El Archivo del MIR de Chile. Salvar la Memoria

Publicado el 09 octubre 2014 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria

A 40 AÑOS DE LA MUERTE DEL EX SECRETARIO GENERAL DEL MIR

En exclusiva: La historia del baúl perdido de Miguel Enríquez

Daniela Yáñez 05 Octubre, 2014 Tags: dictadura, Miguel Enriquez, MIR, partido socialista, psFotos: Gentileza Familia Miguel Enríquez

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Escondido en dos casas de la familia Castillo Velasco entre 1973 y el 2004, se encontraba una de las historias mejor guardadas de la izquierda chilena: un archivo del MIR perteneciente a Miguel Enríquez. Documentos, libros, cartas, libretas personales y gráficas, recuperadas gracias a la acción de militantes en la clandestinidad del MIR poco después del Golpe de Estado. Aquí, los protagonistas sobrevivientes cuentan la historia, que después de cuarenta años, al fin dejó de ser solo un mito revolucionario.

5 de octubre de 1973: “Allende se limitó a pedir ir a la calle a pelear. No llamó a soldados y anunció su decisión de morir”, escribe textualmente Miguel Enríquez bajo su chapa de Carlos en una carta dirigida al Comandante Fidel Castro.

El mensaje no da para segundas interpretaciones: ahora le tocaba a Miguel. Y así describe en la misma carta, titulada “Informe Especial nº120”, hasta ahora inédito, que el Secretario General del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) le envió a Castro con el fin de detallarle todo lo ocurrido en el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Le describe las acciones, las fallas, la organización, las expectativas y las estrategias del MIR. Un balance lleno de claridad que además incluye en un anexo a soldados dentro de las Fuerzas Armadas dispuestos a unirse a la resistencia.

Esta es una de las cartas que, junto a libros, documentos, fotos, libretas personales y gráficas del MIR, entre 1970 y 1973, estuvieron más de 40 años desaparecidas. Todas partes de un “baúl” que se fue conformando de a poco, por el trabajo clandestino de los militantes, días después del golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet. Apenas se levantó el toque de queda, una de la misiones de los militantes era clara: salvar la memoria.

Carmen Castillo, compañera de Miguel Enríquez, vivió el golpe en la Casa Verde Olivo, hogar clandestino en la Gran Avenida, que la acogió los primeros meses junto a sus dos hijas. En esa casa, donde estaba parte de la biblioteca de Miguel y Carmen, documentos de trabajo político de los militantes, manuscritos, entre otras cosas, era necesario empezar el salvataje cuanto antes.

-Compañeros arriesgaron sus vidas. Hubo una voluntad férrea de preservar, para la transmisión de la historia. Las experiencias vividas de la lucha revolucionaria son indispensables para el presente. El militante revolucionario lleva en sí mismo la memoria de las experiencias pasadas – reflexiona Carmen Castillo al recordar esos días.

LOS BARRETINES

Mónica Echeverría llevaba días angustiada. Eran las primeras jornadas después del Golpe militar y como muchas madres de nuestro país, temía por la vida de sus hijos. Dos de ellos, Cristian y Carmen Castillo, habían pasado a la clandestinidad por ser militantes del MIR. Miguel Enríquez era el hombre más buscado por la dictadura.

– Yo no sabía dónde estaban, si estaban vivos o muertos. Fue el principio de los años más angustiosos de mi vida. Nadie entendía qué estaba sucediendo, todo era una gran tristeza y desesperación- dice Mónica recordando esos días.

Carmen estaba en la casa fachada de Gran Avenida. Como ella relata en su libro “Un día de octubre en Santiago”, la misma casa había sido de utilidad meses antes cuando la Marina consiguió una orden de arresto contra los Secretarios Generales del Partido Socialista y el MIR.

