He ido muchas veces a Miami; la he caminado hasta el cansancio, he viajado en moto por ahí, he estado cómoda de copiloto en algún carro, he esperado por horas un bus para llegar a cualquier lugar. Vuelvo, porque ahí están mis amigos, porque hago pausa entre un vuelo y otro, porque puedo dormir. Miami siempre es un respiro.
Y si algo me gusta de las ciudades, es cuando se vuelven inesperadas. Aunque Miami no está diseñada para ir andando, tiene algunos lugares a los que vale la pena llegar. Ya me pasó una vez, cuando fui aVilla Vizcaya a caminar, porque un sitio así parece estar en cualquier otra ciudad, pero no en esta a la que todos llegan buscando playas y compras. Me pasó ahora, cuando fui al silencio de un monasterio que no sabía que estaba allí, al lado de la West Dixie Highway aunque para saber dónde era eso, tuve que revisar bien el mapa y tratar de ubicarme -en vano- entre el norte y el sur.
Pero sí, hay un antiguo monasterio español reposando entre jardines y flores. Nada más al llegar, me atrapó el olor a madera vieja del museo breve que está en la entrada. Di un vistazo rápido, no me detuve a ver ni leer nada porque lo haría antes de irme. Así que tomé un folleto de esos que explican la historia y avancé, para revisarlo de tanto en tanto, buscando algún detalle y traerlo luego doblado en la mochila.
Quería ir a los jardines: amplios, verdísimos, con esos árboles de formas raras y para llegar ahí, hay que pasar por un portón de hierro que, supe después, fue forjado a mano y pesa más de mil kilos, y tiene una piedra con la fecha en la que se terminó de construir el monasterio: año 1141. Para más detalle, el jardín tiene casi mil plantas, estatuas, piezas medievales y fuentes. No tomo fotos de ninguna estatua, ni de las armaduras de hierro que tanto llamaron mi atención. Solo las observo y sigo mi camino. Me detengo, eso sí, en los pasillos de los claustros, en los arcos, toco las paredes, cierro los ojos, veo hacia el patio central, vuelvo a los arcos. Y así, hasta completar toda la vuelta.
"La construcción del monasterio y claustros de San Bernardo de Claraval comenzó en Sacramenia, España, en el año 1133, casi 350 años antes que Cristobal Colón zarpara al nuevo mundo. Terminado en 1141 AD, el monasterio fue dedicado a la Virgen María y fue nombrado "El Monasterio de nuestra Señora, Reina de los Ángeles". Monjes cistercienses ocuparon el monasterio durante casi 700 años".
Hay algunos detalles que me dan curiosidad: los pisos son desiguales porque eran escombros compactados por los pies de los monjes, durante muchos siglos; la capilla era antes la antigua cocina, pero ahí sigue una campana de hierro con la que llamaban a los monjes a comer; y un escudo de mármol que -según leí- es el escudo de armas del Rey Alfonso VII.
En el antiguo monasterio español hay todo el silencio que se puede esperar de un lugar así. Un lugar distinto, dentro de una ciudad con ansias de sol. Una historia pertinente, sobre todo cuando se sabe que cada piedra del monasterio fue colocada en poco más de once mil cajas de madera que viajaron desde España a Estados Unidos en 1925, para luego reconstruirlo durante 19 meses y casi 1.5 millones de dólares después. Sí, eso también lo leí en el folleto.