Revista Cultura y Ocio

El arte de la descripción en El viento de la Luna, de Antonio Muñoz Molina

Publicado el 30 octubre 2014 por Chema Fernández @chemaup

Esta reseña de hoy será un poco diferente, en este caso quiero solo fijarme en un aspecto de la novela. Es mucho más larga ya que me he pasado unas buenas horas buscando la información y consultando publicaciones y artículos para darle el aspecto más técnico posible. Se que no gustará mucho pero tenía ganas de traer algo distinto. Si lees todo el análisis, quiero darte las gracias por adelantado.

El arte de la descripción en El viento de la Luna, de Antonio Muñoz Molina

El viento de la Luna es una novela autobiográfica, es decir, une verdad e inveción, tendencia de toda una parte de la producción del autor: "La memoria común inventa, selecciona y conduce, y el resultad es una ficción más o menos desleal a los hechos" (Muñoz Molina, La realidad de la ficción, p.30). La historia comienza con el despegue del Apolo XII y a lo largo de todo el relato se mezclan elementos del pensamiento del personaje con lo que está ocurriendo en ese mismo momento en la nave. El protagonista da su visión particular del despertar intelectual y sexual de un adolescente en la época que le toca vivir, con lo que consigue un paralelismo entre el viaje a la Luna y su trayecto para convertirse en un hombre. Según Justo Serna "En Muñoz Molina la propia existencia es un obvio estímulo para escribir sus relatos, pero éstos, incluso en los casos en que el protagonista más parece acercarse a la persona física [...] con añadidos, con mentiras y con correcciones deliberadas" (Serna, Pasados ejemplares, p.107)

Según el Diccionario de términos literarios (Espasa-Calpe. 2006), se define descripción como: "Grupo de figuras retóricas de pensamiento [...] se mencionan rasgos de los personajes (su físico, su carácter, sus sentimientos), los objetos o los lugares y se dan detalles sobre sus distintas partes, cualidades y circunstancias. Dentro de las figuras de descripción se inlcuyen la cronografía, la definición, la écfrasis, la etopeya, la evidencia, la demostración o hipotiposis, la pragmatografía, la prosopografía, el retrato y la topografía [...]" (p. 208). El objetivo de la presente reseña será un análisis de algunas de las descripciones de El viento de la Luna.

La prosopografía sirve para mostrar el aspecto físico de los personajes. Es una figura retórica muy utilizada por el autor en la novela ya que caracteriza gran parte de las personas de la obra.

"Me trastorna cada día una gitana muy joven, casi rubia, con los ojos claros, [...] Despeinada, los mechones rubios sobre la cara delgada, sin más vestido que una bata abierta, con las piernas separadas, los pies sucios de tierra [...]" (p. 104). Se puede observar la minuciosidad con que el protagonista explica al lector cómo es la gitana. Más adelante vemos como describe la mama de la cíngara: " [...] veo el pezón redondo y grande y la piel muy blanca con tenues venas azules [...]" (p. 105). Se fija en los detalles más nimios para analizar el pezón de la gitana y da la sensación al lector que podemos casi ver todo lo que describe. Se observa un indicio de cómo el adolescente se fija en cosas o situaciones que hagan reacción en él y poco a poco se produzca un despertar carnal.

Otra de las prosopografías que podemos encontrar en el libro es de la tía Lola: "Mi tía Lola tiene los labios pintados de rojo, la risa fácil, las encías frescas y rosadas, los ojos grandes subrayados por el rimel de las pestañas [...] Desde muy joven se pintaba las uñas y los labios [...] Sus tacones repican jubilosamente por las escaleras [...] y el sonido de las pulseras que agita al mover las manos mientras hablar [...]" (p. 203). Nótese la gran cantidad de alusiones al color y a los sonidos, que produce una sensorialidad muy grande. Esto provoca que el lector se sumerja en el relato y sea espectador de todo lo narrado, integrándose con los personajes.

Puede destacarse la descripción del propio protagonista que da una visión actual de los cambios que se están produciendo en su propia adolescencia: "[...] Siento que soy el mismo de antes pero no me reconozco del todo cuando me miro en el espejo o cuando observo las modificaciones y las excrecencias que ha sufrido mi cuerpo [...] El vello rizoso brotando de todas partes [...] los pelos en el sobaco, en las piernas, en el pubis, sobre el labio superio [...] el fuerte olor que notaba yo mismo como la presencia de otro si volvía a mi dormitorio [...] mi cara redonda y lisa se ha llenado de granos de punta blanca [...]" (p. 66-67). El personaje da una perfecta visión de su estado; no le gusta todo lo que le está pasando y se siente preocupado por todo lo que le ocurre, sintiéndose asustado al ir dejando atrás al niño que era antes y convirtiéndose en un adulto.

