Título original : L’adversaire
Año de publicación : 1997
Título en portugués : O adversário
Año de la presente edición : 2007
Editora : Record
Traducción : Marcos De Castro
Desazón. Es lo primero que se me viene a la mente al estar sentado frente a la pantalla en blanco para escribir este esbozo de reseña. Tras haber disfrutado con “El bigote” y “Una semana en la nieve” del mismo autor confieso que guardaba la ilusión de una mejor sensación al término de ésta lectura. Pero ya al descubrir el tema que aborda, de por sí obscuro y muy triste, veía que sería difícil esperar algo de goce tras devorar sus páginas; ¡qué miedo si así fuese! Aquí el autor nos presenta (a nosotros, sus lectores extranjeros, ya que a los franceses les debe ser ampliamente conocido el caso, y el tipo, que coincidentemente saldrá en libertad en este 2015) a Jean-Claude Romand, quien asesinó a su mujer, a sus dos pequeños hijos, a sus padres, y al perro, para luego fracasar en un vano intento de suicidio, intentando encubrir una ola de mentiras que a través de los años venía viviendo y haciendo creer a su entorno. ¿Qué se puede esperar tras saber que embarcaré en la lectura sobre la vida de un tipo como éste? Sólo el hecho de ser escrita por Emmanuel Carrère motiva a hacerse del libro, aunque al final de la lectura el sabor que queda no sea el mejor.
Por momentos ni Romand mismo parece entender el porqué de sus actos, si es que acaso fue totalmente sincero con Carrère. Hay una barrera difícil de romper.
Cuando comienza a adentrarse en la vida del asesino como lector encontré que mejor era dejar de lado (cosa nada fácil) el crimen que perpetró y centrarme en el arte de la mentira: la manera perfeccionista y sistemática de cómo Romand desarrollaba ante todos, incluyendo a su propia familia, amigos y amante, una vida intachable de médico, investigador de la OMS (Organización Mundial de la Salud), manteniendo un estilo de vida acorde a su condición profesional, y viviendo en un círculo también compatible a esa vida que supo inventarse, donde no sólo es aceptado, sino admirado y respetado; un verdadero mitómano profesional. Ese punto llega a ser fantástico y a la vez aterrador, el imaginar conocer alguien así y no saberlo.
La otra parte que a cuentagotas el autor nos brinda es cómo él mantuvo correspondencia con el propio Romand, que luego se transformarían en visitas, reuniones y conversas. Carrère, padre de familia, frente a quien había descargado su fusil contra los propios hijos a quienes decía amar; o sea, del cómo fue tomando cuerpo este proyecto. Circunstancia que no deja de ser por lo menos curiosa el imaginar poder mantener diálogos, entrevistas con una persona de tal laya. Quizá el ser padre ahora me haga ser más susceptible a esa circunstancia. Quizá para un lector que no lo sea hasta pase desapercibido ese hecho.
Interesante el ver cómo va tomando forma este complicado rompecabezas que era la vida de su personaje, entrevistando a su entorno cercano, sus compadres, su amante, vecinos, sumergiéndose del todo en ese mundo tétrico y solitario que debió ser la verdadera vida de Jean-Claude Romand.