Antes de continuar con mis aventuras en China, hago una pausa para contar que hace poco subí al monte Fuji.
Resulta que el bueno de Alain, un español que vive en Tokio desde hace tiempo, llevaba los últimos 3 años intentando organizar una subida al monte Fuji, el pico más alto de Japón. Si bien en anteriores veranos no había conseguido llevar a cabo la hazaña este verano se presentaba como el definitivo, Alain tenía una misión que cumplir. Hablando un día con una amiga suya salió a debate la cuestión de si el monte Fuji, de origen volcánico, tenía cráter o no tenía cráter, ese agujero en la cima por el que los volcanes escupen humo y lava cuando entran en erupción. La amiga estaba convencida de que lo alto del Fuji era plano y Alain pensaba que tenía que haber un cráter, como no quedó claro Alain decidió que tenía que comprobarlo.
Subir al Monte del Destino no es empresa fácil y hay que estar mentalizado así que mejor si se tiene una excusa. Y es que así podríamos denominar a la montaña más famosa de Japón ya que todos los japoneses y los turistas que vienen a Japón están condenados a subirla por lo menos una vez en la vida. No haberlo subido aún se considera de necios, al igual que subirlo dos veces.
Aunque la misión no se presentaba tan arriesgada como destruir un anillo de poder mientras fuerzas oscuras te persiguen, Alain necesitaba captar aliados, reunir compañeros de aventuras, gente que le ayudara a cumplir su objetivo de subir hasta la cima del monte Fuji y comprobar si había o había no cráter. Así pues, organizó un concilio por email y convocó a los que él consideraba más preparados para la gesta. Los más valientes respondimos a la llamada y no dudamos en unirnos a la causa: Oskar, Jairo, Cris, Antonio, Alain, Mayo y yo.
La idea era subir por la noche para llegar antes del amanecer y contemplarlo desde la cima. Nos reunimos un sábado por la tarde en Shibuya y partimos raudos y veloces hacia la Aldea de Gotemba en una furgoneta Toyota alquilada, una vez allí seguiríamos a pie por la ruta Fujinomiya hasta alcanzar la cumbre sobre el amanecer. Ese era el plan. El camino de ida desde Tokio no estuvo exento de obstáculos, atascos y decisiones equivocadas (como que en verano no se puede subir en coche hasta la 5ª estación y a punto estuvimos de perder el último autobús) pero a las 22:30 estábamos en la base del Monte del Destino ya cenados y todo, después de haber tomado un ramen a mitad de camino.
Salimos bien equipados, con luces y palos para guiarnos por el sendero. Yo tuve la suerte de encontrarme un palo hecho de rama que algún generoso había decidido compartir con otros viajeros, y así me ahorré los 1000 y pico yenes que costaba el palito de las narices en la 5ª estación. Eso sí, como se demostró al poco rato el palo es absolutamente recomendable para subir sin complicaciones. Comenzábamos a dar los primeros pasos por el Fuji, por delante nos esperaban 5 horas (que luego fueron casi 7) para superar los 1300 metros de desnivel hasta alcanzar los 3.776 metros de altura que tiene el monte (que de monte no tiene nada, ¡es una montaña!).
Al poco de alcanzar la 6ª estación ya pudimos ver la que se nos venía encima, madre mía. Una pendiente infinita se extendía hacia arriba y se perdía en la oscuridad de la noche, el único indicio era el reguerillo de luces que serpenteaba hacia la cumbre con todos los escaladores que intentaban tocar techo antes del amanecer. Había muchas luces y algunas se veían a mucha altura, lo cual sólo significaba una cosa: llegábamos tarde.
Decidimos pués que teníamos que continuar nuestro camino aún más raudos y veloces, si cabe, pero después de una hora ya no podíamos más y paramos a descansar. Un rápido vistazo atrás y apenas veíamos la 5ª estación. Habíamos avanzado bastante y ya estábamos por encima de las nubes. Fue un momento bastante reconfortante y la vista hacia el mar de nubes en la noche nos pareció preciosa, sólo por aquello ya estaba mereciendo la pena el esfuerzo. Habíamos tenido la suerte de escalar el Fuji durante el periodo de luna llena y se veía bastante bien en mitad de la noche.
