Un hombre, acaso un tanto ingenuo, que creía en la fraternidad universal, en la justicia social y en la redención de la clase obrera. Y que no se quedó en teorías de salón sino que predicó con ejemplo. Luchó por esos ideales durante la II República, y coherente con sus ideas pacifistas, se enfrentó a sus correligionarios anarquistas y a los comunistas, con Santiago Carrillo a la cabeza, para salvar la vida de miles de personas del bando contrario.
Salvó, entre otros, al general Muñoz Grandes, el futbolista Ricardo Zamora, o los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero. En la checa que él mismo creó en 1936 (la del palacio de Viana) no había sacas, ni fusilamientos, y llegó a dar acogida a seis monjas de la caridad.
Un excelente ejemplo de humanismo, de amor y respeto por todo ser humano. Felicito al autor por traer a la memoria este gran hombre que amaba la no violencia.