El arcabuz o trabuco de pedernal es casi tan simple como cualquier arma de fuego. Se aprietan debajo del cañón la pólvora, el relleno y la bala, se ceba el fogón y un cordón encendido (la mecha) hace disparar el arma. Sin embargo, a diferencia de los primeros revólveres, la mecha se sujeta a la pistola y se coloca mediante un simple gatillo. No tiene ninguna piedra de pedernal ni ningún mecanismo de explosión que pueda estropearse. Lo que podía pasar es que el arcabuz explotase en la cara del soldado o que la pólvora se humedeciese, convirtiendo el arma en un garrote muy caro. Una vez que se les inició en el uso del arcabuz, los samurái reconocieron casi enseguida su utilidad. Después de 1542 no hizo falta mucho tiempo para que los artesanos los fabricasen.
Muchos samurái llevaban el arcabuz en la batalla y lo usaban para disparar (con más o menos éxito, dada la imprecisión inherente a cualquier arma de ánima lisa) contra enemigos importantes. Sin embargo nunca llegó a ser el arma primordial de un verdadero samurái, porque ahí seguía estando la espada. Como arma para los samurái ricos de la época, nunca llegaría a ser realmente eficaz. Más que para otra cosa, solía ser bueno para un solo disparo porque normalmente no se podía recargar en el campo de batalla, aunque los criados estuviesen dispuestos a ayudar.
La verdadera utilidad del arma se hizo notar en las filas en masa de ashigaru. Cuando disparaban como un único grupo o lanzaban una lluvia, las unidades más grandes superaron el hecho de que el arcabuz, como primera arma de fuego, era tremendamente imprecisa. Era más bien por suerte que por acción meditada si un arcabucero acertaba a un hombre a 50 metros de distancia. Más allá de los 100 metros, cualquiera que fuera alcanzado por una bala de arcabuz tenía muy mala suerte más que ser objeto de un disparo intencionado. Al disparar en masa contra grandes objetivos, estas limitaciones se superaron y el arma cambió las tácticas de guerra en Japón.
Al final del período Sengoku, se abandonaron las armas de fuego bajo el shogunato Tokugawa. Los samurái se convirtieron en los únicos guerreros del mundo que le volvían la espalda a la pólvora.