En general, las organizaciones masónicas suelen articular su trabajo por períodos anuales. Son los llamados cursos o ejercicios masónicos, que comienzan tras el período veraniego y finalizan en el mes de junio del año siguiente. Es el momento en el que se suele hacer balance de lo vivido y del trabajo hecho. Llegados a este punto no puedo evitar echar la vista atrás y recorrer con el recuerdo lo que ha sido este año para mí, en el que se ha celebrado el décimo aniversario de la Logia Rosario Acuña. Diez años dan para mucho. A momentos uno tiene la percepción de que todo ha ido muy deprisa, pero también hay que decirlo, hay instantes en los que el tiempo parece detenerse y las imágenes se hacen eternas. Sin lugar a dudas ha merecido la pena.Memoria he de hacer de cómo empezó el curso masónico: Un programa de actos y actividades ambicioso que en un primer momento se me antojaba casi imposible. Sin embargo, si Rosario Acuña tiene algunos méritos, estos son, al menos por el momento, la capacidad de trabajo, entrega y arrojo. Lo ha demostrado en el pasado inmediato colocándose en la primera línea de un debate de enorme trascendencia para el propio Gran Oriente de Francia, y lo ha demostrado continuamente abriendo sus puertas una y otra vez, haciendo un trabajo constante por transmitir una imagen normalizada y seria de lo que es y hace la Francmasonería.
La ocasión que proporcionaba el décimo aniversario no podía ser una excepción.
El año se ha cerrado como corresponde: Con una buena comida en la que, además, se pudo descubrir el busto de Rosario Acuña al que ya me referí en un pequeño artículo escrito hace unos días, obra de Luis Gámez Lomeña, y que fue otro fruto largamente cultivado y mimado.
No ha cesado el trabajo. Me las prometía muy felices con el albor veraniego pero nuevos proyectos se agolpan, uno tras de otro, reclamando preferencia. Traducciones, artículos, nuevas labores de exteriorización, y buenas ideas ajenas a emular en esta tierra asturiana en la que el desarrollo de la masonería siempre ha sido tan complicado. Continuaremos pues dando silenciosamente que hacer. Seguiremos todo recto, como siempre, ciegos y sordos al ruido y a quienes lo provocan, pero atentos a cuanto verdaderamente importa y merece la pena, y que engrandece esta ya tres veces centenaria Institución, poblada a lo largo del tiempo por hombres y mujeres valientes, que han sido capaces de construir algo junto a los demás y ofrecérselo a las generaciones venideras.
¡Feliz verano!