Fotografías Antonio Andrés
Hay quien siembra tempestades y guerras allá por donde pisa, y hay quien lleva paz y belleza por dónde va. Las diferencias pueden utilizarse para generar escisiones o para enriquecer la convivencia. Noa está entre las valiosas personas que hacen mejor el mundo con su arte y su mensaje. La cantante israelí ha elegido a lo largo de su trayectoria un camino humanístico y gregario, tan autóctono como universal, inclusivo de diversas culturas, el camino de la inquietud artística que no entiende de fronteras. Y de todo ese despliegue de ritmos y acentos que porta en la alegría inmensa de su sonrisa, dejó un buen pedacito en el Teatro de la Maestranza.
Hubo jazz, recordando algunos standards de las grabaciones junto a Pat Metheny (que también visitará el Maestranza esta temporada, en junio) en Afterallogy. Sonó también esa pieza hermosa balanceada en un vals que, entre lo sefardí y la melodía clásica de musical, compuso junto a Joaquín Sabina, que bordó un traje a medida para ambos con su letra nómada y mestiza de mil y una noches. Con humor, tomó prestada para las partes en español su voz cascada y un sombrerito para recordar el bombín chapliniano del ubetense.
Elegantes e inspirados, al servicio del tremendo poderío vocal desatado de Noa, estuvieron el cómplice habitual Gil Dor en guitarra, Or Lubianiker al bajo y Gadi Sari en batería. Derrocharon maestría y se lucieron en un intermedio instrumental previo al fragmento barroco, que sirvió a la cantante para cambiar su vestimenta para la segunda parte del show. Con ella llegó la explosión desencadenada de ritmos y de mestizaje de músicas del mundo. Noa llegando más allá de lo uno puede imaginar, con una voz increíble capaz de cantar todo lo cantable, sin agudo ni grave que se le resistiera, sumándose inclusive a las percusiones.
Esta noche luminosa tuvo también una larga reflexión, humanista y amorosa, que compartió con el público; una linda nana a capella dedicada a su madre y una versión sobrecogedora de Es caprichoso el azar, de Serrat, de las que logran parar el tiempo durante unos instantes. Tan bella que parecía irreal. Como esa vida a la que Noa canta en su canción más conocida y celebrada, con la que se despidió y en la que el público le acompañó cantándola todo el coro. Esa vida que es más bella gracias a personas como Noa, que, en lugar de generar grietas, disponen su espíritu y su esfuerzo al noble arte de tender puentes.
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