Al contrario de la vida rural, donde las formas de vida son más previsibles y la dinámica de las costumbres más arraigada, el campo de acción urbano es generador de libertad, incluso de la libertad que otorga el anonimato:
"Visto por el lado más positivo, lo urbano propiciaría un relajamiento en los controles sociales y una renuncia a las formas de vigilancia y fiscalización propias de colectividades pequeñas en que todo el mundo se conoce. Lo urbano, desde esta última perspectiva, contrastaría con lo comunal."
Está claro que para muchos vivir entre una multitud no es sinónimo de sentirse acompañado. Son esos seres anónimos, los que viven en pisos solitarios, los espíritus más vulnerables a ser captados por las formas más agresivas de la religión, aquellas que hacen proselitismo en la calle (el ejemplo más radical serían los hare krishna). Así, sentirse parte de algo, acceder a una explicación del mundo con un pleno sentido interno y sin fisuras, es una tentación grande para alguna gente. La mayoría se conforma con sobrevivir en el laberinto de calles que conforma la ciudad y dotarse de una especie de rutina que siempre en peligro de ser alterada por los acontecimientos más peregrinos, porque no todo lo que sucede, sobre todo en los no-lugares, en los lugares de tránsito a los que nos vemos obligados a acceder con regularidad, tiene sentido en la conformación de nuestras biografías individuales, pero puede tenerlo en la biografía secreta de ese ente superior que es la ciudad:
"El actor de la vida pública percibe y participa de series discontinuas de acontecimientos, secuencias informativas inconexas, materiales que no pueden ser encadenados para hacer de ellos un relato consistente, sino, a lo sumo, sketches o viñetas aisladas dotadas de cierta congruencia interna."