Durante la segunda parada en la 7ª estación empezamos a ser conscientes de que el cambio de altura conlleva un cambio de temperatura y aunque durante el ascenso se sudaba a mares estando parados venía el fresco y corríamos el peligro de agarrar una buena. Como la camiseta estaba completamente empapada de sudor era necesario quitársela y ponerse una nueva y seca, pero como he dicho salimos bien preparados de casa y llevábamos todo lo necesario en la mochila. De ahí en adelante cada dos horas pararíamos para cambiarnos de camiseta y añadiríamos una capa más de ropa (camiseta de manga larga > jersey y guantes > chaqueta y bufanda). Este es uno de los consejos básicos para escalar el Fuji: llevar muchas camisetas de recambio.
De vez en cuando nos encontrábamos carteles indicativos sobre los tiempos y las distancias hasta lo alto de la cumbre y a las distintas estaciones en el camino pero lejos de animarnos no tardamos en ver que los tiempos estimados no se cumplían para nada. ¿Por qué? La razón no se debía a que nos lo estábamos tomando con calma (sabíamos que había que llegar antes del amenecer o el esfuerzo de subir de noche habría servido de poco) sino porque había taaaaaaaanta gente escalando la montaña que literalmente había que hacer cola para subir. Y como esto de subir el Fuji aquí en Japón es para todos los públicos y debe hacerse una vez en la vida, por allí había de todo pululando: niños, madres de casa enganchadas a la botella de oxígeno y abuelillos que quien sabe si estuvieran subiendo el monte sagrado por última vez. Había que adelantar, no quedaba otro remedio si queríamos llegar a tiempo a la cumbre. Aquí fue donde notamos otra de las diferencias culturales y descubrimos que eso de adelantar mientras se está escalando una montaña está mal visto en Japón aunque para mi fuera como lo de ir en Metro, 'señora, por favor, sitúese a la izquierda (aquí es al contrario que en España) y deje pasar por el otro lado a los que llevan más prisa'. No estoy diciendo que tuviesen que parar y ceder el paso, el camino era lo suficientemente ancho en la mayoría de los tramos para que pasaran dos personas, pero te ponían mala cara cuando les pasabas. Y ojo con adelantar por fuera del camino que era aún peor, pues podías terminar causando una avalancha de rocas que cayera sobre el resto de la gente. Así que en muchos tramos: ajo y agua, tocaba esperar a que el atasco humano se liberara y pudieras seguir avanzando. Esto que al principio parece un poco incómodo a la larga conlleva un desgaste mental terrible y deriva en una frustración tremenda por no poder mantener un ritmo constante de ascenso (más si encima vas con prisas). En realidad es esto lo que hace que subir el Fuji sea tan duro y por eso mucha gente espera hasta después de la temporada de verano para escalarlo, entonces no hay que hacer cola.
A las 2 de la mañana, cuando llevábamos más o menos la mitad del camino, paramos para descansar y aprovechamos para comer. Encontramos una pequeña esplanada donde montar el campamento y sacar las provisiones de frutos secos y chocolate que habíamos pillado en el conbini (tienda de conveniencia) antes de venir. Es importante traerse toda la comida y bebida que uno vaya a necesitar para la ida y para la vuelta porque los precios en las casetas de las estaciones son un auténtico atraco. Por ejemplo, 500 yenes una botella de agua pequeña, 400 yenes un café de lata o 900 yenes por un ramen instantáneo. Por lo general la gente se trae frutos secos, chocolate y café porque aportan una buena dosis de energía pero nuestro amigo Oskar se trajo de casa una bota de vino de España que válgame dios si aquello no sentaba mejor que tres redbulles para espabilarse.
Nos quedamos un buen rato sentados debajo del torii aquel reponiendo fuerzas pero había que reanudar la marcha, faltaba la mitad del camino todavía. Seguimos subiendo durante dos horas más pasando por varias estaciones sin detenernos demasiado. A las 4:10 de la mañana empezaron a aparecer las primeras luces del alba por el horizonte...
