Encontré la feliz expresión 'desanimado anonimato interior' en un libro sobre la personalidad y el síntoma. Viene a cuento de ese monólogo aburrido y mortecino que demasidas veces mantenemos con nosotros mismos, o si se quiere circularmente entre el yo y el yo.
Desanimado porque no despliega demasiada alegría, ni demasiada solidaridad ni deseos de lazo social, ni el respeto debido a los otros, al contrario, más bien contiene las 'incansables astucias del amor propio' que diría La Rochefoucauld.
Anonimato porque realmente no se sabe quién es el auténtico responsable de tanto empecinamiento, de dónde viene ese monólogo ensordecedor, ese empecinamiento en ese run-run agotador, lo que la gente llama 'darle vueltas'. ¡Y tanto!
Interior porque siendo 'soliloquium', hablar en solitario, no se efectúa en voz alta, como en una representación teatral, sino siempre bajo la forma de la rumiación. El gran rumiador, la gran rumiadora, constituyen un peligro para la convivencia y el encuentro social, amantes como son de sus propios pensamientos hasta el punto de que se olvidan de ser, simplemente piensan. Laberínticamente.
Ese teatrillo interior demuestra que permanecemos demasiado tiempo hablándonos a nosotros mismos como si en realidad habláramos a otro. He ahí la confusión. Un teatro donde no dejamos entrar a nadie. En resumidas cuentas todo esto nos lleva a la idea de lo difícil que se nos presenta la tarea de abrirnos al mundo, que aceptemos dejar de dormir, que espabilemos, que salgamos de su aburrido soliloquio silencioso, que dejemos de darle vueltas y nos apresentemos a hacer algo por los otros, que dejemos en paz el ombligo y nos acerquemos a indagar de verdad sobre la lógica de las formaciones del inconsciente y que aceptemos la división subjetiva. Que rectifiquemos cediendo amor propio, amor a los recuerdos, a las nostalgias, a las hazañas, a los logros, cediendo esos amores para poder aportar algo nuevo, algo mejor, algo por los otros, en una tarea de rectificación subjetiva para la que se precisa no sólo el coraje de salir de la cárcel personal que es el amor propio y el amor a los propios pensamientos.
Para salir de la cárcel privada que es el culto al yo, el culto a la personalidad, la adoración al cuerpo, del éxito a toda costa, hay que aceptar el fracaso, que es tanto como aceptar el paso del tiempo. Y aceptar tener un nombre en el exterior, saliendo del anonimato interior.
De la sección del autor en "Curiosón": "Vecinos ilustrados" @Aduriz2013