Vivimos en un mundo en el que los estados de ánimo y las emociones vencen a los argumentos. Las agencias de viajes proporcionan experiencias y los políticos recurren a lo emotivo para transmitir sus ideas. Se trata de realizar trampas para recharzar los datos e infantilizar la sociedad. El saber dar razón de lo que se hace exige indagar en el tema y delimitarlo convenientemente. Ante la aparente inocencia de las emociones los argumentos precisan del conocimiento y de una texis que defender.
Mientras recurrimos a lo vanal olvidamos que la razón ha estado presente en los clásicos griegos, en la ilustración y en los pensadores del presente. Esto es: somos herederos de ella pero la practicamos poco. Nos alejamos con demasiada facilidad del análisis de los datos que nos hace personas y recurrimos a lo mas simple como animales que somos. Concluir que algo es cierto necesita de cifras que lo avalen. Parametrizar ayuda a argumentar y a aterrizar las ideas en lo concreto. Partir de una premisa para llegar a una conclusión requiere de fundamentos certeros y a poder ser medibles
Parece que esto queda en exclusiva para los amantes del futbol y del baloncesto que usan la estadística para uso de los entrenadores. El público en general se mueve por emociones, quedando lo complejo ante lo simple condicionado por el estado de ánimo del aficionado. Se nos pasa la vida, defendiendo pasiones sin datos y desvinculando la exaltación de lo racional. Pero luego, cuando se nos pide ser emotivos escondemos lo que sentimos porque es algo muy íntimo. Contradictorios que somos y un elogio a la mediocridad. En fin.
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