«No ha pasado mucho tiempo entre aquel entonces y el día actual en el que escribo esto, la historia de un viaje, la historia de la muerte y resurrección del amor».No pasa mucho tiempo desde que abro este libro y me encuentro con estas palabras. No son las primeras de esta novela, pues, aunque podrían haberlo sido; sí las primeras de esta reseña. Las primeras porque anuncian la historia que hoy os cuento: la historia de un viaje, la historia de la muerte y resurrección del amor.
El viaje surge a raíz de la invitación a Andreas a un congreso en el sur de otro país. Aprovechan la oportunidad y emprenden el viaje juntos, realizando varias escalas a lo largo de ese país extranjero hasta recalar en esa ciudad sureña exótica, exuberante y maldita. Pero el viaje no es solo geográfico sino de introspección por parte de Silvia y también de aprendizaje y conocimiento; de conocimiento del mundo, de conocimiento de Andreas y de autoconocimiento.
Marie Luise Kaschnitz es maestra en el arte de describir esos clics que operan a veces en nuestras mentes y sentimientos, esos instantes en los que nuestro mundo se tambalea provocados por un mínimo detalle, una mirada si acaso, una palabra tal vez, inocuos en cualquier otro momento pero confabulados en ese en concreto con el centro oculto en el que habitan nuestras inseguridades; lo que dábamos por cierto e incuestionable es ahora una mueca grotesca, el abismo se abre a nuestros pies. La escritora alemana ya me había dado sobradas muestras de su talento en los volúmenes de relatos La niña gorda y La sonámbula pero, ahora, con su faceta de novelista, se confirman mis impresiones y se me revela como una autora indiscutiblemente ineludible.
Silvia es asaltada continuamente en su viaje por esos clics que Kaschnitz articula tan soberbiamente; pareciera que el cambio de ambiente y el pasar tanto tiempo con Andreas le estuviesen descubriendo facetas de este hasta entonces desconocidas. Ambos forman una joven pareja que convive desde hace cierto tiempo. No sabemos exactamente a qué se dedica él pero parece que está llevando a cabo algún tipo de investigación y escribiendo un libro sobre la misma. Ella no ha encontrado trabajo pero es feliz en casa aguardando cada tarde el regreso de él. Esa es su felicidad, la que ella ha elegido, no concibe otra. Como tantas otras mujeres su idea del amor es orbitar alrededor del amado. No hay preocupaciones ni mundo más allá de la pareja. Es la suya una sumisión y una anulación dulce e imperceptible.
Su felicidad (=tranquilidad) empieza a truncarse cuando comienza a percibir pistas que le indican que una pareja no es un único ente sino que está formada por dos individuos que no siempre han de pensar igual ni compartir sentimientos en el mismo momento ni entenderse sin palabras. Su amor, que hasta entonces la «había envuelto como una concha, dentro de la cual los rumores del mundo se reducían a un susurro tenue y monótono», ya no está libre de amenazas externas y, lo que es peor, tampoco internas, pues parece que la ingenua arrogancia con la que ella creía que los dos enamorados, únicos habitantes de esa concha, la preservaban indemne de ese vasto mar que es el mundo ajeno a ellos, ya no es suficientemente fuerte para salvaguardarla de las corrientes externas ni de los torbellinos interiores. Comienzan a surgir en Silvia dudas respecto al amor de Andreas y respecto al suyo propio. Nacen también en ella, por primera vez en mucho tiempo, evidencias de su posible existencia sin Andreas.
«Algo había despertado en mí, algo que yo llamaba lo propio, y no era consciente de que cada vez se hacía más grande y que llegaría a exigir sus propios derechos».Ese llegaría a, algo va a pasar, sucedió algo impensable y es para contar cómo ocurrió que escribo esto (que Silvia escribe) está presente a lo largo de toda la novela; los clics son guías en ese sendero que recorrió Silvia y por el que ahora nos conduce. Sin embargo, a pesar de esa ligera siembra de intriga y de esos abismos en el camino que se abren y cierran, Kaschnitz consigue hacer un narración calma y pausada, amén de regalarnos algunas escenas y diálogos brillantes y memorables. Supongo que ello es así por esa alianza inescrutable que se forja entre las reflexiones de Silvia y la opresiva, a la vez que repleta de posibilidades, ambientación que se nos desgrana a través de deliciosas descripciones; deliciosas y envenenadas descripciones que nos quitan la venda ante un microcosmos en el que vida y muerte se dan la mano.
