A Cigu, nuestra mascota, costó sacarla del vergel que es ahora el arroyo Meaques
Javier Rico
Olvídate de cualquier bebida energética; lo que de verdad da alas a la vida es el agua. Al fin y al cabo somos agua en un sesenta por ciento y más del setenta por ciento de la superficie terrestre está cubierta por ella. Este recurso es, pues, vital para la biodiversidad, y las aves de las primeras en detectarlo. Pasaos por parques y zonas verdes periurbanas y ved a las golondrinas y aviones hacer vuelos rasantes para beber en estanques y lagos o los baños y correteos por sus bordes de lavanderas, verdecillos o gorriones; y oíd el maravilloso canto de los ruiseñores y currucas entre la espesura de las orillas.
Dos recorridos por diferentes entornos del arroyo Meaques en Madrid nos han permitido comprobar las buenas nuevas que nos han traído las copiosas y afortunadas lluvias que han caído durante los últimos meses. La vegetación puebla y hace refulgir las orillas y las aves se unen a esta explosión de biodiversidad.
Lo comprobamos en una ruta con profesores, principalmente del instituto público Altaír de Getafe, uno de los centros escolares con los que repetimos todos los años salidas pajareras por sus alrededores. En este caso enfilamos nuestros pasos hacia la confluencia de los arroyos Valchico y Meaques, entre el barrio de Campamento en Madrid y el término municipal de Pozuelo de Alarcón.
La experiencia no pudo resultar más fructífera. Con ambos cauces como nunca de agua corriente y más limpia, la vida se apelotona ahora en torno a ellos y aloja el éxtasis primaveral en forma de canto de ruiseñores comunes y bastardos y currucas capirotadas. Carboneros y herrerillos comunes, verdecillos y verderones, en árboles cercanos, también se unían a esta coral primaveral.
Comprobando el éxtasis sonoro que transmiten verderones y verdecillos desde lo alto de los árboles
Algo más reacias se mostraron las aves acuáticas, como fochas, ánades y gallinetas, más pendientes de acomodar y vigilar nidos y huevos que de exhibirse. En el cielo, decenas de cigüeñas no paraban de pasar con aportes mullidos para sus nidos, para que no se lastimen huevos y/o crías recién eclosionadas; mientras ratoneros y milanos cicleaban vigilantes ante lo que se pudiera cazar más abajo.
Parón aquí para agradecer a la plataforma Entorno Meaques-Retamares que todo lo relatado pueda suceder. Su incansable labor de defensa de este paraje, que se abre entre los arroyos Valchico y Meaques para mostrar una de las zonas libre de urbanismo más extensas de la ciudad de Madrid, es encomiable. No solo por la oposición a que se altere con más cemento, sino por las plantaciones (minuciosas y bien mantenidas) de árboles y arbustos que lo enriquecen aún más.
Mosquiteros, ruiseñores, fochas, mitos, herrerillos… todo esto y más se movía por ahí dentro
Pocos días después nos dispusimos a realizar un recorrido de chequeo por el mismo arroyo Meaques, pero en su entrada a la Casa de Campo. En breve saldremos con un grupo de la Asociación de Familias del Colegio Lourdes, desde las puertas de su centro, andando, en busca de los recovecos de este afluente del río Manzanares.
En su entrada al gran parque de la capital, el cauce mantiene su viveza. De nuevo ruiseñores, currucas, mirlos, abubillas, trepadores, carboneros… se pegan a sus orillas para valerse de su frondosidad como lugar de canto, alimento o escondite. A su vera, los picos picapinos y los pitos reales hacen gala igualmente, con reclamos y vuelos, de su alteración sanguínea fruto de la primavera.
Buen momento para rendir una visita pausada al arroyo Meaques en la Casa de Campo
Y encima, ya están aquí todos los vencejos. Esas perfectas máquinas naturales de vuelo que nos enseñan tanto sobre la adaptación de las aves a la vida en la Tierra. Y bajan a beber igualmente en vuelos rasantes a charcas, lagos y estanques, porque el agua les da alas. Que no te lo cuenten. Sal y disfrútalo, con tus medios o con los nuestros, pero disfrútalo.
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