El Archidiáno y los dinosaurios (The Archdeacon and the deinosaurs [2]) apareció en la antología de relatos breves del autor Fancy Free (1901), que también incluía el poema The Zagabob, sobre un extraño ser, rey de una lejana isla desde el Precámbrico, al que rinden pleitesía primero trilobites y luego dinosaurios, o el cuento Una historia sin fin (A Tale without an End), que retrata las discusiones de pareja a través del tiempo, desde los trilobites, pasando por los atlantosaurios [3] hasta el hombre ...y más allá.
Ya has tenido ocasión de leer en el blog en rigurosa primicia el que, probablemente, sea el primer relato jamás escrito sobre dinosaurios, inédito hasta entonces en español: El huevo de iguanodon (1882), de Robert Duncan Milne. Apenas dos décadas le separan de El archidiácono y los dinosaurios, que ve la luz año y pico después de la desaparición de Milne, pero las diferencias entre ambos son patentes: uno es una inquietante historia de misterio en un mundo perdido en una remota isla del Pacífico (Papúa) mientras el que aquí traemos es un onírico relato de caza (muy) mayor con bastantes dosis de humor. Pero sobre todo, mientras Milne prácticamente limita la presencia de dinosaurios en su relato al iguanodón que le da título [4], la cantidad y variedad de especies con que nos deleita Phillpotts es realmente apabullante; seguro que no los conocías a todos.
Pero también encontramos similitudes significativas entre ambos. Nos ha llamado en particular la atención cómo aventuran la reproducción de los dinosaurios mediante huevos aunque, hasta 1923, George Olsen y Roy Chapman Andrews no encontraron en Mongolia un montón de huevos que se atribuyen por primera vez inequívocamente a dinosaurios [5]. Lo que viene a demostrar como, a veces, la ficción se adelanta a la realidad.
¡No te pierdas la próxima entrega, en la que conoceremos cómo nuestro archidiácono se embarca en la aventura más bizarra y fantástica de su vida!
Hasta entonces, te dejamos con algunas fotografías de caza MUY mayor que hemos visto por ahí, para ir abriendo boca...
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[1] Antiguamente, el diácono principal de una catedral, llamado también arcediano. Desde Trento será sustituido por el vicario general en el área católica, aunque subsisten en la iglesia anglicana.[2] Phillpotts emplea aún el diptongo inicial de la raíz griega δεινός. Este arcaismo fue común hasta entrado el siglo XX.[3] Género hoy considerado nomen dubium al que también hace referencia en El archidiácono y los dinosaurios. Se trata de un saurópodo al que se llegó a tener por gigante entre los gigantes y hoy se considera sinónimo del apatosaurio (antes brontosaurio).[4] Incluye también al ictiosaurio que, como sabemos, no es un dinosaurio sino un saurio marino, y hacia el final del relato menciona también al megalosaurio. Debemos tener en cuenta que, cuando en 1870 Cope y Marsh comienzan su “guerra de los huesos” sólo se conocían en Norteamérica 18 dinosaurios diferentes.[5] Jean-Jacques Poech pensó que los que había hallado él en 1859 pertenecían a un ave gigantesca. Diez años después Philippe Matheron descubre otros junto al hypselosaurio (que creía un cocodriliano en lugar de un saurópodo) y duda si serían de éste o de ave; P. Gervais los atribuyó a una gran tortuga en 1877.