El Ajax de Cruyff

Publicado el 01 octubre 2010 por Manuelmarquez
Hace unos días, veía el partido de vuelta, correspondiente a la última ronda previa de la Liga de Campeones, disputado entre el Ajax de Amsterdam y el Dynamo de Kiev. Dos antiguos “grandes” —con un historial de éxitos amplísimo— bastante venidos a menos. Me fijé especialmente en el Ajax de Amsterdam: un equipo aseadito, de nivel medio, aunque con un hombre, el uruguayo Suárez, capaz de desbaratar un partido en un par de arreones —que es, a falta de más “combustible”, de lo que el equipo holandés suele vivir últimamente—. Pero no es de este Ajax del que quería hablarles hoy, amigos lectores. Al conjuro de esa mágica camiseta rojiblanca (¿de qué otro color podría ser...?), siempre es inevitable pensar en el gran Ajax de los setenta; o para ser más exactos, de la primera mitad de esa década.
Un Ajax de Amsterdam —al que, por cierto, veíamos en blanco y negro; el color de su equipación había que averiguarlo vía “As Color”...— que contaba con una pléyade de jugadores (Krol, Haan, Mühren, Rep, Keizer, Neeskens...) increíble. Cualquiera de ellos tenía calidad más que suficiente para haber sido piedra angular sobre la que edificar un buen equipo, serio y competitivo. Pero en el Ajax, al fin y la postre, no pasaban de ser los ilustrísimos “escuderos” de uno los más grandes “caballeros” que la “Orden del balón redondo” haya alumbrado jamás: Johann Cruyff.
Como sus dos grandes predecesores (Di Stéfano y Pelé) y sus dos ilustres sucesores (Maradona y Messi), Cruyff aglutinaba los dos dones más preciados que un furgolista pueda atesorar: juego y gol. Cruyff no era el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido; pero su sentido estratégico del juego, unido a un toque exquisito y a una habilidad inmensa con el balón, lo hicieron grande entre los grandes. Si a ello se le une la facilidad con que “hacía barraca” —por lo demás, casi nunca con goles “patateros”, algo que hubiera chirriado con la plástica furgolera que solía desplegar—, no es de extrañar que este maestro sinfónico llevara a su Ajax a conquistar tres Copas de Europa consecutivas (1971, 1972 y 1973), asombrando a todo el mundo con un juego que, hasta entonces, parecía reservado sólo a los “fantasistas” brasileiros y demostrando que también desde el frío norte europeo se podía hacer arte con el balón.
El sueño acabó con el traspaso de Johann Cruyff al F.C. Barcelona en el verano de 1973. Tras muchos años de cierre, el furgol español volvía a abrir sus fronteras, permitiendo la contratación de dos jugadores extranjeros por club. Y el Barça —martirizado por una sequía tan pertinaz como las que pregonaba ese que todos sabemos, y durante la cual su acérrimo enemigo blanco se dedicó a acumular, de manera inclemente, cuánto título cabía en vitrina— lo tuvo muy claro. Se ficha al mejor, cueste lo que cueste. Y vaya si costó: ciento veinte millones de pesetas de las de la época; unos 720.000 euros, que hoy suenan a ridiculez, pero que constituyeron, hasta el fichaje de Zidane por el Real Madrid casi treinta años después, el récord absoluto en ese terreno. Eso sí, plenamente rentabilizados: el Barcelona, tras un comienzo dubitativo, arrasó en la Liga 1973-74, y Cruyff nos deslumbró a todos con su juego de ensueño.
De todos modos, la historia de ese Ajax triunfal aún tuvo un colofón casi esplendoroso (eso sí, a través de equipo interpuesto). Tras su magnífica temporada con el Barcelona, Cruyff volvió a su país para capitanear a la selección holandesa que se aprestaba a disputar el Mundial que ese año se iba a celebrar en la República Federal de Alemania (el muro aún tardaría en caer...). Y esa selección demostró ser un digno y rendido tributo a ese Ajax, del que, de hecho, venía a constituir una especie de “trasunto reforzado”, dado que su columna vertebral estaba constituida por las grandes estrellas del equipo de Amsterdam, complementadas con otra buena plétora de excelentes jugadores del Feyenoord. Y, como guinda del pastel, don Johann. Nacía una leyenda. Nacía “La naranja mecánica”.
Lo de la selección holandesa en el mundial alemán fue de auténtica traca. La apoteosis del furgol colectivo que el Ajax había abanderado, y mostrado por los campos europeos, durante los años precedentes, se convirtió en un aluvión de juego que cristalizó durante ese Mundial, dando lugar a un recital de exhibiciones en las que, como en el circo y su “más difícil todavía”, la de cada partido parecía dejar en pañales a la del partido anterior. Así fue Holanda sumando victorias incontestables hasta alcanzar la final, en la que una más pragmática y correosa Alemania (además de, todo hay que decirlo, con un equipo extraordinario) le hizo morder el polvo, y le birló un título que, en justicia (algo que en el furgol se puede encontrar en igual proporción que en la vida misma; o sea, muy poquita...), le hubiera correspondido, y hubiera puesto el merecido broche de oro a un capítulo de la historia de este invento memorable.
Holanda volvió a jugar la final del Mundial, cuatro años después, y sin Cruyff, pero ya no fue lo mismo —de ese mal sueño, ese hatajo de quebrantahuesos, que disputó hace un par de meses la final con España, mejor olvidarse, y pronto; qué espanto, qué forma de mancillar una camiseta...—. Y el Ajax de Amsterdam, tras unos años de “travesía del desierto”, también volvió a tener un momento brillante a primeros de los años noventa del pasado siglo, en los que volvió a conquistar el máximo título europeo, pero tampoco fue ya lo mismo. Y es que, en la retina de ese niño que aún no tenía diez años, y que ahora, con bastantes años más, les escribe estas torpes líneas, lo que permanece es el imborrable recuerdo (aunque fuera en blanco y negro) de una máquina armoniosa de hacer el furgol más bello que jamás haya podido ver (y al que sólo el Barcelona, por motivos obvios, se ha llegado a acercar en los últimos años). A su frente, un paladín espigado de melena lacia y movimientos de ballet al que no podría darle otra cosa que no fuera un rendido agradecimiento. En mi nombre, y en el de todos los que aman este deporte, don Johann, muchísimas gracias.
APUNTE DEL DÍA; mala semana para la escritura. Poco, poco, poco. Ay, el tiempo...
* Pasión furgolera XIV.-