El árbol de la vida, de Terrence Malick

Publicado el 28 septiembre 2011 por Mike_lee

Debido las circunstancias que envuelven su obra y carrera, Terrence Malick es considerado uno de los cineastas estadounidenses actuales más peculiares. Alcanzó el éxito como director y guionista en 1973, en pleno auge del Nuevo Hollywood, con Malas Tierras, película protagonizada por Sissy Spacek y el gran Martin Sheen centrada en una pareja de jóvenes enamorados que dejan un reguero de sangre y asesinatos en su fuga por los parajes de Montana. Con su mezcla de violencia cruda e imágenes líricas, no tardaría en convertirse en un referente para muchos, influyendo en títulos posteriores como Amor a quemarropa, de Tony Scott, o Asesinos natos, de Oliver Stone.
La siguiente película de Terrence Malick, Días de cielo, tardó cinco años en ver la luz, durante los cuales el director experimentó con la fotografía del mencionado filme, en el que su toque personal se hace notar en la combinación de imágenes líricas, énfasis en la naturaleza y personajes simbólicos. Después de su estreno en 1978, Malick desapareció misteriosamente. Según los rumores, se había trasladado a Francia a trabajar como profesor; y no fue hasta 1998 cuando regresó al cine con unas condiciones de trabajo muy estrictas (entre las que se incluía la prohibición de aparecer en fotografías y distintas imágenes del rodaje). La delgada línea roja, su largometraje sobre la batalla de Guadalcanal en la Segunda Guerra Mundial protagonizado por un reparto estelar, supuso un considerable éxito de crítica, con ciertos cambios en su narrativa que volverían a estar presentes en sus próximos trabajos: El Nuevo Mundo, película centrada en el romance entre Pocahontas (cuyo nombre no se pronuncia en todo el filme) y John Smith que recibió una templada acogida; y el que hoy nos ocupa, El árbol de la vida, que sufrió un rodaje largo y accidentado (de hecho, en un primer momento el protagonista iba a ser interpretado por Heath Ledger) y una postproducción en la que se redujeron las más de seis horas filmadas al montaje final de dos horas veinte minutos.


Ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, El árbol de la vida nos narra la saga familiar de los O'Brien desde el punto de vista de su primogénito, Jack, a quien asaltan multitud de dudas mientras repasa los años que vivió en un área residencial de Texas con su padres y hermanos en la década de 1950. Nos encontramos ante una película inusual por el modo en que está filmada, y sobre todo densa por su contenido y la forma en que lo aborda. Terrence Malick despliega una narración impresionista, en la que una sucesión de imágenes cósmicas da paso a pinceladas de la vida de Jack. La película lanza preguntas acerca de temas tan complejos como la vida, la muerte, o la existencia de una deidad superior a los humanos (en la que se perfilan rasgos propios de las religiones judeocristianas, si bien la película termina optando por un modelo panteísta que defiende la naturaleza como manifestación de la divinidad, como sucede en las anteriores películas de Malick); y para ello emplea una serie de metáforas visuales recurrentes a lo largo de todo el filme (muchas de ellas tomadas de la literatura modernista, como por ejemplo del poema La tierra baldía, de T. S. Eliot): el árbol como símbolo de vida, el agua como fuerza vital y destructora al mismo tiempo, el sufrimiento y belleza presentes en la naturaleza...

Al mismo tiempo, El árbol de la vida propone a los espectadores un viaje lírico a la infancia en el tramo central del filme (para mí el más destacable), de modo que presenciaremos las distintas etapas del crecimiento del joven Jack: cómo aprende hablar y caminar, su relación con una madre idealizada y un padre duro y represivo (con un fuerte conflicto edípico), su vínculo con sus dos hermanos, sus primeros actos de rebeldía y transgresión... Todo esto es narrado de un modo poco habitual en el que los diálogos y narración secuencial dan paso a imágenes evocadoras, frases, y enseñanzas que quedaron grabadas en la memoria de Jack.


De acuerdo con esta historia impresionista,  en la dirección está muy presente el uso de la steadycam, con planos contrapicados que ensalzan a los personajes y los perfilan en distintos momentos de modo no lineal. Resalta especialmente la cuidada fotografía de Emmanuel Lubezki (quien ya colaboró con Malick en El Nuevo Mundo), con un retrato luminoso de los protagonistas y el mundo natural que los rodea; y en menor medida los efectos especiales supervisados por Douglas Trumbull (2001: Una odisea del espacio), que aunque consiguen imágenes impactantes terminan resultando un tanto cargantes.

En el reparto nos encontraremos con la actriz del momento, Jessica Chastain, que a pesar de sus pocas líneas de diálogo consigue dotar de una presencia embaucadora a su personaje; y con un fantástico Brad Pitt capaz de reflejar en su comportamiento la dureza y cariño con que su personaje trata a sus hijos. Les acompañan los correctos actores debutantes que interpretan a Jack y sus hermanos, y un desaprovechadísimo Sean Penn que apenas cuenta con metraje en pantalla y líneas de diálogo (el protagonista de Mystic River manifestó un desconcierto monumental al descubrir que sus semanas de trabajo con el director habían quedado reducidas a escasos minutos en pantalla).


Ahora bien, el principal inconveniente de esta película puede residir en los sentimientos encontrados que está produciendo: algunos la reciben con abundantes elogios, otros la odian al instante y aplauden aliviados al terminar su proyección; incluso hay quien se ve obligado a abandonar la sala ante el tedio que le produce. Probablemente, su ritmo lento, escenas cósmicas, banda sonora apabullante, carácter lírico y estilo impresionista sean a la vez sus rasgos más distintivos y elementos que consigan a la película más detractores; si bien considero que merece la pena dar una oportunidad a una propuesta tan curiosa, cuyo tratamiento de la historia familiar en el tramo central resulta muy interesante. Además, da la impresión de que la película que Malick prepara para 2012 puede complementar a ésta, dedicada a la infancia, al centrarse en la crisis de una joven pareja.

Compleja, densa, de imágenes evocadoras y narrativa impresionista, El árbol de la vida hace gala del estilo personal de un cineasta tan atípico y peculiar como es Terrence Malick para contarnos una historia que algunos detestarán y con la que otros se sentirán identificados.