El Apocalipsis se conjura contra Trump

Publicado el 06 febrero 2017 por Clarena Roux @clarenaroux
“Los cuatro jinetes del Apocalipsis se conjuran contra Donald Trump (y contra todos nosotros)”.
- La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, proclamando y demostrando con sus acciones que el único credo al que estará sujeta su presidencia será el americanismo y no el globalismo, ha tenido un efecto inmediato sobre el sistema nervioso de las élites financieras, sus mariachis de Hollywood, sus oenegetas siempre ávidas de dinero y sus @#$%& mediáticas a uno y otro lado del Atlántico.
Lo mejor que podemos destacar de Donald Trump en el prólogo de su mandato es el mérito de tener tan rabiosamente en contra a tantos y tan grandes canallas. Que sus primeras órdenes ejecutivas coincidan con lo que prometió a los electores durante la campaña, no parece haber conturbado la sensibilidad democrática de los que se erigen hoy en paladines de la libertad. Hasta en ese punto, Donald Trump está resultando ser un presidente radicalmente transgresor. Que un mandatario cumpla lo que promete a su pueblo está resultando demasiado turbador para un sistema donde las decisiones y los acuerdos se establecen casi siempre a espaldas de lo que ese mismo pueblo, y no las élites, haya elegido.
Admito que no imaginé que los condotieros moverían a sus lacayos contra Trump. Mejor dicho, mi error fue de cálculo. No pensaba que el histerismo deliberadamente desatado en contra del presidente se produciría con el cielo de Washington aún humeante por los fuegos artificiales que fueron lanzados durante los fastos del día 20. Ingenuamente pensé que esperarían unos meses, o al menos unas semanas, para comenzar lo que suele ser habitual cuando alguien desafía a los que hasta ahora han tenido y ejercido el mando para la implementación de un nuevo orden mundial, en feliz consorcio con el “establishment” norteamericano, la prensa lacayuna y la mayoría de líderes políticos de la Unión Europea.


Ya antes de que Trump entrara por vez primera en la Casa Blanca como su inquilino, una muchedumbre tomó las calles de la capital del país para reclamar que se alterara la voluntad popular. Descubrimos que una de las organizadoras de “la marcha de las mujeres contra Trump” era Linda Sarsour, una activista islámica cercana a Hamas y promotora de la sharia.
Un inteligente lector de este medio nos dio la clave: “El progresismo se disfraza como nosotros para destruirnos, de la misma manera que en ONGs, redes sociales y manifestaciones progres podéis encontrar a mujeres musulmanas haciéndose pasar por feministas, e incluso haciéndose pasar por católicas. La hembra del cuco pone sus huevos en el nido de la lechuza, pues al ser físicamente parecidos, la lechuza no se da cuenta y cree que son suyos propios y los encuba. Pues lo mismo”.
Donald Trump prometió a sus millones de votantes una América americana y no mundializada. Eso significa tener que tomar medidas que sirvan de muro de contención contra el progresismo destructor de los pueblos de raza blanca y también contra la corrupción política y científica. La ideología de Donald Trump está basada, como apuntó otro lector, en el “nativismo”, que se caracteriza por defender los valores morales tradicionales de la sociedad norteamericana (allí conocidos como “familiy values”) y también por tener como patrón referencial la sociedad americana de los años 50 y 60 del pasado siglo, cuando EE.UU. era un país próspero y con una población de raza blanca abrumadoramente mayoritaria. La hercúlea tarea que Trump tiene por delante no consiste únicamente en enderezar el rumbo económico de su nación, con su legión de pobres acechando en cada esquina, sino en destruir los perversos planes de las altas esferas para acabar con la América que retoza en cada iglesia, en el trabajo colectivo de cualquier comunidad rural, en el fuego del hogar que aglutina a las familias, en cada interpretación country, en la fuerza de la razón y también en la razón de la fuerza. La gigantesca tarea que Trump tiene ante sí nos concierne a todos. 