La sobrina de Baltasar es otra de las personas que son retratadas en la obra. "[...] La sobrina diminuta y tullida se seca las manos [...] Tiene la cara grande, de color oliváceo, el pelo rizado y muy oscuro, las piernas y los brazos flacos, las rodillas protuberantes y torcidas [...] arrugada y adulta a la vez de estructura infantil, la cabeza tan grande y el cuerpo desmedrado, la joroba en la espalda, los párpados enrojecidos sin pestañas [...]" (p. 53). Se muestra a una persona casi horrenda, como si fuera un monstruo. Es una de las descripciones que más se repiten en las siguientes páginas porque aparece como algo desproporcionado, que de alguna manera obsesiona al protagonista. "[...] Camina delante de mi [...] vestida con un mandil más bien andrajoso que revela las penurias y fatigas del trabajo doméstico, como sus manos enrojecidas al lavar y fregar y sus rodillas amoratadas de tanto doblarse sobre ellas para fregar los suelos. [...]" (p.54). El aspecto de las manos aparece varias veces en la novela, en este caso se mencionan algo de las manos de la sobrina de Baltasar, pero más adelante se habla de las del padre del muchacho.

Fulgencio, alumno del colegio salesiano, es otro de los personajes descritos en la obra. "Fulgencio tiene una corpulencia de hombre y cara empedrada de granos, y aunque es un interno no viste una bata ignominiosa, como todos ellos, sino un traje oscuro, una camisa blanca y una corbata, de modo que con su estatura y con esa ropa no parece un alumno, sino un profesor [...] Fulgencio es largo, flaco, indolente, y las piernas de adulto sobresalen bajo el pupitre y se extienden a través del pasillo [...]" (p. 90). Podemos observar cómo detalla hasta el más mínimo detalle de cómo es Fulgencio, destacando sobre todo la estatura, que merece un cierto respeto de los demás alumnos. Las prosopografías que hace el yo protagonista a veces son meras descripciones, pero otras son elaboradas y líricas; esta última es un de las más sencillas.

En una de las prosoprografías se hace una breve caricatura de Franco, personaje que parece un instante en la televisión "[...] la figura de Franco, el Caudillo, el Generalísimo, un viejecillo calvo, redondeado, fondón, como el abuelo de alguien, vestido a veces de uniforme militar y otras con un traje de jubilado pulcro, la cintura de pantalón muy alta sobre la barriga floja [...]" (p. 86). Así se ridiculiza la figura del dictador y su forma de vestir.

Lo que más llama la atención en esta novela de Muñoz Molina es el gran uso de las topografías, es decir, la descripción de lugares. Según Senabre "Hay páginas de notable vigor sensorial [...] que recuerdan las técnicas compositivas de Gabriel Miró por el predominio de la luz y el color [...]" (Senabre, El cultural, p.15). Una de ellas es el análisis meticuloso que se hace de la huerta del protagonista y de su padre. "[...] una brisa fresca y casi húmeda que levanta un rumor suave en las hojas de los árboles y trae consigo los olores limpios y precisos de la vegetación [...] el olor de las ovas de las higueras, el de las hojas ásperas y la savia picante de las higueras, el de las hojas tiernas y empinadas en el fresco del día de las matas de los tomates, un olor tan intenso que queda en las manos [...] en busca de los tomates que ya están rojos [...] porque si se hace un poco más tarde el calor ya los ha reblandecido [...] y de tantear los higos [...] tan solo por su color más oscuro y por el olor dulce que despiden [---]" (p. 180). Aquí puede verse la gran maestría que el autor hace al mezclar elementos sensitivos como la vista y el olor. Hay un juego de contrastes entre el rojo intenso del tomate, frente al color oscuro de los higos. Jordi García afirma "[...] que atrapa en el detalle de los adjetivos y las aposiciones el olor del mundo ido y su exceso de tacto [...]" (Gracia, Babelia, El País, p. 4). Con esta descripción podemos casi percibir todo lo que se nos narra. El olfato asume también un papel muy importante porque se juega con los olores limpios, intenso, que dejan impregnadas las manos del protagonista y de su padre.

