Revista Cine

El alimento de los dioses (The food of the gods; U.S.A., 1976)

Publicado el 14 septiembre 2013 por Manuelmarquez
El alimento de los dioses (The food of the gods; U.S.A., 1976)Si ya son tremendamente subjetivas las apreciaciones acerca de las películas, en el sentido de la valoración de su calidad —al fin y al cabo, no existe un canon predeterminado en base al cual fijar la misma—, cuando nos adentramos en el más espinoso terreno de su etiquetado, lo que reina es el más puro y duro arbitrio (más allá del grado y volumen de los consensos que alguna etiqueta afortunada pueda suscitar respecto a una película en concreto), de manera que este humilde machacateclados siempre se tienta las vestiduras cuando se encuentra ante alguna de esas expresiones: western crepuscular, thriller posmoderno, o cualquier otra que haya calado entre la crítica más conspicua. Por ejemplo, film de culto.Como tal, como film de culto, califica la plataforma de video en línea en que tuve ocasión de verla (Filmin) la película ‘El alimento de los dioses’, y no seré yo quien cuestione la validez de tal calificación (que, por otro lado, y visto el perfil de la cinta, no me extraña debe ser ampliamente compartida por la crítica de cine). Permítanme, eso sí, que sume a la misma la de que se trata de una película mediocre, flojita, en la medida en que, tratándose de una propuesta ‘fantacientífica’ de terror cuya pretensión principal es la de inducir en el espectador miedo y desasosiego a través de una combinación de atmósfera ambiental inquietante y sustento fáctico ominoso, no lo consigue ni por asomo.El punto de partida argumental de la propuesta (basada en la novela homónima del celebrado autor del género H. G. Wells) es ciertamente prometedor (la existencia de una sustancia que genera un crecimiento desorbitado de los animales que la ingieren, fenómeno que se produce en una isla misteriosa y apartada en la que se desarrolla el grueso de la historia); y la película, dirigida por Bert I. Gordon, se desarrolla con un brío narrativo estimable, hasta tal punto que su despliegue completo se cierra en poco más de ochenta minutos. ¿Méritos suficientes para sostener una valoración positiva? En mi modesta opinión, noLa película adolece de una factura visual bastante pobre, algo a lo que contribuyen muy especialmente unos efectos especiales de calidad harto discutible (y que dotan a la cinta de un punto de cutrez muy elevado), y sin que deba suponer un atenuante para tal falla la época en que se encuadra (a esas alturas, la imaginación y el talento de los especialistas en la materia ya conseguían suplir las carencias que la falta de tecnología ad hoc comportaba, si la comparamos con el grado de desarrollo —digitalizado, eso sí— actual); y, sobre todo y fundamentalmente, un cuadro de intérpretes que se desempeña con tal grado de exageración (y exasperación) que hace de su presencia en pantalla una experiencia insufrible, con especial mención para su protagonista principal, Marjoe Gortner, siempre desbocado y con un rictus de desesperación que, poco a poco, va traspasando a un espectador al que ni siquiera la presencia de Ida Lupino (en un papel, por otro lado, francamente patético) consigue sacar del pasmo.En definitiva, nos encontramos con los peores elementos del cine de terror setentero, sin que, en contrapartida, haya cierta compensación basada en aspectos atmosféricos o ambientales. O sea, un bluff. Eso sí, las ratas gigantes campan a sus anchas durante buena parte del metraje. ¿Asco? No, hastío. Que saquen a las serpientes…

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