Del resultado de su lucha contra los poderes mundialistas, promotores del ateísmo, el multiculturalismo, las ideologías de género, la islamización y la disolución de las identidades nacionales, dependerá nuestro destino histórico. Por ello no hay tarea más importante que tengamos por delante que la de servir de contrapeso a la descomunal fuerza a la que nuestro héroe americano tiene ya que enfrentarse.


La envergadura de su proyecto antiglobalista es de tal calado que ya ha obligado a los poderes mundialistas y a sus tontos útiles a desprenderse de sus caretas y mostrarnos sus verdaderos rostros. Y ahí los tenemos, debidamente conjurados contra Trump y en contra de cualquier otra forma de vida que la que unos pocos nos proponen. A los enemigos de su proyecto, que es también el nuestro, mal les deben ir las cosas cuando han obligado a Obama a interrumpir sus paradisíacas vacaciones en una isla privada para espolear el sentimiento antiTrump de la canalla. 
Desde que dejó la Casa Blanca, Siria se recupera, sus rebeldes se han quedado sin las ayudas logísticas proporcionadas tanto por él como por la derrotada Hillary Clinton. Durante sus ocho años en la Casa Blanca sembró el mundo de cadáveres, convirtió el Medio Oriente en un polvorín, provocó la huida a Europa de millones de refugiados árabes, elevó el listón de la tensión nuclear con Rusia hasta niveles nunca vistos desde la presidencia de Reagan y aún así se atreve a hablarnos hoy de que “los valores estadounidenses están en peligro”.


Y quien habla de Obama habla también de esos representantes de la fanfarria hollywoodiense. Azuzan teatralmente a las masas para que se rebelen contra los planes antiinmigratorios de Donald Trump, mientras ellos y ellas viven pertrechados en sus lujosísimos territorios de Beverly Hills, a salvo de las intromisiones que defienden para otras zonas de los Estados Unidos. Y quien habla de los actores habla también de los jueces y burócratas, que han vivido durante décadas del dinero público vitalicio, a cambio de elaborar y aplicar normas tóxicas contra el pueblo. No soportan que los votos de la gente sencilla les hayan desposeído de sus prerrogativas palaciegas. Y quien habla de estos corrompidos funcionarios habla también de los representantes de la prensa.

Su nivel de mendacidad ha llegado tan alto que hasta el ABC titulaba ayer que el supuesto autor del tiroteo en una mezquita de Quebec era simpatizante de Donald Trump y antifeminista. Suponemos que, ya puestos a establecer ese tipo de asombrosos correlatos, la próxima vez que informen sobre el pederasta de Ciudad Lineal, no se les olvide mencionar que en su casa fue encontrado un DVD de Javier Bardem. Viendo y leyendo hasta qué punto la prensa ha convertido la “cruzada” contra Trump en un principio deontológico… O qué principios observan aparte del de servir a sus amos por cuatro duros. El mismo día que agentes de la policía española filtraban el ofrecimiento de un trato de favor a Jordi Pujol a cambio de no involucrar al Rey en millonarias operaciones económicas, cuando menos de dudosa legalidad, los informativos españoles prefirieron ignorar la noticia para escudriñar las medidas antimigratorias firmadas por Trump bajo la falaz perspectiva de la “xenofobia de estado”.