Desde el golpe que ella no sabía de Miguel. Pero no le preocupaba, la organización de la resistencia se estaba formando: “la casa verde olivo fue un oasis aislado en el seno de un barrio popular. Por la Gran Avenida desfilaban, con destino desconocido, los camiones llenos de cadáveres amontonados. Eso se murmuraba. En la casa de verde olivo, el único trastrocamiento de la rutina era la ausencia de los varones. La vida continuaba”- relata Carmen en su libro.

A Mónica y a su esposo, el demócratacristiano Fernando Castillo Velasco, esos días de silencio no los dejaban dormir. Hasta que recibieron el primer mensaje de su hija. Ella no recuerda si fue a través de una caja de cigarros o de fósforos. La letra era minúscula, pero explicaba lo necesario: Ella, Miguel y sus dos hijas pequeñas Javiera (hija de Miguel y Alejandra Pizarro) y Camila (hija de Andrés Pascal y Carmen Castillo), estaban bien y a salvo.

-No podías confiar en nadie, mejor si no hablabas. Incluso con Fernando estábamos compartimentados después del Golpe, cada uno hacía cosas por sí solo, ayudaba por su lado. Porque si uno caía, podía delatar al otro-, cuenta Mónica.

Cuando se levantó el toque de queda, Carmen y otros militantes empezaron a moverse clandestinamente por la ciudad. La urgencia de no perder la memoria escrita se transformó en una de las primeras prioridades. Dos semanas después del golpe, cientos de libros ardían fuera de las Torres San Borja y eso era solo el comienzo. La gente por miedo también estaba quemando sus bibliotecas. Un destino que los militantes del MIR no querían compartir.

Se fijaron enlaces y puntos de contacto con compañeros. Cada uno llevaba barretines improvisados que, según la jerga político-revolucionaria, sirvieron para camuflar materiales importantes y así no ser detectados por los aparatos represivos. Las formas que podía tomar eran infinitas: cajas de regalo, de crema, de harina. Todo donde se pudiera camuflar material servía.

Así Mónica empezó a reunirse con enlaces y con Carmen en filas de grandes tiendas, en supermercados, fingiendo que no se conocían. Una se sentaba al lado de la otra en una banca de la plaza. Ella sabía que los militares estaban quemando material y que era imperioso guardar todo lo que su hija le pasaba. Su casa parecía ser un lugar seguro. Fernando Castillo fue rector de la UC hasta que fue removido por la dictadura después del Golpe. Autos con libros de profesores de la Universidad llegaban a su puerta constantemente. También personas que necesitaban esconderse por unos días y otras que necesitaban ayuda para asilarse.

La catita (chapa política de Carmen Castillo) encuentra un momento para acarrear los libros, de un auto a otro, hasta la bodega… Hay que ocultar libros y documentos; mañana volverán a la luz del día. Enterrar todo, no quemar nada, decía Miguel– relata Carmen en tercera persona en su libro “Un día de Octubre en Santiago”.

Sin explicitar a qué persona o personas se les estaba entregando ese material, las primeras pistas de la existencia del baúl estaban echadas. Ella relata que Trotsky iba dentro de “Lo que el viento se llevó” y Lenin en “Los Miserables”. Todos cuidadosamente envueltos en plástico. Incluso así se pasaban documentos en miniatura para las células del MIR dentro de tubos de crema Nivea.

Con el pasar de los días, Mónica Echeverría fue acumulando un sinfín de documentos en el fondo de su casa en Avenida Ossa. En un espacio entre cachureos y herramientas que ocupaba el jardinero de la casa, se acumularon cajas para no despertar sospecha. No sabía que contenían, nunca las abrió hasta varios años después.

Apenas Fernando dejó de ser rector de la Universidad a mí me allanó la casa el regimiento de Buin, comandado por Víctor Echeverría. Fue brutal. Nos rompieron todo, nos quemaron los libros de la biblioteca en una fogata en el jardín. A pesar de lo que mucha gente que nos confió sus libros creyó, nuestra casa ya no era segura– relata la madre de Carmen Castillo.

