Nació en 1943, pero lo cuestiona todo con la mentalidad de un profundo creador frente a la vida y al más allá. Nació en Texas y transcurrió su vida con sus dos hermanos, un padre autoritario y una espléndida y cariñosa madre. La película se inicia con un versículo del célebre capítulo 38 del libro de Job. Para Malick, nada más claro ni nada más oscuro que la existencia de Dios. Desde el principio se presiente un Dios identificado por la madre, pero se esconde tras las nubes tormentosas de la prueba: el padre y el accidente de un hermano.
Tenemos a la vista todas las pruebas. Por la fe creemos que Dios ha creado el mundo y lo comprobamos por la belleza de nuestro planeta y por la formidable infinitud del firmamento. Pero por la dificultad de cambiar un mundo invadido por el mal, nos acosa el miedo y no conseguimos quitar nuestra incredulidad. En Job, a veces la fe es un sentimiento; otras veces, un raciocinio, un acto de abandono en las tinieblas de un Dios escondido. A veces, una luz meridiana; pero otras, una tiniebla que nos deslumbra con la luz. En este mundo en el que se encuentran la fe y la razón, chocan las luces y las sombras que llegan de lo visible y de lo invisible.
“El árbol de la vida” nace, se desarrolla y muere entre las nubes que ocultan la luz y los espléndidos destellos que nos llegan de las estrellas. Malick entonces quiere mostrarnos algunos de los puntos más oscuros de la vida. Nos muestra el mar, sus habitantes y el origen de los humanos, con el dinosaurio intentando erguirse e imponerse a otro que quiere salir del agua. La belleza del bien y la crueldad del mal se enfrentan no sólo en una naturaleza limitada, sino en la misma vida de los seres racionales.
Malick nos coloca en este campo difícil donde Dios nos espera y donde aguardó a Job. A veces, hijos felices correteando con la madre por las habitaciones y el jardín de la casa y entonces no dudamos de Él; otras, hijos violentados por el padre que sólo cree en la disciplina y el triunfo en sociedad y entonces, no entendemos nada.
Debo reseñar dos impresiones recogidas al terminar la proyección. Unos jóvenes exclamaron sin rubor: “¡Qué aburrimiento!”. Un matrimonio de mediana edad con satisfacción: “¡Formidable!”.
JUAN LEIVA