Hay ambición en la historia que cuenta J.C. Chandor y en la forma que utiliza para contarla: una puesta en escena reposada, más bien clásica, con miras a ser una "gran película". Yo no pude dejar de pensar en
El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) -Oscar Isaac recuerda a un joven Pacino- porque detrás del personaje de Jessica Chastain se adivina un universo mafioso que se mantiene siempre en el plano referencial, para mí uno de los grandes aciertos de la película.Al final, Abel descubre que su éxito estaba tan manchado como el de los mafiosos a los que no quería parecerse. Su propia mujer y ese consiglieri que es Andrew Walsh (Albert Brooks) han conseguido engañarle para hacer trampas a sus espaldas, mientras él mantenía su conciencia limpia. En la última escena -¡Que recuerda a Casablanca (Michael Curtiz, 1942)!- el propio protagonista aclara que siempre tuvo claro que alcanzaría sus objetivos, pero que la cuestión clave era qué camino tomaría para conseguirlos. Antes hemos visto cómo desde el terreno que ha comprado Abel se puede ver el perfil de la ciudad de Nueva York. Una imagen de esperanza que es negada inmediatamente cuando aparece Julián (Elyes Gabel), uno de sus empleados -su Caín- que ha fracasado en el intento de emular la rectitud de Abel. La sangre de Julián acaba mezclándose con el petróleo con el que Abel negocia y sobre esos líquidos se levantará su futuro imperio empresarial.