Casi un año después, estos amedrentamientos y la detención de Mónica en el Regimiento de Buin, llevó a la familia a tomar una decisión. La situación ya era muy insegura incluso para el cordón protector de la DC. Pensando en que la situación se tornaría peor, en 1974, los padres de Carmen con sus dos hijos pequeños se fueron a vivir a Cambridge, gracias a una oferta de trabajo que recibió Fernando como profesor. El viaje fue unos cuantos meses antes que Miguel Enríquez fuera asesinado y su hija embarazada, Carmen, quedara gravemente herida en un enfrentamiento con agentes de la Dina, el 5 de octubre, en la comuna de San Miguel. Los barretines permanecieron ocultos en el fondo de la casa de Avenida Ossa. El archivo personal de Miguel Enríquez se había salvado.

EL ARCHIVO

17 de mayo 1974: “La situación actual de la izquierda no puede seguir prolongándose, es darle ventaja a la dictadura (…) Espero que no aborte esta posibilidad histórica de resistencia”, le recrimina  Miguel en una carta a Belisario Velasco, quien ya había perdido para 1974 la confianza de la directiva nacional de la Democracia Cristiana por ser una persona “non grata” para la dictadura militar, al igual que Marta Caro y Jaime Castillo Velasco, entre otros. La carta estuvo celosamente guardada entre los documentos ocultos en la casa de avenida Ossa por más de 31 años.

Miguel estaba agotando sus posibilidades. Exige coordinación inmediata de toda la izquierda. Le pide que entienda que las personas que se están reclutando se están uniendo a la resistencia y no al MIR. Expresa que es el momento histórico para una lucha común. La fuerza represiva de la DINA, sin embargo, tenía paralizados a los partidos que no contaban con instrucción militar.

Para esta fecha, Carmen ya estaba viviendo con Miguel en la casa de la calle Santa Fe. Como describe en su libro “Un día de octubre en Santiago”, Miguel se sentaba horas a escribir y realizar tareas políticas, con una determinación envidiable a pesar de lo que estaba sucediendo: “Escribías en la amplia mesa-barretín, la mesa con cajón secreto que nos acompañaba desde hacía años. Te veo inclinado sobre tus papeles, el ceño fruncido, en busca de una idea, y bruscamente el júbilo de tu rostro”, escribió.

Cuatro años después, en 1978, los padres de Carmen, Mónica Echeverría y Fernando Castillo, vuelven a Chile. Se van a vivir a la Quinta Michita, una comunidad de viviendas en La Reina que había construido Fernando Castillo con su hijo Cristián. El cambio era una evolución natural. Es ahí donde por primera vez, organizando el cambio de casa, Mónica abre las cajas con documentos entregadas clandestinamente por militantes del MIR.

-Habían libros de medicina de Miguel, también de literatura. Estaban todos los libros que se consideraban peligrosos. Tolstoi, Flaubert, Marx, Rosa Luxemburgo. Literatura francesa, inglesa. Muchos pensadores de izquierda. También había cosas personales de Miguel y del MIR- cuenta la madre de Carmen.

Mónica recuerda que los libros de medicina se los pasó a su padre, Edgardo Enríquez, quien aún estaba muy impresionado por la muerte de sus dos hijos, Miguel y Edgardo, este último asesinado en Argentina en 1976. También por la desaparición de Bautista van Schouwen, miembro del comité central del MIR, a quien consideraba un hijo. Los libros que quedaron en su poder, estaban con anotaciones de Miguel. “Yo vi a Don Edgardo tan triste, tan desesperado. Por eso, como él era médico, le podía interesar cómo estudiaba la medicina Miguel y le entregué entre 10 y 12 libros. Me lo agradeció muchísimo”, recuerda Mónica.

La biblioteca con libros literarios Mónica se la entregó a Jaime Castillo Velasco, hermano de Fernando, quien ese año trabajaba en la Comisión Chilena de Derechos Humanos. Parte quedó en su casa y, el resto, fue repartido en escuelitas y liceos vulnerables. Mónica ayudó personalmente a repartirlos. Todo el resto del material, relacionado con Miguel y el MIR, ella lo guardó en un diván de cemento que salía de las paredes del living de la casa a la que regresaron luego de su estadía forzosa en Londres. Tenía cojines encima y se utilizaba como mueble, de ahí que no despertara ninguna sospecha ante un eventual allanamiento.

