El aliento del cielo - Carson McCullers

Publicado el 17 abril 2017 por Elpajaroverde
"Todo lo que sucede en mis relatos, me ha sucedido, o me sucederá."
Así se manifestó la propia Carson McCullers (Georgia 1917 - Nueva York 1967) sobre su obra, sobre ese magnífico universo literario que nos dejó. No suele resultarnos complicado aceptar que la biografía de un escritor marca el sendero de lo que escribe; tampoco debería, pues, sorprendernos que el acto de reflexión inherente a la escritura desemboque en una suerte de premonición sobre lo que le está por venir. Así, en todo lo que escribió la escritora sureña, sin ser necesariamente autobiográfico, hay guiños más que de sobra a su biografía y temas (o casi obsesiones) más que recurrentes.
McCullers también se manifestó sobre su medio de vida de la siguiente manera: "no me gustaría vivir si no pudiese escribir... La escritura no es sólo mi modo de ganarme la vida; es como me gano mi alma." Y así, a golpe de palabras, se ganó su alma (o al menos su paso a la posteridad): transcribiendo al papel las atascadas en la garganta del Andrew subido al tejado en el único de sus relatos que no lleva título; o las de Hugh, que es incapaz de nombrar el miedo y la angustia vividas en Muchacho obsesionado; regando también aquellas que florecen por primera vez para la genial Frankie de Frankie y la boda; usándolos a todos ellos, tal vez, para por su boca soltar las suyas propias. Sí, Carson McCullers suelta sus palabras presas y nosotros, todos, tal y como reflexiona Frankie hablando con Berenice, su criada negra, somos como esas palabras, sueltos y presos a la vez: presos de nosotros mismos, sueltos e inconexos de todos los demás. Lo que McCullers hace con su escritura es cohesionar esas palabras que dan voz a sus personajes y, con ello, liberarlos de sí mismos y buscarles un lugar en ese mundo que no consiguen sentir suyo.
El aliento del cielo reúne la totalidad de relatos de la escritora y sus tres novelas cortas: Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda. Viene además acompañado de un prólogo, apuntes biográficos sobre la autora y comentarios precedentes a cada relato a cargo de Rodrigo Fresán, que no sólo enriquecen y redimensionan la lectura sino que incrementan los deseos de seguir leyendo y conociendo a Carson McCullers.
El libro se abre con Sucker, por ser el primer relato conocido que escribió la autora con tan solo dieciséis-diecisiete años. En él se presenta lo que será un tema reincidente en su obra: el niño entrando en la adolescencia, la desubicación ("¿cuáles son las cosas que sé y en las que siempre creeré?") y el sentimiento de abandono. Además de en éste y los tres mencionados en el primer párrafo, niños son también los protagonistas de Así, Correspondencia y El aliento del cielo, relato este último del que toma su título este libro.
Personalmente he disfrutado muchísimo de los adolescentes de McCullers; son personajes que la autora borda y con los que desborda. La misma escritora (su imagen es la que ilustra la portada) me parece una habitante perenne de esa etapa vital. La veo en fotos jovencísima y sus ojos me devuelven una mirada sabia y anciana; de adulta, sin embargo, arrojan la osadía de la juventud. Tal vez ello explique la madurez que manifiesta desde sus primeros relatos y la no renuencia posterior a seguir indagando en esa edad fronteriza.
"Los recuerdos infantiles poseen una extraña cualidad volandera, y zonas de oscuridad rodean los espacios de luz. Los recuerdos de infancia son como velas encendidas en una hectárea de oscuridad, e iluminan escenas inmóviles, separándolas de la negrura circundante. 
[...] 
Porque el niño distingue dos capas de realidad: la del mundo, que se acepta como una inmensa confabulación de todos los adultos; y la no reconocida, la escondida y secreta, la profunda."
Llama también la atención la figura materna en estos relatos protagonizados por los más jóvenes, tanto por ausencia como por presencia insatisfactoria. McCullers estuvo muy unida a su madre pero, por otra parte, la mortificaba la relación cada vez más dependiente que tenía con ella debido a sus problemas de salud. Un mal diagnóstico de fiebre reumática de adolescente ocasionaría a la escritora múltiples perjuicios, viviendo los últimos años de su vida prácticamente en la invalidez e incluso con épocas en las que era incapaz de escribir. Los padres de sus historias, sin embargo, son personajes casi siempre secundarios y lo único que recuerda al propio padre de la escritora en sus relatos es la profesión de relojero presente en algunos de ellos.