Kaschnitz no sitúa su historia ni geográfica ni temporalmente. Sí lo hace la sinopsis de esta novela y, a poco que se conozcan unas pinceladas de la biografía de la autora o que ya se haya leído algo de ella, el lector también lo podrá hacer. Es en la Alemania de entreguerras donde vive la joven pareja y es a la Italia de la misma época a donde les lleva el congreso al que ha sido invitado Andreas. Y este contexto es importante, no imprescindible pero importante, al menos para el que esté abierto a beber de todas las posibilidades que ofrece esta novela, pues en muchos de sus pasajes vive latente una segunda lectura de la misma.
«Solo son importantes los tiempos en que las cosas se mueven».
[...]
«¿Incluso hasta la perdición?»
Bernina Express on the Brusio sprial viaduct. Fotografía de Hans-Rudolf Stoll
Se movían muchas cosas en esos tiempos que estaban a punto de explotar. Se movían muchas cosas entre Silvia y Andreas, un volcán de sentimientos, el suyo, a punto de erupcionar. ¿Incluso hasta la perdición? A esta pregunta, permitidme que no conteste. Leed esta novela y os contestaréis vosotros mismos; leedla y aprenderéis, tal y como hizo Silvia, que el amor comienza cuando se aprende a amar y que, para aprender a amar, antes hay que aprender a vivir, con la parte de muerte que ello implica. No es mal aprendizaje.
Leed a Marie Luise Kaschnitz.
« «No tenía ni idea de cuánto te gustaba el mar», le dije.
Andreas, de nuevo en la terraza, se revolvió, la silla de mimbre crujió.
«¿Y a ti?», preguntó, «¿a ti no te gusta?»
Sí, quise decir, a mí también. Pero de un plumazo, me invadieron sencillamente los más extraños pensamientos. Pensé en el movimiento de las superficies infinitas del agua que cubre la tierra, en todas las costas a las que venían a romper las olas durante la noche sin que un oído las escuchara o un ojo las percibiera. Pensé en la luna, ese cuerpo estelar y frío que domina secretamente los impulsos y las mareas, en la infructuosa amargura de esta agua y en los inservibles bosques de algas en sus profundidades.
«No», dije apresuradamente sin querer, «a mí no».
Y pasado un rato añadí con bastante oscuridad: «quien ama de esa manera el mar, no ama el futuro».
Andreas se asomó y observó el interior de la habitación. Preguntó riéndose: «¿qué tienes tú contra el mar? Tú no eres una de esas personas que aman la vida tranquila».
«Soy una persona que pertenece a la tierra», declaré solemnemente. Esta distinción se me ocurrió sobre la marcha, falsa a todas luces, y sin embargo me parecía haber resuelto de este modo un gran enigma.
Andreas no se sintió tan impresionado. «No te creo en absoluto», dijo.
«Pues sí», dije yo, «a mí me gustan los jardines y el orden: la vida, que continúa, y el suelo, que le da soporte».
Proseguí enumerando cosas sin orden ni concierto, me detuve al llegar al agua dulce, y luego no se me ocurrió nada más. Estuve esperando todo el tiempo a que Andreas dijera: pero si a mí me gusta también todo eso. Y como no decía nada, dije yo: «Y tú amas el mar y la noches, el olor a sal y los barcos, nada más que lo apátrida y lo infructuoso, y paisajes así, como la montaña yerma y sus olivos centenarios».
Y volví a esperar su refutación, pero guardó silencio de nuevo. Parecía haberle gustado mi idea y el hecho de que me ocupara de él de esa forma. Paseaba de un lado a otro sin dejar de fumar.
Seguramente no tenía la intención de herirme ni de ocultar su ser tras un enigmático silencio, estaría sencillamente cansado y quería un poco de tranquilidad. ¿Cómo podía yo pensar en la posibilidad, presa de la excitación y el aturdimiento, de que también los amantes podían estar tan lejos entre sí como lo están las ondulaciones del mar de las de la montaña, de modo que uno crea que algo es cuestión de vida y muerte mientras que el otro esté pensando en comer o en irse a dormir?»
my romantic balcony. Fotografía de Claudia Dea
Ficha del libro:
Título: El amor comienza
Autora: Marie Luise Kaschnitz
Traductor: Santiago Martín Arnedo
Editorial: Hoja de Lata
Año de publicación: 2018
Nº de páginas: 208
ISBN: 978-84-16537-38-9
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