El alcalde que mata a los perros

Publicado el 23 marzo 2017 por James Nightingale @atracoalpueblo

EL ALCALDE QUE MATA A LOS PERROS

Una jauría de fantasmas de perros recorren al pueblo de Timotes, en Mérida, Venezuela. Cuando se adentra la noche se lanzan a correr por las calles ladrando, gimiendo; no tocan el piso, lo sobrevuelan y no siempre guardan la forma de sus cuerpos originales, a veces se transforman en figuras amorfas, otros se agrandan y se ponen del tamaño de rinocerontes, aullan, emiten sonidos de dolor, se aglomeran en la calle donde vive el alcalde, se le meten a la casa sin importarles puertas, techos ni paredes, son fantasmas, revolotean la cama del burgomaestre y le ladran en los oídos, lo muerden, lo atormentan hasta que grita aterrorizado; desesperado enciende las luces, su mujer pega un brinco y se despierta con el corazón que se le sale por la boca del gran susto preguntando a gritos que le pasa, ¡son los perros!, ¡son los perros! es lo que responde el hombre con los ojos desorbitados, pero ya ellos no están, se evaporaron, era una pesadilla, y así lleva el alcalde dos semanas casi sin poder dormir, y sin dejar dormir a su cansada esposa que no ve nada, no escucha lo que él escucha, y ya está hablando de llevarlo al psiquiatra, es el tormento que a este sujeto debiera deparar la providencia por su crimen atroz, la masacre de los perros.

En la madrugada del 14 de marzo del año 2015 unos hombres pagados por el alcalde, en una camioneta recorrieron las calles del pueblo lanzando pelotas de carne que contenía un poderoso veneno, los perros callejeros corrían detrás con alegría devorando aquel regalo que en realidad no era tal, era la muerte con sufrimiento lo que aquellos desalmados estaban ejecutando, una sentencia inhumana y fatal para aquellos animalitos cuyo delito era no tener hogar; inocentes y felices iban tras aquellos sujetos que ejecutaban la condena mortal que además de quitarles la vida les sometía a la tortura de terribles dolores que los hacía aullar, retorcerse, ahogarse en un líquido verdoso que en espuma les brotaba por bocas y narices y les impedía respirar, toda aquella dantesca tragedia se alargó durante parte del día, los niños que iban a la escuela asustados preguntaban a sus padres sobre lo que estaban viendo y no comprendían; aquellos perritos tirados en el piso se retorcían del dolor que les causaba el veneno quemando sus entrañas y gemían con sus ojos desorbitados, suplicantes.



La tristeza, como una nube negra cayó sobre Timotes, los perros morían con prolongado sufrimiento, sus cadáveres estaban esparcidos por todas partes, los habitantes murmuraban rechazos y se santiguaban pidiendo la intervención divina, el alcalde reía en su despacho mientras recibía el informe de los verdugos que ejecutaron su malvada decisión la cual ahora debiera tenerle en la cárcel, o cuando menos en el manicomio, sería lo merecido a falta de un debido castigo por una justicia de la que carecemos a pesar de que está vigente la Ley para la protección animal publicada el 4/1/2010 en Gaceta Oficial 39338 y la cual tiene por objeto (artículo 1) “Establecer las normas para la protección, control y bienestar de la fauna doméstica”, y que en su artículo 12 dispone que “Es obligación de las autoridades municipales atender a los animales en situación de abandono, llevarlos a locales adecuados para la restitución de condiciones mínimas de sobrevivencia”. También hay una estructura jurídica internacional al respecto, la Declaración Universal de los Derechos Animales, (Londres 23/10/1977) adoptada por la Liga Internacional de los Derechos del Animal y las Ligas Nacionales Asociadas, proclamada el 15/10/78, aprobada por la UNESCO y posteriormente por la ONU que establece en su preámbulo que “Todo animal posee derechos” y que “el desconocimiento y desprecio de dichos derechos han conducido y siguen conduciendo al hombre a cometer crímenes contra la naturaleza y contra los animales”. 
En Venezuela hay un sufrir generalizado que además de la gente también alcanza a los animales, y para estos con el agravante de no poder gritarlo ni denunciarlo en el Parlamento, sin poder ir a la OEA, ellos no tienen voz, en los zoológicos sufren y mueren de hambre tigres y hasta elefantes que antes se alegraban con la visita bullanguera de colegiales que les lanzaban cambures o pedazos de pan. Ahora bandadas de perros andan damnificados por las calles ya sin distingos de raza, igual andan los antes cariñosamente llamados “Cacri” (callejero con criollo) con schnauzers, labradores, pastores alemanes, coolies, boxers, golden…todos igualados en la misma tragedia que se cierne sobre la patria en manos de desalmados que en vez de darles comida y cumplir con la ley que ordena protegerlos, les dan veneno sin ley humana que les castigue, ¡QUE DOLOR!
Carlos Ramírez López   -Dr. Ley -  @Carlosramírezl3
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