Empecemos pues, desde el principio. La última vez que me senté delante del ordenador, y aunque estaba trabajando gran parte del día, disponía de más tiempo libre para ponerme a escribir, del que he dispuesto durante todas estas semanas de ausencia.
Pero de golpe y porrazo, y casi sin avisar, la vida cambió de golpe para mi. Por aquel entonces mi padre llevaba ya algún tiempo luchando contra una enfermedad. Pero poco a poco y casi sin darnos cuenta las consecuencias de dicha enfermedad se fueron haciendo más difíciles de sobrellevar para mi madre, que era la que le cuidaba. Así que me vi obligado a dejarlo todo. El piso de alquiler donde yo estaba, el trabajo y el pueblo donde estaba para volver a casa y ayudar a mi madre en esa ardua tarea. La verdad fue una etapa bastante dura. La carretera no paraba de subir y con cada amanecer se complicaba más y más.
La verdad es que perdí la ilusión por otra cosa que no fuera cuidar de él. Cualquier otra cosa carecía de ningún interés. No quiero entrar en más detalles. Primero porque creo que no vienen al caso, y segundo porque no quiero recordar sensaciones y sentimientos que todavía hoy me siguen haciendo daño.
Desgraciadamente, mi padre, y todos nosotros con él, perdimos esa dura batalla hace casi dos meses. Y la verdad es que durante este tiempo, y siendo totalmente sincero conmigo mismo, podía haber encontrado un momento en el tiempo para escribir algo, pero es algo a lo que no encontraba ningún sentido, y creo que a día de hoy sigo sin encontrarlo. Pero precisamente por eso me estoy ahora mismo obligando a hacerlo. Porque para ir superando etapas hay que ir quemando kilómetros.
Pero como os decía al principio, hay etapas para todos los gustos y no todas tienen que ser necesariamente duras y pesadas. Dicen por ahí que Dios aprieta pero no ahoga. Y en este caso, casi se solaparon las más duras de la carrera con otras con mejores vistas, otros paisajes que admirar y mucho más llanas.
Durante esa dura batalla contra el reloj, apareció en mi vida un ángel que todavía hoy ilumina mis días. Y además, casualidades de la vida, ella también estaba inmersa en la misma batalla. Que terminó en otra dolorosa derrota justo hace una semana.
Pero como dijo una vez el gran Freddy Mercury, “The show must go on”. El show debe continuar. Además estoy seguro que tanto su padre como el mío quisieran, allí donde estén, que salgamos adelante, que sigamos mirando a la vida con una sonrisa, por mucho que cueste. Tal vez en algún lugar se hayan dado un abrazo, y estoy seguro que con su ayuda, de ahora en adelante, podremos escribir otra realidad.