Para Jean-Yves Jouannais, "el arte decisivo de este último siglo y la idiotez son una misma cosa. Moderno e idiota son sinónimos." Lunático, iluminado o excéntrico, la figura del idiota como transformador aparece a lo largo del siglo pasado en el cine (Herzog, Godard, Von Trier) y la literatura (Gombrowicz, Kennedy Toole), aunque es en el mundo del arte donde el idiota más ha significado, eso sí; no tanto representado como encarnado por el propio artista, confundiendo creatividad y locura, vida y obra. El idiota, como el salvaje, ha sido visto como alguien libre de ataduras y de convenciones sociales, lo que les ha convertido ocasionalmente en metáforas y curiosos casos de estudio.
La idiotez, como condición pero también como estrategia social, artística y política, ha sido objeto de estudios recientes como Les figures de l'idiot (Ed. Léo Scheer, 2004) o la citada L'idiotie (Beaux Arts Magazine). En nuestro país, los idiotas que más se han repetido en los últimos años son el idiota político y el financiero.
Las galerías y museos, por otra parte, han expuesto las esculturas de Erwin Wurm (imagénes), Maurizio Cattelan (primera imagen), Jaume Pitarch o el tándem formado por Jennifer Allora y Guillermo Calzadilla, que instalaron en la pasada Bienal de Venecia un servidor bancario bajo un gigantesco órgano musical (en función del dinero extraído, el órgano interpretaba una pieza musical u otro en función de la cantidad extraída) Casi igualito que los bancos con sus preferentes, que cuánto más te colocaba mejor les sonaba sú música.
Pero ser idiota es la evidencia de algo más: la necesidad de cultivar el desconcierto de públicos proclives a echar el ancla y aplaudir lo que ya conocen. Debe reconocerse aquí la importancia de Yves Klein, maestro en la desubicación con un gran sentido del espectáculo. Tras Klein, fueron figuras como Andy Kaufman o Martin Kippenberger, desde la década de los setenta, las que adentraron este fascinante territorio para el cultivo de la inmadurez. Kaufman pasó de actor secundario en sitcoms de éxito a humorista excéntrico y, finalmente, a un caleidoscopio de personalidades desagradables que exhibía mientras organizaba peleas de mujeres en piscinas de barro.
Entre un punto y otro, el humor dejó de ser una cosa divertida. Kippenberger, un artista tan superdotado como imprevisible e impermeable a la noción de estilo, consideraba también que el arte de contar un chiste alcanzaba su máxima belleza cuando este concluía sin sentido. Kippenberger se consideraba un idiota y comprendía perfectamente el valor purificador de la risa, fundamental contra dogmas y conservadores, dentro y fuera del mundo del arte.
Los protagonistas de esta nueva risa, aún siendo hijos de Klein, de Kaufman o Kippenberger (todos ellos muertos prematuramente), están lejos del artista poseído que tanto fascinó en el pasado, errático, autodestructivo y tragicómico. Son más bien profesionales del ingenio, sin el ego excéntrico del siglo XX. Se trata de una figura más liviana e iluminada, nieto de Jarry y productor de una obra que se desliza muy bien a través de la red, un lugar en el que naufragan felizmente despieces del arte y el espectáculo, liberados de aquellos modelos que les imponían sus marcos originales: galerías, teatros o pantallas televisivas.
La idiota internacional
p. d. Locura y razón van muy unidos, por el contrario los últimos idiotas que han dirigido nuestro país, están alejados totalmente de ella. Ya decía Chesterton que "loco es aquél que ha perdido todo, absolutamente todo, menos la razón".