Revista Arte

El Arte como habilidad humana general, donde el anonimato lo elevará aún más de lo que es.

Por Artepoesia
El Arte como habilidad humana general, donde el anonimato lo elevará aún más de lo que es.
Existe una obra catalogada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como Entierro de Cristo, siglo XVII, Anónimo. Nada más. Tan solo además un fragmento de una reseña de un inventario del año 1817 que dice: Otro (lienzo) de cinco pies y cuatro pulgadas de alto por ocho pies y tres pulgadas de ancho. Representa el entierro del Señor.  Pero, ahora vemos la obra y exclamamos inevitablemente: ¡Es impresionante! ¿Quién en su sano juicio no la firmaría? Sería una extraordinaria forma de pasar a la posteridad. La obra de Arte, si es del siglo XVII (de lo cual no hay duda) es incluso más valorable de por sí. Observamos que pertenece al Barroco, es su periodo natural (siglo XVII), pero, además hay ahí clasicismo (renacimiento/neoclasicismo), romanticismo, prerrafaelismo, academicismo, incluso un cierto decadentismo...  Hay una genialidad universal y grandiosa en esta obra de Arte. ¿No es fascinante, además? Es una obra maestra anónima. Pero no existen obras maestras anónimas, por definición. Las obras maestras son sólo de maestros. ¿Quién es aquí el maestro? La humanidad. Por eso esta obra es un homenaje a la humanidad, el mejor homenaje artístico a ella. La composición de la obra es originalísima. Aparecen cinco personajes además del cadáver de Cristo. Pero cada uno de ellos representará una cosa abstracta, dispondrán ellos estéticamente de una característica especial de la conducta humana. El autor, absolutamente desconocido, consigue plasmar eso en su obra de una manera genial. Está el amor humano de la madre; aquí la divinidad del ser fallecido deja de ser por un momento el sentido fundamental del sentimiento más afectivo. Está el amor divino o sagrado, personalizado aquí en la joven (¿la magdalena?) de la derecha, que eleva ahora sus ojos hacia un espíritu que ya no reside en el objeto mortecino del cadáver. Esta también el personaje escéptico o curioso, un ser humano que duda y palpa ahora incluso la mortalidad de lo aparente a sus ojos. Está el ser compasivo, el hombre que ayuda ahora al ser humano fallecido, no al dios, y que atiende al ser mortal que solo requiere descanso. Y, luego, aparece otro hombre entre las sombras. Este es el personaje que piensa y reflexiona sobre las consecuencias de lo que el hecho inevitable ya pueda suponer en la historia.
La belleza plástica de esta gran obra de Arte es muy efectiva y está muy conseguida. Los colores determinarán ahora la afinidad del pintor anónimo a los posibles roles representados en su obra. El anciano dadivoso (¿José de Arimatea?) es posible ahora para el pintor el personaje más valorado en su expresión artística. La textura de su manto amarillo reclama la visión de nuestros ojos, ávidos así de belleza cromática. Resalta aquí su brillo entre tanta oscuridad compositiva. Las semejanzas estilísticas con grandes pintores barrocos, en este caso, nos llevarán ahora a imaginar a un Rembrandt, por ejemplo. Pero, ¿y el personaje curioso, postrado ahora por su interés terrenal, no es semejante aquí a figuras pintadas por el academicismo o el romanticismo de dos siglos después? Y el cadáver de Cristo, ¿no es uno de los más parecidos a los sagrados cadáveres manieristas de Tiziano? Y los perfiles de la madre y de la joven extática, ¿no son respectivamente dos muestras elogiosas del renacimiento hispano de un Luis de Morales o del barroco brillante de un Murillo? Así mismo, el claroscuro obedece a la época del pintor, siglo XVII, donde las hazañas artísticas de un Ribera podrían haber servido como muestra a este extraordinario pintor. Pero, ¿qué pintor? No existe... ¿No existe para nada? Para que algo exista deberá identificarse y persistir...  Aquí solo persiste, por tanto solo existe en parte. Lo único que existe realmente es la obra de Arte, ajena a cualquier identidad, a cualquier individualidad o a cualquier relación personal o subjetiva. ¿No hay conciencia aquí por no saber quién es el autor? La conciencia existe, sin embargo. Es la que vemos representada de ese estético modo original. Entonces, ¿existe una conciencia en una obra de Arte, independientemente del autor? Sí, existe. Por eso el Arte es un ente en sí mismo que la posee, posee conciencia estética, solo que la posee más cuanto más Arte representa de modo original y excelso. Si hubiera que hacer un homenaje al Arte esta obra sería más representativa, incluso, que Las Meninas de Velázquez.
Un homenaje al Arte, no al artista, hay que entenderlo así. Sin embargo, sólo es el Arte una creación humana, detrás de cualquier obra artística hay siempre un ser humano. Pero aquí, en esta obra, no sabemos quién. Cuando no hay referente humano asignado a una obra no hay manera de glosar nada. ¿A quién dirigiremos nuestra fascinación o nuestros elogios? Solo a la obra. Por eso, tal vez, sea una obra como esta la mejor muestra para elogiar al Arte. Y también a la humanidad. Es una oportunidad para halagar artísticamente ahora al género humano, a la humanidad. Al no existir un individuo concreto en quién hacerlo tenemos a toda la humanidad. Ahora podemos mejor comprender la grandeza de una especie humana capaz de combinar colores, formas, sentimientos, espacios, gestos, miradas, emociones o símbolos en un plano determinado por límites. ¿Cómo se puede pintar así y no transmitirlo nunca? ¿No habrá mayor grado de autoestima que cuando no se necesite comunicar lo que haces o has hecho? Porque la obra titulada Entierro de Cristo, catalogada como Anónimo de la Academia de San Fernando, es una genial y maestra obra de Arte original. No es ninguna copia, no está llevada a cabo en el siglo XIX...  Es una obra original y ¡del siglo XVII! Su elaboración es perfecta. Sus líneas, sus rostros, sus manos, sus formas expresadas, todo es perfecto. No, no es posible pintar así y pasar desapercibido. Pero sucede. ¿Es posible en los casos de anonimato que detrás de una obra anónima esté un gran pintor? No es tan posible. El estilo, más tarde o temprano, desvelaría al autor. Hay muchos anónimos en el Arte, y muchos en la Academia de San Fernando, pero como éste no. Es posible que no tuviese en su época, siglo XVII, una gran admiración la obra. No hay pasión barroca verdaderamente en esta obra. ¿Es un defecto? Artístico, no. Pero en aquellos años de un Barroco tan pasional es posible que lo fuera. Para hoy, para una época en donde conoceremos todas las escuelas, periodos y estilos en la historia, admirar esta obra es muy fácil de comprender. En ella estará toda la historia del Arte más conseguido. Estará la belleza, pero también la psicología, estará la grandeza, pero también la bajeza. Ante la figura muerta de un dios ajusticiado hay diferentes actitudes humanas. Ante la composición artística de una obra de Arte hay diferentes formas de poder expresarla. Todo ello consiguió el autor anónimo sin desmerecer. Y, una cosa más obtuvo: alcanzar la satisfacción personal tan solo por el hecho de haberlo realizado, no por el hecho de notificarlo, publicitarlo o reivindicarlo con su nombre.
(Óleo Entierro de Cristo, Anónimo, siglo XVII, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid.)

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