En Argentina, es curioso, pero no casual, que los voceros amarillos del discurso del poder (empezando por el propio presidente) utilicen un lenguaje extremadamente limitado e infantilizado. Explican con argumentos pobres, vacíos, llenos de vaguedad, lo que se ha definido como "neolengua" (idioma ficticio que inventó el autor británico George Orwell para su novela antiutópica "1984"). Argumentos como "pasaron cosas", "la pesada herencia", "se robaron todo", que, por un lado, coincide con el carácter anti-racionalista de sus bases antihumanistas y cuasi fascistas y que, por otro, los hace impenetrables, no se lo puede atacar porque carecen de lógica y sustancia, son solamente "vaguedades" basadas en la emoción y alejadas de todo razonamiento: la inutilidad del argumento desmaterializa toda posibilidad de discusión y debate. El resto del relato del poder ni siquiera es necesario que lo expresen sus voceros oficiales. Para ello, existe el aparato de construcción discursiva (medios, literatura, redes, instituciones educativas, etc.)
Con distintos matices discursivos, cada país elige su propio fascista o su propio modelo de antihumanismo en el que, detrás de las máscaras, siguen las mismas y viejas reivindicaciones totalitarias.
Neolengua, antihumanismo y normalidad. El modelo de dominación llevado al corazón de los dominados, la creencia de que no hay alternativa, la sumisión ante lo inabarcable del poder, la promesa irracional de que lo bueno, lo realmente bueno, viene después de la muerte, siempre que mi comportamiento sea disciplinado en esta vida, ¿qué disciplina? la de la normalidad, ¿qué normalidad? la del Poder. La del antihumanismo imperante que soportamos y sostenemos todos.