Leer: Mateo 27:27-35 | El sauce tirabuzón se mantuvo erguido en nuestro patio durante más de 20 años. Dio sombra a nuestros cuatro hijos mientras jugaban y refugio a las ardillas del vecindario. Sin embargo, cuando llegó la primavera y no despertó de su sueño invernal, fue hora de cortarlo.
Durante una semana, trabajé sobre aquel sauce: primero, para echarlo abajo; luego, para cortar en trozos dos décadas de madera. Eso me dio mucho tiempo para pensar en los árboles.
Pensé en el primer árbol: aquel del cual pendía el fruto prohibido que Adán y Eva no pudieron evitar comer (Génesis 3:6) . Dios lo usó para probar su lealtad y confianza. Después, tenemos el árbol del Salmo 1, que nos recuerda la productividad de la vida piadosa. En Proverbios 3:18, se personifica a la sabiduría como un árbol de vida.
No obstante, el árbol más importante es uno que fue trasplantado: la tosca cruz del Calvario. Allí, nuestro Salvador estuvo suspendido entre el cielo y la Tierra, para cargar sobre sus hombros el pecado de todos. Este se eleva sobre todos los demás árboles como un símbolo de amor, sacrificio y salvación.
En aquella cruz, el unigénito Hijo de Dios padeció una muerte horrenda. Para nosotros, aquel fue el árbol de vida.
Padre, en esta Pascua, te agradecemos por tu Hijo que se entregó en la cruz por nosotros.
La cruz de Cristo revela lo peor del pecado del hombre y lo mejor del amor de Dios.
(NUESTRO PAN DIARIO)