Leonard Cohen
I.
Déjenme que les cuente: primero fueron las exposiciones bélicas y el exhorto a que los niños las vieran. Luego el intento de golpe dianético. Ahora llega la nueva embestida contra la escuela, esta vez de la mano del empresario Armando Prida, bien provisto de la soberbia que da la ignorancia y dispuesto a enseñar a los expertos lo que es bueno.
De "Rostros" a "Lo bueno de ser bueno"
Resulta que el pasado jueves 26 de enero, directivos y supervisores de una Corde de Puebla fueron convocados a asistir a un taller sobre valores que resultó ser una emboscada destinada a la presentación de un “método” de trabajo y una serie de libros, ambos producidos por la fundación Educación por la Experiencia, que encabeza el mencionado empresario. Cuando algunas de las asistentes comenzaron a manifestar objeciones e inquietudes, el ponente principal, Armando Rugarcía, trató de calmar las aguas asegurando que existe un acuerdo con la SEP estatal para usar los textos en todas las escuelas de Puebla, a partir de este año, una hora a la semana. En otras palabras, más que discutir había que comenzar a resignarse, en espera de que llegaran las instrucciones oficiales (“ya saben cómo es la SEP”, explicó).
A medida que trataban de bucear en el charco intelectual de los materiales propuestos, algunas maestras se atrevieron a plantear que no había en ellos nada novedoso y que, sobre todo, no aparecía por ningún lado el sustento pedagógico de sus afirmaciones. El doctor Rugarcía, entonces, soltó esta perla: “Bueno, esto ha surgido de la experiencia, todavía no hay sustento pedagógico, lo vamos a construir”. Estoy seguro de que en algún lugar de la sabiduría popular hay un dicho que caracterice la frase anterior, los patos tirándole a las escopetas, o los bueyes detrás de la carreta, o algo así, pero resulta de un desparpajo curioso para venir de un académico emérito de la Ibero, con un doctorado y dos postdoctorados en educación.
Los textos en cuestión -una “guía metodológica” y ocho libros, incluyendo uno para cada grado escolar- son un ejemplo impecable de pobreza conceptual, falta de imaginación e ignorancia pedagógica. Ya abundaré en esto enseguida, pero no puedo dejar de mencionar que todo el material tiene un innegable tufillo retrógrada, desde el lenguaje empleado hasta las actividades, un cierto aire a manual escolar franquista o a las propuestas pedagógicas de la junta militar de Videla y compañía, todos ellos bien asesorados por jesuitas, salesianos y el resto de la caterva de curas empeñados en convencernos de que a la felicidad se llega a fuerza de repetir, a ritmo de paso de ganso, que “es bueno ser bueno”, que “yo estoy bien, tú estás bien”, que “un ser amable y respetuoso será feliz y recibirá un trato amoroso” y otras estupideces por el estilo que al final se resumen -lo demuestra la historia que se empeñan en desconocer- en que la culpa la tuvieron las víctimas.
Pero mientras tanto, es urgente preguntarse otra vez quién diablos dirige los, digamos, destinos educativos del estado y del país. Quién diseña lineamientos curriculares, quién toma decisiones de política educativa, quién elige libros, didácticas y pedagogías. Una rápida búsqueda en internet resulta en varios ejemplos de videos y noticias en los que don Prida presenta su “método” y afirma de todas las maneras posibles que esto ya está aquí, que así se trabajará obligatoriamente en todo el país, con Puebla como conejillo de indias. Lo que no se ve por ningún lado es a Lujambio, a su suplente o al menos a su chofer respaldando ese dicho, informando a los docentes y refiriendo el proceso de evaluación por el cual las direcciones de materiales y de métodos educativos de la SEP, oficialmente encargadas de
estas cuestiones, aprobaron dicho “método” y los libros que lo acompañan. Es decir, don Prida habla como si él fuera la SEP federal, lo cual a su vez explica por qué Armando Rugarcía está ahora ocupando las funciones y no sé si el puesto que teóricamente le corresponden en Puebla a Luis Maldonado Venegas.
II.
Lo primero que llama la atención de la “Guía metodológica” propuesta por Armando Prida como material de uso nacional obligatorio es su exigüidad: unas ocho páginas de texto en total (no cuento las hojas en blanco destinadas a que el usuario tome nota o a que descanse del esfuerzo). Lo segundo, que no se trata en absoluto de un método. A ver si me explico.
Como maestro en servicio, estoy acostumbrado a que las nuevas propuestas educativas me obliguen a leer unos cuantos cientos de páginas, sin contar con las fuentes en que esas propuestas están basadas. La más reciente reforma curricular, sin ir más lejos, representó la lectura de más de 600 páginas entre documentos legales, programas y propuestas didácticas, más la revisión de una serie de textos básicos sobre constructivismo, competencias, proyectos, valores y otros asuntos de los que sin duda Prida se empapó a conciencia antes de salir a arreglar el mundo a la brava.
