Tendemos a ver en la inmensidad del Espacio, aquello que quizá tengamos más cerca. La Ciencia Ficción, siempre tan interesante en lo que a previsión geopolítica y científica se refiere, se centra en viajes a la Luna, Marte u otros planetas, como si nuestro planeta Tierra fuera ya un territorio sin nada que poder colonizar. Hizo falta la gran labor divulgativa del “viejo” Cousteau para que el gran pública abriera sus ojos hacia el Mar, ese gr an desconocido que impera en el espacio físico terrestre. ¿Hará falta que llegue la “realidad política” para que el gran público mire hacia el Ártico y la Antártida? Centrémonos en el primero. La desaparición de los polos es motivo productor de “lágrimas de cocodrilo” entre la élite dominante. Como si de los pastos del lejano Oeste americano se tratara, la apertura de un nuevo continente (Antártida) y de un basto espacio marino (Ártico), anuncian negocio y enriquecimiento para las potencias hegemónicas.
El Ártico contiene preciados recursos. No importando ni osos polares, ni belugas o focas de casco, el oceáno Ártico es por todos sabido que tiene petróleo, gas, oro y otros minerales de gran interés. Las discusiones en torno a la propiedad de los terrenos árticos están presentes en el debate geopolítico global, sólo que no transcienden al gran público. Da la sensación, una vez más, de que existen temas de sumo interés que no son analizados por la comunidad internacional. Temas que interesa que queden, como dijera la Gaite, “entre visillos”.
El 2 de agosto de 2007, una expedición rusa reclamó haber colocado, exitosamente, una bandera rusa en el fondo del Ártico (plantando una cápsula de titanio). Cabe decir que nadie vio en ello un parecido con la declaración que hiciera Cristóbal Colón reclamando la propiedad de las Indias para la Corona castellana. Nada más lejos de la realidad, lo que entonces fue un hecho debatido, hoy totalmente admitido, hoy ha sido (pese a seguir los “tratados” en la materia) un hecho interesadamente ninguneado. Siberia y su entorno han pertenecido a Rusia mientras fueron hielo y renos, ahora, el Círculo Polar Ártico interesa.
La propiedad del fondo ártico es un conflicto latente, de muy difícil solución. A nivel pequeño pueden verse ciertos paralelismos con los conflictos derivados de la discusión en torno a la propiedad del mar Caspio (problema que enfrenta a Azerbaiyán, Irán, Rusia...). Los criterios seguidos por las partes implicadas, una vez más, difieren, y no es de esperar que se llegue a una solución paccionada equitativa, si es queda algún atisbo para la apropiación.
En lo que al “conflicto ártico” se refiere, las partes colindantes implicadas son: Canadá, EEUU (vía Alaska), Noruega, Rusia y Dinamarca (mediante Groenlandia). Todos estos países tienen reconocida un área económica exclusiva de 200 millas al norte de su costa ártica, establecida bajo leyes internacionales. Sin embargo, Rusia ha efectuado un movimiento “de apropiación” (o de “reconocimiento”, según la postura que uno adopte) reclamando los derechos sobre un área mucho mayor. Para Rusia el Polo Norte les pertenece dado que se trata de una extensión de su propia plataforma continental (Dorsal de Lomonosov). Rusia ha planteado el tema a la ONU, si bien, y este es un dato capital, EEUU no ha reconocido la Convención sobre el Derecho del Mar. Una vez más, dejando el “espejismo chino” (que sólo es una potencia en lo económico, y por ende, político en parte) a un lado, el conflicto entre los dos grandes bloques hegemónicos, cuanto menos en lo armamentístico, es evidente. Rusia y el Imperio de EEUU (Occidente) se rifan un terreno virgen. Los movimientos de unos y otros están produciéndose, sólo que al margen de la luz y los taquígrafos. No sabemos cuándo estallará la chispa, o si lo hará en algún momento, pero es evidente que el tema es preocupante, demostrándose, una vez más, la irrelevancia total de un supuesto “poder equitativo global” encarnado por la ONU. En relación con todo ello, y como cuestión para el análisis, sospecho que el “caso islandés” no es ajeno a la controversia.
Los “indignados” de Puerta del Sol (Madrid) y de Plaza Cataluña (Barcelona) citan continuamente el ejemplo de los “vikingos” de Reykjavík como modelo a seguir. “¡Islandia se opone a pagar las deudas que han contraído sus políticos! ¡El pueblo islandés se ha revelado contra los poderes económicos!” se dice. Sin embargo, las sumas elementales, y algún que otro razonamiento deductivo, me hacen dudar de este “buenismo” generalizado en torno a Islandia.
Les facilito unos datos y una opinión personal. Los datos son que Islandia se halla justo en el margen del Océano Ártico (cerca del Polo). Se trata de un país de tamaño considerable pero muy escasa población (poco más de trescientos mil habitantes). Rusia ha concedido “desinteresadamente” un millonario préstamo a Islandia. Rusia es la principal interesada en el “tesoro ártico”. Gozando del favor, y privilegios sobre Islandia, los rusos tienen una punta de lanza a su favor. Con dar una porción minúscula de sus beneficios a Islandia se conseguiría que los “pobres” vikingos fueran millonarios con el acuerdo. ¿Soy muy mal pensado si creo que los movimientos en Islandia forman parte de una táctica rusa para hacerse con el “control” del país y su zona?
La verdad no sale en los telediarios, ni la puede saber nadie con certeza, pero las especulaciones, en un país libre, deben poderse hacerse, y en mi opinión, es muy saludable que SIEMPRE se hagan. Lleguen ustedes a sus propias conclusiones, pues son cabezas pensantes.