Remitido por Pucho Méndez
Es un placer leer una “opera prima” tan buena como "El Anarquista que se llamaba como yo". No se si merece mucho la pena entrar en la discusión sobre el futuro de la novela; que algunos cuestionan en su formato clásico (como es este caso) y apuestan por otras alternativas estructurales como única posibilidad de supervivencia y nos remiten a la obra de Don Delillo y otros autores que se afanan en encontrar nuevas vías de novelar. Creo, y como ejemplo esta novela, que el futuro, como siempre, está en la obra de calidad, ya sea esta innovadora o clásica pues siendo así tendremos siempre lectores ávidos que garantizan su supervivencia.
Pablo Martín nos relata aquí la invasión del territorio español en 1924, por un grupo de anarquistas españoles residentes en Francia, que deciden que ya es el momento de provocar la revolución y terminar tanto con la dictadura de Primo de Rivera como con la monarquía de Alfonso XIII. Lamentablemente toda la chapuza invasora terminará en un auténtico fracaso.
Durante la invasión nocturna de Vera de Bidasoa se produce la muerte de dos guardias civiles y posteriormente, en un juicio sumarísimo (totalmente injusto), se determina la condena a muerte de tres anarquistas entre los que se encuentra el protagonista de la novela. La historia transcurre en una España cutre, miserable, dictatorial y caciquil, en la que el pueblo aguanta y sufre y los oligarcas y políticos de pacotilla disfrutan de la riqueza. Son aquellos años de principios de siglo con atentados, quema de iglesias, semana trágica de Barcelona etc. que no harán más que preparar el caldo de cultivo para el futuro golpe de estado de Franco y la consiguiente guerra civil.
Me encantó la ambientación de la novela, lo bien contada que está y me recordó la novela de Josefina Aldecoa “Historia de una maestra”, que para mi es inolvidable. Debo decir que el autor sabe casar la historia y la ficción con rigor y amenidad y nos incrusta, en medio del entramado político, una bellísima historia de amor con final inesperado. Merece la pena leerla por buena y por el poso de satisfacción que deja al terminar su lectura.