Revista Arte

El Amor, como el Arte, es la más maravillosa subjetividad e irrealidad que existe.

Por Artepoesia
El Amor, como el Arte, es la más maravillosa subjetividad e irrealidad que existe. El Amor, como el Arte, es la más maravillosa subjetividad e irrealidad que existe. El Amor, como el Arte, es la más maravillosa subjetividad e irrealidad que existe.
Hasta el Renacimiento los pintores no se atrevieron a pintar el Amor como un fenómeno personal, existencial, y no únicamente como algo social o religiosamente establecido. Pero, claro, la Mitología ayudaría mucho a realizar ésto, ya que de otro modo hubiese sido totalmente imposible. Las escenas galantes propiamente, por muy elegantemente que se pintasen, no serían expresadas en un lienzo sino hasta el siglo XVIII y su inocente exaltación de los sentimientos. El Barroco mismo continuaría con los mitos -profanos o sagrados-, llevando su carnalidad más expresiva, divina en la mayoría de los casos, a niveles no alcanzados antes en el Renacimiento. Pero, al igual que este período artístico, no se demostraría aún en una obra pictórica la terrenal y subyugante fuerza del Amor en los humanos. Salvo un creador, que se anticiparía casi cien años. Pedro Pablo Rubens -el audaz y gran pintor barroco- plasmaría en 1635 en un lienzo, El Jardín del Amor, algo muy novedoso por entonces para una sociedad donde todavía el Amor no era precisamente el ingrediente decisivo -ni exigido- en las formas de relaciones establecidas socialmente.
El extraordinario pintor renacentista Tiziano se atrevió sin embargo, en 1516, a pintar un cuadro al que tituló El Amor Sacro y el Amor Profano. Es esta creación muy significativa para entender lo que este magnífico período en el Arte pudo lograr expresar con el Amor en una obra. Un total caos interpretativo. El amor sacro frente al amor profano, es decir, ¿es que había -hay- dos clases de amor? La representación de una escena -típicamente renacentista- sitúa a dos grandes personajes separados por el impenitente Cupido. La mujer vestida, doncella y pura, es precisamente el Amor Profano. La mujer desnuda, divina y promiscua -la diosa Venus griega-, es la que representaría al Amor Sacro. ¿Hay mayor contradicción? Pero, lógicamente, todo esto es una alegoría; es decir, una interpretación diferente -renacentista pura- de lo que el cuadro vívamente representa. 
Pero no una sino varias fueron las interpretaciones que a lo largo de la Historia se hicieron de esta extraordinaria obra. Para los renacentistas neoplatónicos, es decir, aquella filosofía en donde el mayor Bien proviene del Ideal excelso de lo inalcanzable, la Belleza terrenal es un reflejo de la Belleza celestial, y, por tanto, contemplar aquélla sería una forma inicial ya de alcanzar ésta. Pero hay otra interpretación, surrealista pero de interés al asunto de la entrada, que el escritor argentino Julio Cortázar dejaría para la Literatura Universal en su escrito Manual de Instrucciones, de su obra Historias de Cronopios y de Famas (1962). En ella desarrolla una descripción muy curiosa de una de las interpretaciones de esta obra de Tiziano:
Esta detestable pintura representa un velorio a orillas del Jordán. Pocas veces la torpeza de un pintor pudo aludir con más abyección a las esperanzas del mundo en un Mesías que brilla por su ausencia; ausente del cuadro que es el mundo, brilla horriblemente en el obsceno bostezo del sarcófago de mármol, mientras el ángel encargado de proclamar la resurrección de su carne patibularia espera inobjetable que se cumplan los signos. No será necesario explicar que el ángel es la figura desnuda, prostituyéndose en su gordura maravillosa, y que se ha disfrazado de Magdalena, irrisión de irrisiones a la hora en que la verdadera Magdalena avanza por el camino. El niño que mete la mano en el sarcófago es Lutero, o sea, el diablo. De la figura vestida se ha dicho que representa la Gloria en el momento de anunciar que todas las ambiciones humanas caben en una jofaina; pero está mal pintada y mueve a pensar en un artificio de jazmines o un relámpago de sémola.
Como el Amor...
(Obra Amor Sacro y Amor Profano, 1516, Tiziano, Galería Borghese, Roma; Lienzo de Rubens, El Jardín del Amor, 1635, en él se observan dos enamorados a la izquierda, se cree que el propio autor y su segunda esposa, Helena Fourment, mucho más joven que el pintor, y de la que estuvo arrebatadamente enamorado, Museo del Prado, Madrid; Obra romántica decimonónica, Adiós, 1892, del pintor francés Alfred Guillou, Museo de Bellas Artes de Quimper, Francia.)

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