Casi todos la conocimos con su espléndida saga Dos amigas (2011-2014), pero, antes de contar la historia de Lenù y Lila, Elena Ferrante (Nápoles, 1943) ya había publicado tres novelas breves e independientes entre sí, que en la actualidad se encuentran reunidas en el volumen Crónicas del desamor, a pesar de que, hay que insistir en ello, no conforman una trilogía. Su debut, El amor molesto (1992), se publicó por primera vez en España en 1996, de la mano de Destino. Es significativo que una editorial decidiera apostar por una escritora italiana desconocida, a sabiendas de que las expectativas de ventas no eran lo que se dice altas. Significativo, sí, y un indicativo de su calidad. Han tenido que pasar muchos años para que la autora reciba la atención que merece; lo que ha ocurrido con la tetralogía no es, en absoluto, un éxito efímero, sino el reconocimiento a una de las trayectorias más sólidas y brillantes de la literatura contemporánea. Y, sobra decirlo, Elena Ferrante ha mantenido el secreto sobre su identidad durante más de veinte años.Aunque se trate de su primera novela, El amor molesto condensa de forma admirable el universo Ferrante y anticipa muchas claves de su obra maestra: la perspectiva de género, la voz impúdica, la relación incómoda con Nápoles, las tensiones entre madre e hija, la mujer que abandona su tierra pero nunca se deshace de su origen embrutecido, los amores violentados. La narradora tiene mucho de Lenù, la protagonista de Dos amigas, pero también presenta ese punto sombrío de Lila, su amiga. Elena Ferrante no es una novelista amable, y todavía lo es menos en este libro (el término «molesto» ya da pistas al respecto). Sus palabras, siempre incisivas, construyen un ambiente sórdido, con personajes impregnados a su vez de esta «suciedad». La brevedad, además, exige un estilo conciso, más concentrado que en la saga, por lo que su prosa deslumbra aún más si cabe. La tensión narrativa es impecable de principio a fin; hay mucha emoción contenida en pocas páginas.Conocer a la madre, reconocerse a sí misma
Casi todos la conocimos con su espléndida saga Dos amigas (2011-2014), pero, antes de contar la historia de Lenù y Lila, Elena Ferrante (Nápoles, 1943) ya había publicado tres novelas breves e independientes entre sí, que en la actualidad se encuentran reunidas en el volumen Crónicas del desamor, a pesar de que, hay que insistir en ello, no conforman una trilogía. Su debut, El amor molesto (1992), se publicó por primera vez en España en 1996, de la mano de Destino. Es significativo que una editorial decidiera apostar por una escritora italiana desconocida, a sabiendas de que las expectativas de ventas no eran lo que se dice altas. Significativo, sí, y un indicativo de su calidad. Han tenido que pasar muchos años para que la autora reciba la atención que merece; lo que ha ocurrido con la tetralogía no es, en absoluto, un éxito efímero, sino el reconocimiento a una de las trayectorias más sólidas y brillantes de la literatura contemporánea. Y, sobra decirlo, Elena Ferrante ha mantenido el secreto sobre su identidad durante más de veinte años.Aunque se trate de su primera novela, El amor molesto condensa de forma admirable el universo Ferrante y anticipa muchas claves de su obra maestra: la perspectiva de género, la voz impúdica, la relación incómoda con Nápoles, las tensiones entre madre e hija, la mujer que abandona su tierra pero nunca se deshace de su origen embrutecido, los amores violentados. La narradora tiene mucho de Lenù, la protagonista de Dos amigas, pero también presenta ese punto sombrío de Lila, su amiga. Elena Ferrante no es una novelista amable, y todavía lo es menos en este libro (el término «molesto» ya da pistas al respecto). Sus palabras, siempre incisivas, construyen un ambiente sórdido, con personajes impregnados a su vez de esta «suciedad». La brevedad, además, exige un estilo conciso, más concentrado que en la saga, por lo que su prosa deslumbra aún más si cabe. La tensión narrativa es impecable de principio a fin; hay mucha emoción contenida en pocas páginas.Conocer a la madre, reconocerse a sí misma