Circulan por ahí unos caballeros de torvo espiritu y sonrisa falaz que dicen cosas terribles en las tertulias taurinas, admitiendo por tales aquellas reuniones de aquellas personas que no entienden nada de toros. ¡Cuidado! Esto no es una salida de pies de banco, ni una paradoja, ni una pueril pretensión de rivalizar con la Codorniz.
Al afirmar que hay tertulianos taurinos que no entienden de toros, quiero decir, y digo, que únicamente hablan y entienden de toreros, con abstracción de todo conocimiento relativo al ``vertebrado, mamífero, monodelfo, ungulado, artiodáctilo, rumiante, cavicórnido, bovino´´, conocido común, y en muchas ocasiones, exagerada e hiperbólicamente, con el nombre de toro de lidia.
Y, naturalmente, la sólida ignorancia de dichos tertulianos los impele a poner en circulación las más peregrinas especies, relativas al toro, que son admitidos como artículos de fé por el vulgo denso y alarbe, siempre propicio al bulo y a dar por ciertas las más absurdas fantasías.
Así acontece que hogaño tiénese por verídico y usual el afeitado y las otras lindezas a las que me refiero en el titulo, tales como la que admite la existencia tenebrosa del ``tio del saco´´, supuestas causas fundamentales de que los cornúpetas que lidian las grandes figuras, sobre ofrecer una roma exigüidad de pitones, se caigan con mayor frecuencia que el delantero centro medroso, acosado por el impetuoso defensa, y perdonen ustedes la balompédica disgresión.
¿Es cierto o no es cierto que se realiza el afeitado de los pitones?
¿Es cierto o no es cierto que existe y maniobra el ``tio del saco´´?
Yo no me aventuro a la negación terminante. Pero voy a especular con mis razonamientos en contra, aportando para ver de rebatirlos, aquellos otros que aducen los mantenedores de la existencia de tan turbios procedimientos.
Opino yo que el afeitado de los toros carecería de eficacia. Tal fuerza tienen los graciosos animalitos en lo rizoso del testuz, que mogones u hormigones, perforan, no ya los blandos tejidos de la anatomía humana, sino los compactos tableros de las barreras, con lo cual ningún topetazo, en trance de encarnar, resultaría inocuo.
Contra esto, alegan los opinantes del afeitado, que a tales maniobras son sometidas las reses por los habituales ``fígaros´´, tales son las torturas que sufren las testas de áquellas, y tan doloridos y temerosos quedan después del ``jabón´´ que los animalitos rehuyen o reprimen cuando menos el impetu de la cabezada, aunque le parezca propicia la presa, recelosos aún por el recuerdo del dolor sufrido durante el ``aseo´´.
Pero no me convencen. Para realizar esa operación se precisan unos laboriosos preparativos evidentemente escandalosos: enlazar al toro, sujetar la maroma al mueco o poste necesario, ciñendola a un torno hasta que los cuernos del toro quedan a uno y otro lado del poste, para que los carpinteros puedan afeitarlos sin riesgo... Todo ello quebranta, indudablemente, al animal; pero, ¡sería tan descarado!
-¿Descarado?- me arguyen; absolutamente secreto. Posiblemente en Madrid y otras plazas podría hacerse con el sigilo máximo. ¿Acaso ignora usted la existencia de una ``barbería´´, con todos los adelantos modernos, instalada entre las dependencias de la Plaza de toros de Las Ventas? En ella puede entrar el toro, sin que se le hostigue; luego se le cierra la salida y se le corta la retirada. Dos burladeros laterales y movibles se ciñen a los costados del toro, cuyas astas pueden sujetarse con absoluta limpieza, procediendo seguidamente al afeitado, a gusto del ``fígaro´´ y de quién exija esta previa operación.
-Bueno- pregunto apunto de rendirme a la evidencia y pasarme al fútbol; pero, ¿ese departamento tenebroso ha sido creado para tal fin?
- No señor. Este departamento inteligentemente ideado, se hizo para embolar los toros, para curarlos también, y asimismo, para limar los pitones astillados en prevención de que un posible puntazo se convirtiese en una lesión terrible... Ahora que, ¿quién le dice a usted que no podría aprovecharse también para el afeitado y para que operase ``el tío del saco...´´?
- Alto ahí. Yo no creo en ``el tío del saco´´. Entre otras razones por la de que aplicada su existencia al indignante fin que se le atribuye, sería paradójica. Vamos a ver, ¿no se creó la ficción del ``tío del saco´´ para asustar a los niños malos? Pues, ¿cómo vamos a creer ahora que existe ``el tío del saco´´ para tranquilizar a los niños buenos? No. ``El tío del saco´´ es una entelequia taurina brotada del maligno magín de iconoclasta, sumida en la incógnita turbia de la masa, como diría mi gran amigo Cristobal Becerra, pongo por taurino florido y culto.
Rechacemos pues; el nefando rumor de que los toros se caen porque los tienen una semana con un saco de doscientos kilos sobre el lomo.
Los toros, valga el decir, son, pocos más o menos, como las personas. Y, ¿que falta le hace al pobre Mangurciez, depauperado y hambriento, que le carguen con un piano, para caerse por la calle? Se cae por desnutrición; porque tiene menos vitaminas que un botijo.
Pues lo mismo le pasa al toro. Se cae por debilidad bien administrada.
Y los toros se caen.
Y se cae La Fiesta.
Y nos caeremos todos en este inverecundo derrumbadero de procedimientos extraños.
Francisco Ramos de Castro
El Ruedo, 1946