Signature of Carson McCullers


A pesar de empezar a escribir a tan corta edad, Carson McCullers no siempre quiso ser escritora. Su primera pasión fue la música. Fue el traslado de residencia de su profesora de piano, Mary Tucker, lo que la sumió en un sentimiento de abandono y traición que desencadenó en una ruptura con su primera vocación, volcando toda su frustración en una incipiente carrera como escritora. Esos primeros años de estudio debieron de hacer mella en ella, sin embargo, pues la música es una constante en prácticamente la totalidad de sus relatos, teniendo una mayor presencia e incluso protagonismo en historias como El patio de la calle ochenta, zona oeste, Poldi, Wunderkind, Madame Zilensky y el rey de Finlandia y El arte y el señor Mohoney.
Pero la música se acalla en sus relatos más sombríos, aquellos en los que la combinación amor-alcohol forma un cóctel amargo, peligroso y sin salida.
Carson McCullers se casó dos veces con Reeves McCullers, escritor frustrado con el que compartiría no sólo su vida (con idas y vueltas) sino también su afición al alcohol. En El instante de la hora siguiente, Dilema doméstico y ¿Quién ha visto el viento? retrata magistralmente la complejidad del amor y los estragos de las adiciones mostrando una espiral de autodestrucción que parece ir in crescendo de un relato a otro.
"Y mientras contemplaba la botella vacía, tuvo una de las grotescas imágenes que tendían a presentársele a aquella hora. Se vio -junto con Marshall- en el interior de la botella de whisky. Repugnantes en su pequeñez y perfección. Se deslizaban muy enfadados, arriba y abajo, por el frío cristal transparente como simios diminutos. Los vio por un momento, con narices aplastadas y con miradas de nostalgia. Y luego, después de sus frenesíes, los vio tumbados en el fondo -pálidos y exhaustos-, con aspecto de rollizos especímenes de laboratorio. Sin nada que decirse el uno al otro."
Ese amor es otra de las constantes en la obra de McCullers y se torna autodestructivo aun sin alcohol. 

Fotografía de la adaptación teatral de The member of the wedding (Frankie y la boda). Fotografía de Alfredo Valente


El amor de sus historias no responde al convencionalmente entendido como una bonita historia de sentimientos compensados y correspondidos, sino que se guía por la teoría que se expone en La balada del café triste: el amor de los amantes y los amados; el de los que aman y los que se dejan querer.
Los personajes de McCullers son claramente amantes y viven su amor por el amado o lo amado sin mesura. Como el viejo de Un árbol. Una roca. Una nube., al que su amada le persigue en forma de recuerdos insólitos y que vuelca su amor en todo lo que se encuentra en un intento estéril de olvidarla; como Berenice en Frankie y la boda, que buscó en todos sus maridos pedacitos del primero pero ni con todos juntos pudo recuperar más que desgracias.
Porque sí, parece que todos los personajes, todos esos amantes, son desgraciados. Hay un sentimiento de extrañeza en todo ese fascinante universo narrativo de McCullers, un sentimiento de no pertenencia. Algo en ellos que nos molesta y nos incomoda y que la autora llega en algunos casos a manifestarlo físicamente como en la mujer altísima y el jorobado de baja estatura protagonistas de La balada del café triste o en la referencia al barracón de los fenómenos de la feria en Frankie y la boda, fenómenos que al cruzar con ellos la mirada parecen decir: "te conocemos". Porque hasta con los personajes que más nos repelen se abren ventanas de encuentro y, a través de ellas, miradas de reconocimiento, tal y como me sucedió con uno de los protagonistas de Reflejos en un ojo dorado.
"-Ya; tú opinas -intervino el capitán Penderton- que aquello que se alcanza a costa de la normalidad es algo ilícito, algo que no debe ser admitido como un placer. Es decir, que por razones de rectitud moral consideras preferible que una clavija cuadrada se quede dando vueltas y más vueltas a un orificio circular a que encuentre y encaje en otro cuadrado que le vaya bien, aunque no sea de reglamento."
Esa dualidad, ese espejo de lo grotesco que refleja la realidad, sólo puede obrar así por obra y gracia de un talento incuestionable como es el de Carson McCullers. Dualidad que se manifiesta no sólo en sus historias sino también en su estilo narrativo. La prosa de la escritora es sobria y seca en ocasiones consiguiendo en otras, con apenas una frase, abrir ante nosotros imágenes bellas, sutiles e incluso poéticas. Potestad la suya que sólo ostentan los amantes (ella, amante de las letras; nosotros, ya he dicho que somos como palabras). Porque el amado no existe sino a través del amante. Porque hasta "las personas más inesperadas pueden ser un estímulo para el amor" y hasta "la persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado, extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas."

Marbles. Fotografía de Chad Cooper


Ficha del libro:
Título: El aliento del cielo
Autora: Carson McCullers
Prólogo y comentarios: Rodrigo Fresán
Traductores: José López Muñoz y María Campuzano
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 2007
Nº de páginas: 576
ISBN: 978-84-322-2834-6
Carson McCullers grabó un disco en 1958 en el que se la puede escuchar leyendo fragmentos de varias de sus obras. Rodrigo Fresán nos cuenta en uno de sus comentarios que el cantante Jarvis Cocker recurre a esa grabación y utiliza la voz de McCullers leyendo un breve fragmento de Frankie y la boda como introducción a su canción Big Julie en su album Jarvis: The Jarvis Cocker Album (2006). Como os podréis imaginar no he podido resistir la tentación de buscar dicha canción para escuchar su voz. Aquí os la dejo para que disfrutéis de ambas. Big Julie and Big Frankie rule the world.