El artista habla a esa parte íntima de nuestro ser que no depende de la sabiduría, a lo que es en nosotros un don y no una adquisición, siendo, por consiguiente, más duradero. Habla a nuestra capacidad de alegría y de admiración, dirígese al sentimiento del misterio que rodea nuestras vidas, a nuestro sentido de la piedad, de la belleza y el dolor, al sentimiento que nos vincula con toda la creación; y a la convicción sutil pero invencible, de la solidaridad que une la soledad de innumerables corazones: a esa solidaridad en los sueños, en el placer, en la tristeza, en los anhelos, en las ilusiones, en la esperanza y el temor, que relaciona cada hombre con su prójimo y une a toda la humanidad, los muertos con los vivos, y los vivos con aquéllos que aún han de nacer.Cada uno lee desde donde lee, ¿verdad? Se esfuerza por entender al escritor en los términos de este, y al mismo tiempo es legítimo y necesario que haga su lectura interpretativa, existencial. Así pues, creo que entiendo bien lo que quiere decir Conrad, y no voy a poner en su boca lo que no dijo. Pero, desde mi posición existencial, también creo que ese misterio, ese don -que alguien da-, esa creación, esa solidaridad de todos, entre muertos, vivos y los que han de nacer, son flechas que apuntan hacia Dios. Y a la necesaria relación del artista con la trascendencia.
Este es un fragmento que el periodista Kapuscinski citó al final de su Conferencia de apertura del período lectivo de verano en la Universidad Jagielloniana de Cracovia -desconozco el año-. El fragmento proviene del prólogo que Joseph Conrad escribió a su obra de tema marino "El negro del Narcissus". El fragmento habla del sentido del arte. Yo lo suscribo con emoción: