El amor molesto - Elena Ferrante

Publicado el 27 julio 2016 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Lumen, 2015 (trad. Juana Bignozzi; prólogo de Edgardo Dobry)Páginas:176ISBN:9788426403193Precio:25,90 €Esta novela se puede encontrar en el volumen Crónicas del desamor.
Casi todos la conocimos con su espléndida saga Dos amigas (2011-2014), pero, antes de contar la historia de Lenù y Lila, Elena Ferrante (Nápoles, 1943) ya había publicado tres novelas breves e independientes entre sí, que en la actualidad se encuentran reunidas en el volumen Crónicas del desamor, a pesar de que, hay que insistir en ello, no conforman una trilogía. Su debut, El amor molesto (1992), se publicó por primera vez en España en 1996, de la mano de Destino. Es significativo que una editorial decidiera apostar por una escritora italiana desconocida, a sabiendas de que las expectativas de ventas no eran lo que se dice altas. Significativo, sí, y un indicativo de su calidad. Han tenido que pasar muchos años para que la autora reciba la atención que merece; lo que ha ocurrido con la tetralogía no es, en absoluto, un éxito efímero, sino el reconocimiento a una de las trayectorias más sólidas y brillantes de la literatura contemporánea. Y, sobra decirlo, Elena Ferrante ha mantenido el secreto sobre su identidad durante más de veinte años.Aunque se trate de su primera novela, El amor molesto condensa de forma admirable el universo Ferrante y anticipa muchas claves de su obra maestra: la perspectiva de género, la voz impúdica, la relación incómoda con Nápoles, las tensiones entre madre e hija, la mujer que abandona su tierra pero nunca se deshace de su origen embrutecido, los amores violentados. La narradora tiene mucho de Lenù, la protagonista de Dos amigas, pero también presenta ese punto sombrío de Lila, su amiga. Elena Ferrante no es una novelista amable, y todavía lo es menos en este libro (el término «molesto» ya da pistas al respecto). Sus palabras, siempre incisivas, construyen un ambiente sórdido, con personajes impregnados a su vez de esta «suciedad». La brevedad, además, exige un estilo conciso, más concentrado que en la saga, por lo que su prosa deslumbra aún más si cabe. La tensión narrativa es impecable de principio a fin; hay mucha emoción contenida en pocas páginas.Conocer a la madre, reconocerse a sí mismaTodas las novelas de Elena Ferrante empiezan con la acción in media res. En concreto, comienzan cuando ha ocurrido un hecho trascendental para la protagonista y narradora (la desaparición de su amiga en La amiga estupenda, la ruptura con su marido en Los días del abandono, un accidente de tráfico en La hija oscura). A partir de aquí, se lleva a cabo una retrospección para comprender cómo se ha llegado a ese punto. En El amor molesto, el acontecimiento es la muerte de la madre de la narradora: «Mi madre se ahogó la noche del 23 de mayo, día de mi cumpleaños». Estamos a finales del siglo XX y nos habla Delia, una mujer de cuarenta y cinco años, sin hijos, dibujante de tebeos —la profesión artística es otro motivo recurrente de Ferrante—. Hace tiempo que se estableció lejos de Nápoles, pero la noticia del ahogamiento de su madre la obliga a regresar. Tratará de reconstruir los últimos días de vida de su madre, Amalia, y con ello se redescubrirá a sí misma, la parte de sí misma que ha intentado reprimir. La autora, por cierto, dedica esta novela a su madre.Cuando se entra en la casa de una persona muerta recientemente, es difícil creerla desierta. Las casas no conservan fantasmas, pero mantienen los efectos de los últimos gestos de vida. Lo primero que oí fue el chorro de agua que llegaba desde la cocina, y durante una fracción de segundo, con una brusca torsión de lo verdadero y lo falso, pensé que mi madre no estaba muerta, que su muerte había sido solo el objeto de una larga y angustiosa fantasía iniciada quién sabe cuándo. Tenía la seguridad de que estaba en casa, viva, de pie delante del fregadero, lavando los platos y murmurando para sí misma. Pero los postigos estaban cerrados y el piso a oscuras. Encendí la luz y vi el viejo grifo de latón que vertía agua copiosamente en el fregadero vacío.En apariencia, Amalia era una costurera pobre y anodina, con sus vestidos anticuados y sencillos de anciana que nunca ha conocido el lujo. Sin embargo, cuando encuentran su cuerpo, Amalia solo lleva puesto un sujetador de raso, nuevo, y tiene restos de maquillaje. Delia indaga en la vida secreta de su madre, en la que se vislumbra la sombra de un hombre inquietante. No obstante, a pesar de que el planteamiento pueda inducir a tomarla por una novela negra, el tema central no es tanto el misterio sobre su muerte como el viaje de descubrimiento de la hija. Como madre, Amalia no fue una mujer afectuosa, y la comunicación con Delia distaba de ser fluida («Con ella yo solo sabía ser contenida y poco sincera.», p. 24). Delia, por su parte, hizo todo lo posible por alejarse de la atmósfera de la Nápoles de posguerra de su infancia —una ciudad que bebe mucho de la que retrata Anna Maria Ortese en El mar no baña Nápoles (1953)—, lo que implicaba alejarse de su madre, convertirse en una mujer adulta diferente a ella (el oficio creativo, la condición de soltera, el idioma italiano sin rastros de dialecto).Ahora que estaba muerta, alguien le había raspado los cabellos y le había deformado el rostro para reducirla a mi cuerpo. Sucedía después de que, durante años, por odio, por miedo, hubiera deseado perder todas sus raíces, hasta las más profundas: sus gestos, las inflexiones de su voz, el modo de agarrar un vaso o beber de una taza, cómo se ponía una falda, cómo un vestido, el orden de los objetos en la cocina, en los cajones, las modalidades de los lavados más íntimos, los gustos alimentarios, las repulsiones, los entusiasmos, y luego la lengua, la ciudad, los ritmos de la respiración. Todo rehecho, para convertirme en yo y separarme de ella.Con todo, el regreso al barrio, a la casa de su madre, supone una revelación: no solo no ha dejado atrás a su madre, sino que termina por asumir todo lo que tienen en común. El dialecto vuelve a ser un elemento que simboliza este particular retorno: «Era la lengua de mi madre, que por cierto había tratado inútilmente de olvidar junto con tantas otras cosas suyas.» (p. 35). Al igual que en Dos amigas, y sobre todo en La niña perdida, Elena Ferrante plantea una relación entre madre e hija complicada y distante, en la que la hija solo se reconcilia con su progenitora cuando la pierde o está a punto de perderla. Concibe la maternidad con dureza, pero, aunque parezca una contradicción, su perspectiva de la madre está más fortalecida que la del padre. En La amiga estupenda, el padre de Lenù era un hombre pusilánime, apenas un fantasma en la vida familiar, mientras que el de Lila encarnaba un rol amenazante para sus hijos y su esposa. La protagonista de El amor molesto tiene un padre ausente que maltrató a la madre. Delia se posicionó a favor de su progenitora («había sentido la violencia doméstica de mi infancia y mi adolescencia, que volvía a mis ojos y oídos como si chorreara a lo largo de un hilo que me unía a ella», pp. 52-53). Ahora, Delia se reencuentra con su padre, que, a todo esto, es pintor: de forma inconsciente, Delia se dedica a una profesión artística, como él, un lazo que la une (una vez más) a alguien de quien querría desprenderse.El hilo de la sangreEl amor molestoestá lleno de simbolismo de la intimidad femenina, que se evidencia desde la frase inicial: la madre se ahoga el día del cumpleaños de su hija mayor, precisamente en el aniversario del día que se convirtió en madre y nació Delia. Lleva un sujetador de raso; emblema de feminidad. Cuando Delia regresa a Nápoles, tiene el periodo, es decir, el proceso fisiológico por el que las mujeres pueden quedarse embarazadas, aunque ella no haya tenido hijos (otro tema: no habrá nadie después de ella, se cierra el ciclo). En un determinado momento, se mancha las bragas de sangre. Se pone unas de Amalia, y con ello traza un hilo invisible entre madre e hija por la ropa interior compartida, por lo más íntimo, por lo exclusivo de las mujeres. Nadie escribe sobre la vagina, la menstruación, los tampones y las bragas sucias con la ferocidad de Elena