En julio del año pasado vino de visita a Madrid mi amigo canario Samuel Rodríguez, uno de los lectores más voraces que conozco; y para él había preparado una ruta de librerías de segunda mano, cuyo eje principal pasaba por las tres librerías Abaco. En otro momento, caminando por Huertas, le pregunté si conocía la librería Iberoamericana y, ante su negativa, hacia allí nos dirigimos. Él, que aprovecha sus viajes a Madrid o a Barcelona para volverse a su isla cargado de libros, compró dos o tres, y yo no pude resistirme a este nuevo libro de Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004), porque a pesar de los precios altos del libro importado, si vuelvo unos meses después y ya no está me siento mal. El alma de Gardel está editado en el barrio bonaerense de Avellaneda, como Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo o La banda del Ciempiés, que me envió desde Chile mi amigo Leandro Hernández. Estos dos últimos libros los ha editado por fin en España Mondadori, lo malo es que es una edición de bolsillo junto con Dejen todo en mis manos (y la idea de tríptico policiaco está un poco cogida por los pelos, porque las diferencias entre los dos primeros y el tercero son notables). Como en otras ocasiones, vuelvo a hacer mi reivindicación histórica a Mondadori sobre Mario Levrero: ¿cuándo se van a decidir, señores de Mondadori, a creer en su propio catálogo y van a acercar a este fantástico autor al público español con el nivel de edición que se merece? Yo diría que Levrero ya es un autor bastante conocido en España y el interés hacia él es creciente. La buena noticia es que mientras que las ediciones argentinas de Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y La banda del Ciempiés tienen una tirada de 2.500 ejemplares, la de El alma de Gardel es de 5.000. Algún mandamás de Mondadori Argentina sí que está creyendo en el potencial de Mario Levrero.
No he podido leer los libros que según la wikipedia preceden a El alma de Gardel (1996) en la obra de Mario Levrero, libros como Los jíbaros (1992) o El sótano (1988), pero sí que conozco los inmediatamente posteriores, que son El discurso vacío (1996) y Dejen todo en mis manos (1998). Así, si se divide la obra de Levrero en una primera etapa, donde incluyo libros como La ciudad (1970), Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo (1975), París (1980), Lugar (1982) y La banda del Ciempiés (1989); y en una segunda, con obras como El discurso vacío (1996), Dejen todo en mis manos (1998) y La novela luminosa (2005), se podría considerar El alma de Gardel (1996) como una obra puente entre ambos grupos.
El alma de Gardel, al igual que las obras del segundo bloque señalado, es en principio de corte más realista que las del primero; en ella un narrador en primera persona, que el lector puede identificar con el propio Levrero, comenzará a contarnos hechos aparentemente insignificantes de su vida, explicados con una extraña lógica personal. El narrador se asoma a la puerta de la biblioteca –donde acude para estudiar a algunos escritores raros– y allí comprueba que ha empezado a llover. Sin dudarlo, se da la vuelta y, del mostrador de la sala, roba un paraguas, que luego abandonará en un autobús. El viaje en autobús y el paraguas le darán juego para hablarnos de otros viajes en autobús, de sus diferentes tipos de asientos, de los posibles roces sexuales que pueden darse en este medio de transporte...; y el paraguas le servirá para hablarnos de los paraguas de su vida, que guarda en un cajón, paraguas olvidados por mujeres que le ayudarán (junto con los fetiches que atesora a su lado) a rememorar a algunas de las mujeres que han sido importantes para él. La primera escena descrita –el robo del paraguas en la biblioteca y el hecho de subirse a un autobús– evoluciona hacia pensamientos de este tipo: “¿Habría reencontrado a Julia si no hubiera reencontrado el paraguas rojo en el cajón de la cómoda? Pero este movimiento hacia Julia había comenzado antes, quizás cuando robé aquel paraguas en la Biblioteca, y me puse a pensar en paraguas, y recordé mi colección de paraguas y me puse a buscarla. ¿Por qué no? Hubo toda una actividad psíquica que finalmente me condujo a Julia por un aparente azar” (págs. 110-111). La extraña lógica de Levrero, que no elude el pensamiento mágico, se despliega en El alma de Gardel como lo hace en El discurso vacío y en La novela luminosa. Pero, como si los libros del primer bloque citado aún tirasen de él, el surrealismo fantástico de Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo y La banda del Ciempiés también están aquí presentes, en forma de sueños y de situaciones estrambóticas: en más de una de las escenas del libro, el narrador contacta con el alma de Gardel: “De pronto, ese viento, no sé de qué manera, comenzó a comunicarse conmigo; no hablaba, no emitía ningún sonido articulado –sólo el puro sonido del viento, de un viento lleno de brío e incesante–, pero de alguna manera se comunicaba conmigo y me hacía saber que él era el alma de Gardel” (págs. 18-19). El final de la novela es digno de Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo.
Yo diría que esta novela contiene más de un guiño a Philip K. Dick, y apuntaría más concretamente al Dick de la última etapa, el Dick paranoico que creía ver señales personales en cualquier cosa, lo que se evidencia en libros como Valis o Radio Libre Albemut. Así, en El alma de Gardel hay un personaje, un viejo loco, que también frecuenta la biblioteca y que es quien pone al narrador en contacto inicialmente con el alma de Gardel: “Y el alma de Gardel me hacía saber, sin palabras, que aquel hombre de la Biblioteca no estaba loco; había dicho la verdad o algo parecido a la verdad, porque esta alma que se había encarnado una vez en Carlos Gardel no era un alma común, sino una fuerza que había sido dirigida hacia aquí desde una remota galaxia con la misión de conquistar nuestro planeta” (pág. 20). En Radio Libre Albemut de Dick hay una escena inicial en la que el protagonista da una limosna a un mendigo y leemos: “El niño ignoraba que el mendigo no era en realidad un mendigo, sino un ente sobrenatural que estaba de visita en la tierra para examinar a las personas” (pág. 11).
Leí El alma de Gardel de una sentada, poco antes de fin de año, y me pareció una pena que fuese tan corto, poco más de 100 páginas de una letra enorme, porque me encantó percatarme de su función de engranaje entre una fase creativa de Levrero y otra. Es más, su lectura me hizo vivir un momento impagable: estaba sentado en el sillón, leyendo, tomando un café, y por las paredes del edificio se filtraba la música de algún vecino; una música que me llegaba de forma inconsciente, a ratos me sumergía en las páginas del libro, olvidándome de ella, y a ratos me percataba del cambio de canciones. En algún momento, escuché de forma consciente: se trataba del tango Volver de Carlos Gardel, cantante que nunca había escuchado desde que llevo viviendo en mi actual casa. ¿Y Mario Levrero qué opinaría de esto? Alucinante.