manifestaciones de una inequívoca voluntad de la izquierda (tan sensible a la "criminalización" que según ella sufren ciertas minorías) de convertir a determinadas personas e instituciones en blancos de acciones violentas "espontáneas".
En esta línea se inscribe Izquierda Unida cuando habla de la "pistola en la nuca" impuesta en Europa por el "neoliberalismo". Resulta asombrosa la total ausencia de pudor de una acusación que, en sentido no precisamente metafórico, debe dirigirse con propiedad a aquellos izquierdistas que han estado disparando tiros en la nuca hasta hace muy poco tiempo, para conseguir un Euskadi socialista.
Cometeríamos un error, sin embargo, atribuyendo esta dialéctica sólo a la extrema izquierda. La simpatía de los medios de comunicación hacia los antisistema, o simplemente a cualquier imbécil que pase por ahí, a quienes prestan solícitamente los micrófonos sin el menor esfuerzo de contrastación informativa, es proverbial. Irresponsabilidad, mezclada con estulticia, sólo comparable a la de aquellos políticos que condenan tarde, mal y nunca el vandalismo de sus juventudes, y a dirigentes como Zapatero, quien en una cumbre iberoamericana sostuvo que el cambio climático había causado "más víctimas que el terrorismo internacional". Lo cual no es más que una indisimulada reedición de las viejas diatribas antiimperialistas, propias de dictadores tercermundistas, yijadistas y socialdemócratas gilipuertas.
Produce cierta vergüenza tener que decir todavía hoy que, en realidad, el mercado libre no sólo no mata a nadie, sino que es el sistema que ha conseguido alimentar, vestir, sanar y atender cualquier necesidad del mayor número de seres humanos en toda la historia. Por el contrario, el socialismo marxista es el único sistema que ha sido capaz de provocar millones de muertes sólo por hambre en el siglo XX, desde Ucrania a Etiopía, depauperar un país productor de petróleo como Venezuela o conseguir que la mitad comunista de Corea tenga una renta per cápita dieciocho veces inferior al sur capitalista.
Respecto al medio ambiente, no existe ninguna prueba científica de que alguna catástrofe climática concreta (lugar y fecha) sea imputable a los gases de efecto invernadero. Si la hubiera, pueden tener por seguro que los medios de comunicación nos hubieran martilleado con ella hasta la saciedad. En lugar de ello, nos amenazan constantemente con advertencias imprecisas de inundaciones y sequías, que es algo tan trivialmente comprobable como decir que dentro de cien años todos estaremos calvos.
Y sobre el traído y llevado "imperialismo", deberíamos extendernos demasiado para contrarrestar la ingente desinformación acumulada. Baste recordar, para limitarnos a Oriente Medio, que fueron los árabes quienes atacaron siempre en primer lugar a Israel, con la intención confesa y archirrepetida de borrarlo del mapa. Y que los Estados Unidos empezaron a ser víctimas preferentes de atentados en los años ochenta, desde que, junto a una fuerza multinacional, trataron de pacificar a un Líbano sumido en la guerra civil. Todo el victimismo que destilan los aguerridos mujaidines no es más que una cantinela apta para hipnotizar a los Mayores Zaragozas y demás tontos útiles occidentales, que tanto lamentan que la Mezquita-catedral de Córdoba pertenezca a la Iglesia católica desde hace ocho siglos.
La izquierda no sólo se alimenta de sus delirantes y mentirosas acusaciones contra el "neoliberalismo", sino que además se empeña en permanecer ciega ante la verdadera violencia de nuestros días. Habladle a cualquier progresista de los fetos humanos despedazados en las clínicas abortistas, mostradle las imágenes atroces que están al alcance de cualquiera en internet, y lo más suave que os llamarán es demagogos. Y es que a la izquierda sólo le interesa la violencia, real o imaginaria, que le sirva para glorificar, justificar, relativizar o encubrir (según convenga en cada caso) la suya propia.