Ferrante. Su voz impúdica, brutalmente honesta, emplea elementos que la mayoría de escritores y escritoras omiten, y se sirve de ellos para dar forma a una trama en la que estos resultan providenciales. En su saga, el personaje de Lila, a priori la más fuerte de las amigas, se revela frágil en lo relativo a la sangre y los procesos fisiológicos. Ese interés por lo íntimo en su sentido más primario tiene su origen aquí, en El amor molesto.Por otro lado, no había querido o no había logrado arraigar a alguien en mí. Después de un tiempo, también había perdido la posibilidad de tener hijos. Ningún ser humano se separaría de mí con la angustia con la que yo me había separado de mi madre solo porque no había logrado adherirme a ella definitivamente. No habría nadie más y nadie menos entre yo y otro hecho de mí. Seguiría siendo yo, hasta el fin, infeliz, descontenta de lo que había arrastrado furtivamente fuera del cuerpo de Amalia. Poco, demasiado poco, el botín que había logrado arrebatarle arrancándolo a su sangre, a su vientre y a la medida de su aliento, para esconderlo en el cuerpo, en la materia iracunda del cerebro. Insuficiente. ¡Qué maquillaje ingenuo y atolondrado había sido tratar de definir como «yo» esa fuga obligada de un cuerpo de mujer, aunque me hubiese llevado de él menos que nada! No era ningún yo. Y estaba perpleja: no sabía si lo que iba descubriendo y contándome, desde que ella no existía y no podía rebatirlo, me producía más horror o más placer.Esta «obscenidad» para abordar lo íntimo se pone en práctica asimismo en las relaciones entre hombres y mujeres, crudas y sin ningún romanticismo. Por un lado, las de la madre: la sexualidad de personajes maduros y no casados; Elena Ferrante se mete de lleno en territorios poco explorados en literatura, sin miedo, sin pudor. Por el otro, las relaciones de la propia Delia, una mujer soltera de mediana edad, que se reencuentra con Antonio, con quien descubrió la sexualidad —un chico moreno, tosco, como el Antonio de Dos amigas, que tiene un rol similar—. Los hombres, empezando por el padre de Delia, aparecen como personajes turbios y de poco fiar, lejos de la idealización adolescente. Se les describe con pocas pinceladas, suficientes para darles cuerpo. El sexo, insatisfactorio, se narra sin una pizca de erotismo (el erotismo está en lo externo al sexo, en el sujetador de raso, en los juegos preliminares).La infancia es una fábrica de mentiras que perduran imperfectamente; la mía al menos había sido así. Pero sentía las voces de los niños en la calle y me parecía que no eran diferentes de cómo yo había sido; chillaban en el mismo dialecto; cada uno de ellos se creía otra cosa; eran invenciones, mientras pasaban las tardes en las aceras desoladas bajo la mirada del hombre de la camiseta. Corrían en los triciclos e intercambiaban insultos alternándolos con gritos penetrantes de alegría. Insultos con fondo sexual; en su jerga obscena se insertaba a veces, con obscenidad aún más sangrienta, la voz del hombre de la barra.En todo eso está el amor molesto: en el amor de los hombres que vejan a las mujeres, en el amor contenido y tenso de la madre a la hija y de la hija a la madre, en el amor de un padre que nunca hizo lo que se espera de un padre, en el amor a una ciudad que provoca desarraigo y sin embargo vuelve a acogerla. En todos esos amores incómodos y difíciles de expresar, porque la vida está llena de ambigüedades, omisiones y medias verdades, y de esto Elena Ferrante sabe mucho. El libro, teñido de una atmósfera de intriga sin ser un libro de intriga como tal, se puede considerar a su modo una novela «molesta», porque la autora es despiadada con sus personajes; y su narración, sutil y descarnada, deconstruye con maestría todos los tópicos sobre la feminidad y el amor maternal. Que quede claro: El amor molesto no es la hermana pequeña de Dos amigas. Es una novela con entidad propia, más intensa, convulsa y sórdida, y, sí, es igualmente soberbia.Citas en cursiva de las páginas 41, 86, 86-87 y 164.Fotografías de Nápoles en la posguerra aparecidas en un reportaje de la revista Time a propósito de Elena Ferrante.