La fiesta en el huerto de Baltasar es otra de las importantes descripciones: "[...] las puertas del huerto [...] se abrían para los invitados en una fiesta de manteles blancos sobre largas mesas de convite y bombillas de colores colgadas en hileras de árboles [...] Había grandes garrafas de vino y neveras con barras de hielo para mantener frescas las botellas de cerveza [...]" (p. 80). Gracias al poderío económico de Baltasar los vecinos de Mágina se quedaban completamente soprendidos por todo, comparaban las fiesta con una gran boda. El color se vuelve a mencionar en esta topografía y es un aspecto muy recurrente en todo el libro.

La Luna aparece casi constantemente en toda la novela: "[...] En la Luna no hay viento no lluvia ni tampoco un núcleo de metales candentes como el que hierve en el centro del a Tierra. La Luna es un satélite muerto, una isla desierta de rocas y polvo en medio del espacio [...]" (p. 54). Se muestra al satélite como muerto, un espacio tranquilo en el que todo reposa en silencio a la espera de algo o alguien; es un mar de tranquilidad que obsesiona al joven personaje, que se deja llevar por imaginaciones de cómo estarán viviendo los astronautas el viaje que están realizando.

Más adelante se muestra una pequeña descripción topográfica casa, Nótese en ella el paralelismo entre la oscuridad de la casa y la percepción de los ciegos. "Bajo despacio, tanteando las paredes, pisando con mucha cautela para que las baldosas sueltas no resuenen en el silencio de la casa [...] entra la claridad débil y listada de las bombillas en las esquinas de la plaza, y también el olor de los geranios y el de las flores de los álamos. Así se movería el ciego por la oscuridad cóncava de la casa en la que vivía muerto en vida, [...] La yema de los dedos rozando la cal áspera de la pared escucho las respiraciones pesadas, [...] La casa entera es un gran depósito, un acuario de las aguas densas del sueño [...] En la planta baja se oye la respiración del mulo y de las burra de la cuadra [...] Los golpes del reloj, los latidos del corazón [...]" (p. 235-236). Véase que en este momento, ante la imposibilidad de ver del protagonista, porque está todo oscuro, los sentidos como el tacto y el oído toma fuerza. Todo lo que está alrededor es imprescindible para que el yo se guíe y llegue junto al televisor, tiene que dejarse llevar por sus sentidos y actuar como un verdadero ciego en esta situación.

El niño-adolescente pertenece a una familia humilde, el contacto con la gente con más recursos económicos le impone mucho respeto. Los barrios dónde vivía le parecían otro mundo fuera de la realidad: "[...] En aquello lugares con timbres dorados, penumbras silenciosas, criadas con cofias blancas, uno percibía algo a la vez inaccesible, amenazante, misterioso, algo parecido a la voz autoritaria de una guardia con uniforme [...] abogados, notarios, registradores [...]" (p. 68-69). Como se ha visto, el personaje ve ese mundo fuera de su alcance y lo describe entre la topografía y la hipotiposis como algo distinto a todo lo demás, dándole un halo de misterio. De una manera parecida le ha ocurrido a él porque ha pasado de un colegio de jesuitas dónde compartía clase con gente de su categoría a un instituto de salesianos dónde hay una mezclas de chicos con recursos económicos y otros que no disponen de mucho, como es su caso.

Pasemos ahora a la pragmatografía, o sea, la descripción de objetos. De El viento de la Luna, puede resaltarse la descripción de verduras y frutas. "[...] Cada día al atardecer el mulo y la burra suben al mercado cargados con sacos grandes y grandes cestas de mimbre rebosantes de hortalizas y frutas [...] en un esplendor de tomates rojos y macizos, rotundas berenjenas moradas, sandías como bolas del mundo, ciruelas de luminosidad translúcida, melocotones con una pelusa de mejillas fragantes, cerezas de un rojo dramático de sangre, [...] Según vaya terminando el verano llegarán las uvas y las granadas, que al partirse revelan en su interior una lumbre de jugosos tan roja como los fuegos centrales de la Tierra. [...]" (p. 186-187). Otra vez está presente la sensorialidad, muy recurrente como antes se ha dicho. Se indica la gran cantidad de cualidades que tienen las frutas relacionadas de algún modo con los sentidos, en este caso la vista y el tacto. Es una de las descripciones que más importancia toma en toda la novela, ya que vemos cómo de una manera magistral mezclan una serie de elementos descriptivos de dan la sensación de poder verse en un cuadro o pantalla de cine, como si fuera una película con todos sus detalles.

La imaginación del muchacho se hace patente al unir los objetos de su colegio o de la biblioteca pública con los de la nave Apolo XII. "[...] En el colegio, en la biblioteca pública, las cosas tienen superficies suaves y pulidas, gratas al tacto [...] Láminas de materiales plásticos y de metales relucientes y livianos componen la nave Apolo y las grandes estaciones espaciales de las películas del futuro [...]" (p. 111). Es tal la obsesión del joven con el proyecto lunar que todo lo que tenga que ver con el día a día juega un papel que automáticamente desencadena en su mente el tema del espacio exterior.

