"El año que duró dos segundos" de Rachel Joyce

Publicado el 19 marzo 2015 por Librosquevoyleyendo @librosqvleyendo

Sinopsis

La divergencia entre la hora solar y la hora atómica obliga a ajustar los relojes de todo el mundo cada tantos años. La corrección, que consiste en detener las agujas uno o dos segundos, da pie a una duda de orden filosófico: esa fracción de tiempo ¿existe o es ficticia? ¿Son reales las cosas que suceden justo en esos breves instantes? En esta curiosa paradoja se ha inspirado Rachel Joyce —autora del gran éxito El insólito peregrinaje de Harold Fry— para escribir su segunda novela, en la que narra con maestría el desmoronamiento de una familia, iluminando los rincones más oscuros de las vidas de los personajes en busca de la verdad emocional, hasta culminar en un sorprendente desenlace.En 1972, año en que empezó a realizarse la sincronización de los relojes, Byron Hemmings tiene once años y su madre lo lleva en su lujoso Jaguar a Winston House, una escuela privada para niños de familias pudientes. Diana conduce con prisas y, en un instante de distracción, atropella a una niña que va en bicicleta. Sin detenerse, sigue su camino, pero tanto madre como hijo comprenden que su vida ya no será la misma. Byron comienza a hacerse preguntas y Diana, atormentada por la culpa, entabla una extraña relación con la madre de la niña herida, con quien pasa largas horas intercambiando confidencias. Así, el brillante caparazón de la familia perfecta muestra sus primeras grietas: mientras Seymour, el marido de Diana, obsesionado por controlarlo todo, teme que salga a la luz el turbio pasado de su mujer, Byron se convierte en testigo involuntario de las fisuras de una realidad que creía sólida y segura
Datos Técnicos
Editorial: Salamandra
Número de páginas: 288 Encuadernación: Tapa blanda // Epub ISBN: 9788415630845 Año de edición: 2014 Precio: 11,95€
Sobre el autor: Rachel Joyce
Impresiones
Como lectora, odio las novelas obvias”. Esto aseguraba con ímpetu la escritora Rachel Joyce en una entrevista a El País. Con esta declaración, la verdad es que sus obras tienen una ardua tarea por delante: la de no tratar un argumento demasiado evidente y convincente. Al fin y al cabo, las novelas que sean demasiado intuitivas, no perduran en nuestra mente por mucho tiempo. Y digamos que para nada son evidentes.
Tras el éxito de El insólito peregrinaje de Harold Fry, la autora y guionista británica con un apellido que nos recuerda a uno de los grandes de la literatura del siglo XX, nos sorprende de nuevo con El año que duró dos segundos (2015), una magnífica novela donde se unen las descripciones del tiempo atmosférico y las reflexiones sobre el tiempo cronológico, construyendo una historia donde las palabras son magia y con unos giros inesperados en los que nada es lo que parece ser.
“Por la noche salía la luna, pálido trasunto del sol, y se derramaba por las colinas en tonos de azul plateado”.
“Solo Byron seguía recordándolo. El tiempo había cambiado. Su madre había atropellado a una niña”.
El ritmo de la novela se va llevando a través de dos historias paralelas que convergirán de la manera más casual posible. Por un lado tenemos al chico Byron, cuya madre atropella un día a una niña cambiando a partir de ahí sus vidas de forma total y, por otro, está Jim, un hombre que estuvo internado en un centro psiquiátrico debido a un trastorno que padece que le hace sentir que hace daño a todo el mundo de su alrededor. ¿Por qué? Pues debido a los dos segundos de más que se añadieron al tiempo en el año 1972. También James Lowe, el amigo de Byron, participará de esos hechos convirtiéndolos en una pesquisa infantil. En este sentido, inspira ternura e inocencia, semejándose a esos libros de iniciación en la que desde la infancia vas abriendo los ojos a la cruda realidad.
“Eso es lo que nadie quiere entender. Dos segundos son muchísimo. Es la diferencia entre que ocurra algo y no ocurra. Es el tiempo que se tarda en dar un paso de más y caer por un precipicio. Es muy peligroso”.
El año que duró dos segundos es magia, pero también encontramos preocupación social. La autora penetra en la mente de una persona que padece un trastorno psicológico e intenta entenderlo, además de que describe la amistad ‘interesada’ que surge entre dos mujeres de ambientes económicamente contrapuestos: Digby Road, una urbanización donde “la basura se acumulaba en alcantarillas” y “se veían cuerdas de tender con sábanas y prendas descoloridas”, y Cranham House, una casa de campo alejada de los tumultos y en la que está muy presente la suntuosidad y los elementos que denotan riqueza.
Es esta una novela para deleitarse con las palabras, para disfrutar con calma, como el té mientras se derrite el azúcar. Digamos que la autora quería hacernos reflexionar, ya que como ella misma afirma en el epílogo:
“¿Cómo sabemos que nuestra noción del tiempo es precisa? ¿Cómo podemos estar seguros de que existe un solo cielo? ¿Cómo llegar a comunicarnos de verdad si las palabras albergan tantos significados distintos y subjetivos? Todas estas preguntas me rondaban mientras escribía”.
Qué empatía con esta historia, cuando yo me debato tantas veces sobre este paso desenfrenado del tiempo.

Reseñado por Tensy Gesteira

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