Amanda Palmer es uno de esos regalos geniales que el mundo se ha hecho a sí mismo. Para todos aquellos que aún no la conozcan, diré que se trata de uno de esos personajes a los que me gustaría no conocer aún, por el simple hecho de volver a tener la ocasión de descubrirla de nuevo: es única.
Amanda se hizo popular gracias a su música, que va mucho más allá que una colección de cd’s: letras reivindicativas, ausencia total de tapujos, performances teatrales en los conciertos, una estética punk rock muy rompedora que mezcla vestigios del cabaret y de la estética circense. Pero sobre todo, la música de Amanda transmite a la perfección la poderosa energía de su autora, una mujer con un alma grande, preciosa y resplandeciente.
En realidad, a nadie le puede pasar desapercibido el hecho de que desafina mucho, si uno se fija bien puede preguntarse, ¿acaso ella no se está dando cuenta? A continuación, la pregunta es ¿lo sabe perfectamente, pero está representando un papel? Creo que la respuesta es que lo sabe perfectamente y que le importa tan poco que incluso lo exagera, puesto que a través de su voz, su música y la puesta en escena (independientemente de la afinación, o gracias a que ésta sea incorrecta) consigue transmitir al público exactamente lo que quiere.
En este libro autobiográfico hay un fin principal, que va más allá de reunir un buen puñado de anécdotas: se trata de transmitir al lector la idea de que todo lo que nos han inculcado sobre la prudencia y el pudor a la hora de pedir algo que necesitamos (ya sea emocional o material), es erróneo. Es decir, con su ejemplo pretende demostrar que ser vulnerables nos hace más fuertes, y que el amor y la empatía son bienes que no se gastan por más que los demos y recibamos, sino todo lo contrario.
Muchas veces me preguntan: “¿Cómo puedes confiar tanto en la gente?”Porque es la única forma de que las cosas funcionen.Cuando aceptas la ayuda que alguien te brinda, sea comida, un lugar donde dormir, dinero o amor, hay que confiar en esa ayuda. No se pueden aceptar las cosas a medias y entrar en casa de alguien con las espadas en alto.Cuando confías abierta y radicalmente en la gente, ellos no solo cuidan de ti, sino que se convierten en tus aliados, en tu familia.A veces la gente no está a la altura de la confianza que depositamos en ellos.Cuando eso ocurre, la reacción correcta no es:-¡Mierda! ¡Si es que no se puede confiar en nadie!La reacción correcta es:-Hay gente que da pena.Y seguir adelante.Hay montones de anécdotas en este libro, todas ellas narradas con un estilo despreocupado y directo que desprende franqueza. Aprendemos muchos detalles de los inicios de la artista como camarera y estatua humana callejera, así como todo lo relativo a su carrera musical. También se incluyen datos sobre su relación con el magnífico escritor Neil Gaiman, que actualmente es su marido y padre de una hermosa criatura feérica. Quienes ya conocíamos a la pareja por separado, la noticia de su relación amorosa, cuando se hizo pública, nos conmocionó casi hasta las lágrimas: era tan perfecto que parecía irreal, y ahí siguen…
Las redes sociales han marcado la relación de Amanda con sus seguidores, así como la confianza que tiene en la magia de ayudar a los demás y también pedir su ayuda cuando es necesario. Asistimos aquí a la llegada de internet a la vida de la artista, cuando comenzó una comunicación directa con sus fans y cómo, por ejemplo, fue una de las pioneras del crowdfunding. A día de hoy, sigue muy activa en redes y así por ejemplo, el día en el que escribo esto vi a los pocos minutos de publicarse, un vídeo (con casi 45.000 reproducciones y 129 comentarios) en el que Amanda se grababa frente al tiovivo que hay al pie de las escaleras del Sacré-Coeur de Montmartre, un escenario muy famoso gracias a la película de Amelie.
Me gustaría aclarar que este libro no tiene nada que ver con uno de esos horribles manuales de autoayuda, que establecen ejercicios y marcan las pautas para que el lector las siga de forma rígida con tal de lograr sus metas. Nada que ver. “El arte de pedir” es una autobiografía, que incide en el acto del intercambio desinteresado de favores, precisamente porque es algo que ha marcado profundamente la vida y obra de su autora (y porque, de seguir su ejemplo, esto es algo que en nada puede perjudicar a nadie, sino todo lo contrario). En todo momento, ella expone su experiencia y es el lector quien saca sus propias conclusiones.Mi conclusión es que Amanda es una estrella luminosa, y que su arte gamberro me inspira un millón de cosas buenas.
A veces era como si Neil fuera de otro planeta en el que la gente nunca pedía ni compartía nada personal sin antes disculparse por extenso. Él me aseguró que sencillamente era británico. Y que nosotros los estadounidenses —con nuestra excesiva tendencia a compartirlo todo a gritos, la necesidad de abrazar a cualquiera y las confesiones a gente que acabamos de conocer sobre heridas infantiles profundas y traumáticas— le parecíamos igual de extraños.Cuando empezó a tenerme más confianza, me contó que durante mucho tiempo había creído que en realidad la gente no se enamoraba. Que todos fingían.
—No puede ser. Eres escritor —dije yo— y has visto mil películas, has leído mil libros y memorias, y conoces a personas de carne y hueso que están sinceramente enamoradas. ¿Qué me dices de John y Judith? ¿Y de Peter y Clare? ¿Piensas que actúan? Tú has escrito libros enteros, cuentos y escenas en los que los personajes están profundamente enamorados. Quiero decir… que no me lo puedo creer. ¿Cómo podías escribir sobre el amor si no creías que existiera?
—Justamente, querida —me dijo—. Los escritores se inventan las cosas.