Hace unos días tuvo lugar en las calles de Washington la mayor manifestación antiabortista que se recuerda. Ni una sóla mención en los medios. Y si la hubo fue para demonizar a los cientos de miles de manifestantes, llegados desde todos los rincones del país, por la presencia entre ellos del vicepresidente Mike Pence. De la corrupción y prostitución de la prensa europea y de Estados Unidos, poco más podría apuntar que ustedes no sepan. Tal vez ha llegado el momento de encauzar nuestra indignación proscribiendo de nuestras casas y de nuestras vidas la presencia de estas “deshonestas” voces siempre al servicio de sus amos y de nuestra destrucción colectiva.
El “fenómeno Trump”, sin embargo, no sólo está poniendo al descubierto las vergüenzas de la profesión periodística. El procaz sectarismo que ésta acredita está permitiendo que millones de personas se liberen de las anteojeras que siempre han llevado. Los medios del planeta están dando visibilidad a las voces detractoras contra Trump, pero no duden ustedes de la existencia de una mayoría silenciosa, en Estados Unidos fuertemente armada, que terminará rompiendo todas las espitas de la corrección política para que el caudal de su inmensa indignación anegue a sus causantes. A la “cruzada” planetaria contra Trump, se han unido, cómo no, los representantes de esa iglesia tan jacarandosa y progresista que lidera Francisco I (…)


Si (Bergoglio) quiere apadrinar la invasión islámica de Estados Unidos, como ha apadrinado la invasión islámica de Europa, que no se refugie por más tiempo en circunloquios tan falsos como la falsa caridad que predica (…)
Su jesuítica sabiduría olvida (…) los muros- con “vopos” incluidos- que los regímenes marxistas levantaron por doquier para evitar que sus ciudadanos huyesen del terror rojo. Seguro que el papa habría dicho eso “de no soy yo nadie para juzgar” a los marxistas; esos que masacraban cristianos igual que ahora hacen los musulmanes, sus indignos herederos.
Sí. Cuando una Civilización es fuerte puede prescindir de muros, pues su misma fortaleza le garantiza la seguridad y la inviolabilidad de sus fronteras, ya que que nadie osaría cruzar sus límites de manera ilegal. Una Civilización que tenga la suficiente fortaleza para garantizar que sus fronteras no serán violadas por terroristas fanáticos, criminales, violadores, narcotraficantes, maras, asesinos y toda la amplisima gama de indeseables pretendiendo imponer su salvaje y anticristiana vida.
La jesuítica sabiduría del papa nunca alcanzó a condenar el apoyo de la Administración de Obama al aborto. O cómo subvencionaba las trituradoras de vidas inocentes en otros países. Nunca.

Nuestra Civilización ha sido debilitada por el buenísimo, el relativismo, la apostasía y la cobardía más extrema. Debilitada porque el enemigo no solo viene de fuera, sino porque también está dentro, comenzando por estos pastores cristianos tan modernos, que profesan la religión de lo “políticamente correcto”, para escándalo y confusión de sus cada vez más escasos fieles. Se han empeñado en convertir la Iglesia en una sucursal filantrópica de la masonería, en una “onejeta” de bazar de caridad, ignorando a propósito la salvación de las almas, y sin otro propósito que alimentar los cuerpos de los que quieren exterminarnos, como ya ocurre en los países donde son mayoría.




Más clamoroso es su jesuítico silencio ante la política pro-vida del Presidente Trump, lo que desboca los planes mundialistas para el recambio poblacional en los países de mayoría cristiana y de etnia blanca.




La jesuítica sabiduría de Francisco debería comprender la utilidad del principio cristiano de la “legítima defensa”, que no solo es un derecho, sino un deber y no un capricho de los estados soberanos, en tanto garantes de la seguridad de sus ciudadanos. Todo sea por contentar a los amos del momento, ¿verdad, Santo Padre?


En resumen, cada vez estoy más convencido que la llegada de Trump al poder no ha sido un capricho de la Historia, sino el regalo providencial que la sobrenaturalidad ha querido hacer al país más importante del Occidente cristiano, acaso como nuestra última oportunidad de cristalizar en un nuevo y operante orden moral lo que hoy se halla difuso y gaseoso. Defender la obra de Donald Trump es no sólo nuestro deber, sino un imperativo moral que da sentido al esfuerzo y el sacrificio de nuestros antepasados. Nosotros somos la única razón de que hayan existido.
Escrito por Armando Robles