A esta parte del archivo tuvo acceso The Clinic. En él figuran cartas de agradecimiento a Beatriz Allende -la “Tati”, hija de Salvador Allende-, al Cardenal Silva Henríquez, a quien le asegura que el MIR está en su mismo bando, y a Fidel Castro, a quien le rendía informes periódicos. También cables al Partido Comunista Cubano; a Carlos Altamirano, secretario generacartas de agradecimiento a Beatriz Allende -la “Tati”, hija de Salvador Allende-, al Cardenal Silva Henríquez, a quien le asegura que el MIR está en su mismo bando, y a Fidel Castro, a quien le rendía informes periódicos. También l del Partido Socialista: a Santucho, líder de la resistencia argentina en dictadura, entre otros documentos.

También figuran miles de material de prensa y fotos de Luciano Cruz (Ver galería). Revistas del MIR como “El Rebelde” y “Estrategia”, esta última considerada como el “Órgano teórico del MIR”. Manuscritos únicos corregidos por Miguel, como las “Conclusiones sobre problemas de Origen 1965-1973”, un análisis político sobre el origen del MIR. También un diario personal escrito a mano cuando tenía 17 años, encuadernaciones de documentos del movimiento entre 1972 y 1973, entre los que figuran títulos como “Informes sobre la táctica del partido en la actual coyuntura”, “Políticas específicas”, “Adecuaciones Orgánicas”, por solo nombrar algunos. La lista es interminable.

-Sabía que a otros podría servirles lo que había ahí. Eso fue a dar a las manos de Pascal Allende varios años después. Pero había fotos también de Miguel, de Carmen y de las niñas que cuando me di cuenta que iban a empezar los allanamientos de la casa las quemé. Hoy siento mucho haberlo hecho – relata Mónica.

EL RETORNO DEL METRALLETA
Andrés Pascal Allende, sucesor de Miguel Enríquez como Secretario General del MIR en clandestinidad -en el exilio entre 1974 y 1986- llegó a la casa de los Castillo Velasco a mediados del año 2004. La familia se estaba cambiando a un departamento y era necesario dejar en manos confiables los documentos ocultos en el improvisado baúl de concreto. Pascal Allende recibió el material y recién pudo dimensionar su importancia cuando llegó a su hogar.

– Veo que hay diarios de Miguel, documentos manuscritos, estudios muy valiosos, cartas. No creo que haya otra cosa así, un descubrimiento como este antes. Ha permitido encontrar documentos que se consideraban perdidos – relata.

10 años tuvo guardado este archivo Pascal Allende. Solo personas muy cercanas sabían de él. Es por eso que la posibilidad que existiera el archivo de Miguel se transformó por un tiempo en una especie de mito. “Había cosas muy bonitas, libretas de Miguel con sus anotaciones y pensamientos. Documentos inéditos del MIR y mucha gráfica preciosa. A su hijo Marco, le regalé una libreta personal de ese barretín. Él no sabía que esto existía y yo no le conté a nadie. Este archivo es su recorrido político, había que esperar la oportunidad adecuada para sacarla a la luz- cuenta Andrés Pascal.

La vida política de Miguel Enríquez se gestó desde su nacimiento en 1944. Nacido en Talcahuano dentro de una familia de clase media ilustrada, la sociabilidad intelectual era lo que más destacaba en su círculo familiar. Su padre, Edgardo Enríquez, médico, ministro de Educación de Allende en 1973, radical y masón. Su madre, Raquel Espinoza Townsed, egresada de Derecho. Sus tíos fueron senadores y su tía Inés, la primera diputada en la historia de Chile.