La frescura de la noche se muestra en el pozo de la casa del protagonista, cuando se dirige a recoger la sandía que estaba allí para mantenerla lo más fresca posible. "[...] Me asomo al brocal del pozo, y en el fondo se ve como un espejo oscuro el brillo inquieto del agua y el gajo de luna repetido en ella. Tiro de la soga áspera, y sobre mi cabeza gruñe la polea. Resuena el agua muy hondo [...] y luego choca con sonidos metálicos contra las paredes de piedra. Sube un fresco profundo [...] mientras el cubo chorreante asciende hacia el brocal, el cáñamo de la doga escociéndome las manos. [...] chorreando, con un olor a saco mojado, porque la sandía, para que se mantenga más fresca, se sumerge en el agua en el interior de un saco atado con cuerda [...] (p. 129). Se observan de nuevo las sensaciones como el frío, las frescura del agua; todo guarda una relación con el frescor, que de alguna manera se puede relacionar con la frialdad de la Luna o con el espacio exterior. El lector participa de todas estas sensaciones como si estuviera también en el brocal del pozo.

No faltan las cronografías, es decir, las descripciones temporales de algo. Una de las que toma mayor relevancia es la del amanecer. "Como cada mañana han despertado los trinos y los aleteos de las golondrinas [...] Las oigo piar todavía en sueños, en el fresco de la mañana, cuando el sol todavía no ha llegado a la plaza [...] El aroma espeso de la resina y de las flores de los álamos entra en mi dormitorio [...]" (p. 135-136). Se describe aquí algo que le sucede al muchacho cada mañana cuando se despierta; los sentidos toman otra vez importancia ya que al encontrarse en estado de duermevela no puede abrir los ojos y siente el olor, el sonido... todo le tranquiliza y, mientras se inunda de sensaciones, protagonista se deja llevar hasta el punto de imaginar lo que estarán haciendo en ese mismo momento los astronautas del Apolo XII. Podemos ver un efecto de simultaneísmo que se integra con el proceso descriptivo llevado a cabo por el joven respecto a la mañana.

El retrato es la descripción que une la etopeya que es el análisis del modo de ser de un personaje y la prosopografía o análisis del aspecto físico de un personaje. Muy notable es la del Padre Director del colegio Salesiano al que asiste el yo. "La cara y las manos del Padre Director son un blanco grisáceo, con un brillo metálico de barba muy recia y muy apurada en las mandíbulas. El mentón breve, las mejillas sumidas, los pómulos angulosos, el cráneo redondo y pelado [...] Una cicatriz le cruza la frente [...] Detrás de los cristales de las gafas los ojos agrandados miran desde los cuévanos con una frialdad clínica, con una ironía siempre dispuesta a complacerse en la falta de inteligencia, en la cobardía, en la flaqueza, en el miedo [...] sus ojos tan claros y con los cristales potentes de sus gafas [...]" (p. 148-149). Vemos el análisis riguroso de todos los aspectos del Padre Director, a quien muestra como una persona fría y sin sentimientos. Su personalidad confirma las sospechas que teníamos al concebirlo como un ser despiadado. Más adelante se narra lo que hace habitualmente este sacerdote para infundir miedo en los alumnos del colegio.

Los aspectos descriptivos de Muñoz Molina se puede resumir en una sola palabra: sensorialidad. La gran catidad de adjetivos emotivos hace que el lector se integre en la obra y se sienta como el propio protagonista. El color, el sonido, el olfato, el tacto son algunos de los rasgos que podemos encontrar en las páginas de esta magnífica obra. Gracias a ellos sentimos lo que ocurre y a la vez imaginamos cómo son las cosas que se pintan mediante el arte de la descripción. La Luna, siempre en la mente del protagonista, es una obsesión que lo deja evadirse de la realidad y lo une mediante imaginaciones a lo que ven y viven los tripulantes del Apolo XII.

El viento de la Luna destaca por la gran cantidad de descripciones que exhibe, por la oposición entre el mundo rural opresivo y el increíble progreso técnico que tiene lugar con la llegada del hombre a la Luna. Nos hemos acercado a la visión de un niño de trece años sobre lo que ocurre, y, por supuesto, nos encontramos el imperecedero mundo que une verdad e invención en la magnífica prosa de un excelente autor: Antonio Muñoz Molina.


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