... y entonces cundió el pánico. ¡Mira que amanece y nos pilla aquí en medio de la montaña! Miramos hacia abajo y comprobamos que habíamos pasado a mucha gente pero no había sido suficiente. Teníamos que ir más rápido y adelantar todavía a más gente y entonces nos empezó a importar una mierda que nos pusiesen malas caras o lanzaran algún 'dame desu' aderezado con algún 'gaijin' por aquí y por allá. Sí señor, somos una pandilla de irrespetuosos extranjeros pero usted lleva un ritmo muy lento y si le espero detrás no llego a ver el amanecer, le adelanto por el lado y no le molesto.
La luz se volvía más intensa, te invaden pensamientos de mierda que no lo vamos a conseguir. De repente te preguntas ¿cuanto dura un amanecer desde que cambia el primer tono de la noche a amarillo hasta que sale el sol? Pues te lo diré, casi 50 minutos, una inmensidad.
Subíamos al ritmo más rápido que podíamos, a pesar de las más de 5 horas de ascenso que llevábamos atrás, y adelantando por donde era posible. Se había convertido en una auténtica carrera contrarreloj, temíamos que fuera a amanecer de un momento a otro. Aquellos momentos de máxima tensión por alcanzar la cumbre hicieron que inevitablemente nos fuéramos dispersando unos de otros durante el último tramo y llegáramos en grupos separados. Lo importante era llegar arriba de una vez, eran los instantes finales de la carrera, la llegada a la meta. No veíamos el momento de cruzar este torii.
Finalmente lo conseguimos, 6 horas y 16 minutos después de haber iniciado el ascenso desde el aparcamiento de la 5ª estación coronábamos el monte Fuji. Olé, Olé, qué bien pero ¡¡desde allí no vemos el amanecer!! No hay tiempo para celebrarlo, tenemos que bordear la montaña y situarnos en la cara orientada más hacia el Este, por donde sale el sol. Tenemos que llegar hasta donde están esas personas. La incertidumbre era máxima, ¿había salido ya el sol?, no se veía nada desde ese punto.
Iniciamos una carrera desesperada por lograr llegar hasta el otro lado de la cima a tiempo. Todavía no me creo que después de la paliza que nos habíamos metido para subir la montaña tuviésemos fuerzas para hacer una carrera semejante. Fueron como 3 o 4 minutos corriendo por lo alto del Fuji hasta alcanzar el barranco Este y cuando llegamos no podíamos creer lo que veíamos delante. ¡Lo habíamos conseguido, habíamos llegado antes de que el sol saliese!
No tuvimos mucho tiempo para reencontrarnos los que andábamos por allí desperdigados (conseguí encontrar a Jairo, a Alain y a Mayo) porque el espectáculo comenzó a los dos minutos, exactamente a las 5:04.
A lo lejos, el sol comenzó a asomar tímidamente por el horizonte de nubes. Una pequeña bola de color rojo surgía de un mar gris. En ese momento todos los allí presentes empezaron a soltar sugois llevados por la emoción.
He visto muchos amaneceres en mi vida pero nunca había visto al sol nacer de aquella manera, salir de las oscuras profundidades para subir a los cielos.
Por algo lo llaman el país del sol naciente después de todo. :-)
No sé durante cuanto tiempo estuve allí sentado contemplando el amanecer completamente hipnotizado. No existía el cansancio, no existía el dolor, no existía el frío, sólo había silencio, la sensación era de absoluta paz y tranquilidad.
El sol seguía ascendiendo y cada instante era más bonito que el anterior.
Todo a nuestro alrededor se iluminaba poco a poco y desde ahí arriba se veían los campos y prados donde viven los mortales.
Con tanto ajetreo por llegar a tiempo de ver el amanecer nos habíamos olvidado de lo fundamental, a lo que veníamos, a comprobar si en lo alto del Fuji había o no había cráter. Y la respuesta es sí. Hay un cráter bastante tocho por el que debió salir todo el asunto la última vez que el volcán entró en erupción allá por 1707. Alain tenía razón, la amiga no. De hecho, la cima del Fuji es de todo menos plana, aunque de lejos parezca lo contrario.
En la parte más alta hay una estación meteorológica totalmente automatizada en la actualidad, por lo que las únicas personas que trabajan ahí arriba lo hacen en el refugio-cafetería, en el templo y en la oficina de correos. Sí, habéis leído bien... una oficina de correos. Es bien sabido que en Japón hay oficinas de correos en todos lados, en el monte Fuji no podía faltar una. De hecho debe de trabajar a destajo porque son muchos los turistas que quieren enviar una postal o una carta con el matasellos del monte Fuji a familiares y amigos o a sí mismos para guardar de recuerdo. Todos los días se forman largas colas fuera de la oficina.