Cuando entra al Liceo Enrique Molina en Concepción conoce a quienes conformarían el núcleo central en la fundación MIR en 1965: Bautista Van Schouwen, Luciano Cruz y Marcello Ferrada. Y el “metralleta”, como le decían a Miguel, por su rápida forma de hablar, empezó a formar su pensamiento político. Entra a militar a las Juventudes Socialistas (FEJS) a principios de los 60.

-La revolución cubana hace posible que el sueño de la lucha armada sea posible y viable. Es por eso que se termina dando un quiebre en el PS y Miguel con sus compañeros más cercanos, renuncian al partido y se unen a la vanguardia revolucionaria marxista- comenta el coordinador general del Archivo de Enríquez.

Durante 1961, Miguel escribía un diario de vida en una libreta. La letra, prácticamente ilegible, esconde relatos de su vida cotidiana y escolar. Habla de amores, amigos y divagaciones. Esta libreta se recuperó de forma íntegra.

Distintos grupos sociales, políticos y fuerzas confluyen en la fundación del MIR en agosto de 1965. Dos años después, disputas internas contraponen dos visiones dentro del partido, que terminan con Miguel y los suyos dentro de la dirección del MIR. “Con el tiempo, este grupo marginó a quienes no estaban comprometidos con la insurrección popular. Desde el tercer Congreso de diciembre de 1967 y hasta 1969 existió una oposición activa liderado por Luis Vitale, hasta que a través de un documento son expulsados”, relata el coordinador del archivo. Justamente ese documento, llamado “Sin lastre avanzaremos más rápido” que expulsa a los trotskistas del MIR en 1969, volvió a ver la luz. Luego de años desaparecido, hoy se tranforma en una de las piezas más atractivas del archivo.

Actualmente, se encuentra en formación la Fundación Miguel Enríquez, compuesta por amigos, investigadores y familiares del ex líder del MIR. A pesar de que aún se encuentra en incubación, se espera que sea lanzada durante el mes de octubre. El archivo de Miguel es sólo el comienzo de una campaña que intenta recuperar su memoria. La idea es que todo el material encontrado sea digitalizado y se encuentre disponible en la web para todo público.

– Para mí era importante que una institución pública se haga cargo de esto. Tenemos los técnicos y ellos se encargarán de tenerlo disponible. No me gustaría que terminara esto en un museo. Es por eso que creamos la Fundación, para preservar el archivo de Miguel Enríquez y recuperar nuestra memoria- cuenta Pascal Allende.

Según detalla el ex Secretario General del MIR, muchos compañeros tienen materiales propios, que guardaron durante años de clandestinidad y que no han querido entregarlos porque no existía un organismo que los protegiera. “Queríamos una institución que tuviera las condiciones para custodiarlo y conformara un grupo de gente técnica, historiadores que lo trabajen y lo amplíen. Necesitamos tambien darle las garantías a los compañeros que faltan”, cuenta Andrés Pascal.

En esta plataforma digital que pretende transformarse en el archivo más grande de la izquierda revolucionaria chilena, no solamente guardará gráficas y documentos, si no también compartirá material audiovisual como documentales y películas de miristas como Javier Bertín, Cristián Galaz y Carlos Flores, entre otros.

Aparte de la fundación, en estos días se realizarán diversas actividades por el aniversario número 40 de la muerte del histórico dirigente del MIR. El próximo tres de octubre se realizará un acto en el Teatro Cariola en San Diego 246 y los lanzamientos de su biografía por Mario Amorós y del libro “La revolución ya viene” de Eugenia Palieraki.

Es por esto que sus cercanos creen que es necesario recordarlo como lo que fue: un hombre que vivió bajo sus principios y nunca miró atrás. “El baúl de Miguel te habla de un hombre culto, tremendamente inteligente, increíblemente estudioso. Dedicaba noches a escribir, días a leer. No tenía miedo actuar, jamás se quedó en palabras. Y todo con una consecuencia que en estos días es dificil de ver. Es un elemento fundamental de nuestra historia. Él y todos los que entregaron su vida para que pudiéramos vivir en paz”, recuerda con cariño Mónica Echeverría.