Una vez en la cima del Fuji no había prisa alguna por bajar así que nos tomamos nuestro tiempo para hacernos las fotos de rigor.
Este soy yo con el palo que me encontré hecho a partir de una rama y que me resultó tan útil durante el ascenso, y posterior descenso.
Por supuesto también tuvimos tiempo para echar una cabezadita calentitos en el refugio, desayunar lo que aún nos quedaba en la mochila y hasta hacer un brindis con whisky para celebrar la hazaña.
Teníamos que coger fuerzas y mentalizarnos para la bajada. Habíamos oído que esta era aún más dura que la subida pero nunca imaginaríamos hasta qué punto. Sobre las 8 de la mañana iniciamos el descenso. Por delante nos esperaban 3 horas (que luego fueron 4). Empezamos con buen ritmo, habíamos cogido fuerzas con la siestecita y el desayuno. El sol ya estaba en lo alto y el camino se distinguía perfectamente. También hacía menos frío por lo que se podía caminar sin tanta ropa de abrigo. Comparado con caminar de noche a la luz de las linternas pensamos que la bajada iba a ser más cómoda.
Sin embargo, ese ánimo decayó tan pronto como nos encontramos la misma cola para bajar que para subir. Era realmente frustrante, te entraban ganas de mandarlo todo a tomar por culo, salirte del camino y tirarte rodando por la pendiente como una croqueta. Intentamos seguir con la misma estrategia de adelantar cuando era posible pero en esta ocasión mientras nosotros íbamos en un sentido había gente yendo en el otro y apenas había espacio. Más desgaste mental que añadir al desgaste físico. Pues igual iba a ser verdad eso de que la bajada es más dura que la subida.
Con tanto cansancio acumulado andábamos ya como zombis. Pasábamos por las estaciones sin apenas detenernos. Las piernas flaqueaban y los tropezones y las caídas de culo eran cada vez más frecuentes pero nos levantábamos y seguíamos adelante. Caminar, caminar y caminar. Teníamos una sola idea en la cabeza, llegar abajo cuanto antes y terminar con este suplicio. Pero la base de la montaña no se veía por ningún lado y las estaciones parecían más distantes entre sí de lo que nos pareció en la subida. Además, por si el cansancio no era suficiente, el calor del sol ya apretaba a esas horas y una vez en camiseta no tardamos en empezar a tostarnos. No teníamos ni crema solar ni agua que beber, tuvimos que comprar en la estación a precio de escándalo. Parecía que todo iba a peor cuando de repente vimos nuestra salvación, las nubes. Las nubes nos protegerían del sol.
Fue todo un alivio entrar en la nube. La temperatura se volvió de repente más suave y el ambiente más refrescante. ¿A qué huelen las nubes? A nada, pero se está muy bien ahí dentro. Lo agradecimos mucho.
No obstante, aunque caminar bajo las nubes se hacía más llevadero, el resto del camino hasta la 5ª estación se nos hizo una eternidad. Parecía que aquello nunca se iba a acabar, era como vivir despierto una pesadilla, fue entonces cuando comprendimos por qué subir el monte Fuji dos veces es también cosa de necios, iba a volver allí Rita. Sobre las 12 del mediodía llegamos por fin al aparcamiento desde donde habíamos partido a las 22:30 del día anterior.
Completamente destrozados lo primero que hicimos fue tiramos al suelo. Era el fin de la aventura. ¿Había merecido la pena subir el monte Fuji? Desde luego que sí, ver ese amanecer iba a ser inolvidable, pero la experiencia había sido tan dura que una vez en la vida sería suficiente. Para reponernos del cansancio nos dirigimos a un onsen (balneario) y el calor de las aguas termales fueron mano de santo para evitar el dolor de pies y las agujetas en nuestro cuerpo después de la caminata. Fue un premio a nuestro esfuerzo, nos lo merecíamos.
Ese día cada uno de nosotros había superado un gran reto personal y después de todo, y lo más importante, Alain ya podía afirmar con conocimiento que el monte Fuji tiene un cráter en la cima.
Una y no más.