Ya recuperado de esta sorpresa inicial, sin embargo, uno se ve obligado a hacer algunas precisiones sobre el término “método”. Por ejemplo, para no entrar en mayores complicaciones, buscándolo en el Diccionario de Filosofía de José Ferrater Mora. Basta eso para comprobar, grosso modo, que un método es un camino, una serie de pasos que siguen ciertas reglas, así como las razones por las cuales se adoptan tanto esos pasos como esas reglas. El problema del método tiene que ver con la realidad que se intenta conocer y también con el significado estricto de los términos que emplea. No es de sorprender que nada de esto se encuentre en las ocho páginas en cuestión.
Pero quizá Prida no ha querido pecar de esnob y se ha conformado con la definición del Pequeño Larousse ilustrado, o incluso del diccionario de la RAE, y entiende el método como el “modo de decir o hacer con orden”, tal vez para que los maestros, que somos todos medio simples, lo comprendamos con facilidad. Y aquí llega la tercera sorpresa. El “método” aquí propuesto consiste en mostrar a los niños una “frase célebre, dibujo, video, discursos cortos”, para luego iniciar una discusión y al final firmar una carta compromiso. Antes de que uno pueda cerrar los ojos asombrados, el inicio de la siguiente página resume : “Del método: dialogar, escuchar (sic), resolver, trascender”. Y no me pregunten, por favor, cómo se puede dialogar sin escuchar, o qué está haciendo aquí la trascendencia: asuntos tales rebasan mi pobre entendimiento docente.
Observar un fenómeno para luego analizarlo y sacar conclusiones generalizables, sin embargo, es una operación elemental de la inteligencia. Es también una de las actividades más comunes en la escuela desde que Sócrates se paseaba por Grecia en el siglo V antes de Cristo, de modo que difícilmente se puede ver qué es lo que Prida propone aquí como cosecha propia, en tanto no sean sus errores de comprensión: por ejemplo, cuando a preguntar “qué pasaría si...” lo denomina “método de competencias”, demostrando de nuevo su ignorancia supina sobre el asunto.
Volveré a esto al hablar de los libros que complementan la guía, pero antes de que Prida piense que lo comparo con Sócrates, diré de una vez que no sólo no hay aquí ninguna novedad, sino que además se han usado actividades de corte tradicional cuya ineficacia ha quedado de sobra demostrada por la pedagogía de los últimos cien años. Se trata en el fondo de una propuesta esencialmente verbalista, opuesta a la lógica de competencias y proyectos del currículum oficial, y a la que el recurso de las cartas compromiso no hace más que agregarle riesgos, tanto para la adecuada construcción de los contenidos como para la estabilidad emocional de los niños.
Donde, en cambio, se lleva de calle a Descartes, Stanislavsky, Montessori y cualquier otro autor de métodos que yo conozca es, faltaría más, en visión empresarial. No sólo es el “autor” de este “método” sino que además -si están de pie, por favor, siéntense- tiene el copyright del mismo a nivel mundial. De verdad, no es broma. Lo registró. Don Prida ha hecho como esas empresas que patentan el maíz o el dedo gordo y luego se sientan a cobrar las regalías de lo que nunca fue suyo y todo el mundo usa. Descubridores del hilo negro abundan, pero no todos tienen la audacia de patentarlo. Quizás no esté de más tranquilizar a los lectores: este hombre es un mecenas, un benefactor, un filántropo que no le cobrará a los docentes de éste y otros países por usar su idea de dar clases tradicionales, ni aunque lo hagan con fines de lucro. Si su objetivo fuera ganar dinero, tendría mejores formas de hacerlo.
Patentar el método científico, por ejemplo.
III:
Los libros que concretan todo lo anterior son difíciles de describir tanto por su pasmosa simplicidad como por su reiterada capacidad para la perogrullada y la indigencia pedagógica. Todos comienzan con las mismas tres páginas referentes a las “palabras mágicas” (“hola”, “por favor”, etcétera, prefiero ahorrarle al lector la experiencia completa). Justo antes, una descripción de la bandera mexicana; enseguida el índice y una página de agradecimientos que incluye instancias de gobierno, universidades públicas y privadas e instituciones diversas. En cada caso, el lenguaje, el diseño y las ilustraciones son exactamente los mismos, como si niños de seis años y de once fueran, también ellos, exactamente iguales.
A continuación, la estructura de los libros se repite con una regularidad que es eco de la pobreza conceptual del “método”. Un texto más o menos literario o uno más o menos informativo versan sobre el tema de cada unidad, seguidos de un ejercicio y/o una moraleja. En el primer caso, dos o tres preguntas abiertas o de opción múltiple requieren del estudiante responder a cosas como “¿Qué relaciona a la lectoescritura con el pensamiento?” o decidir si lo aprendido en un cuento le permite “ser mejor persona” o “ser igual”. En el segundo, deben escribir una moraleja grupal que, para no correr riesgos, puede cotejarse con la moraleja del propio autor del texto. Por ejemplo, “la honradez y la sinceridad te abren las puertas del cariño y la amistad”, fino pareado de gran profundidad poética, o “Esforzarte por leer y escribir bien te puede resolver muchos problemas de comunicación”. Obviaré cualquier comentario sobre los abismos intelectuales de la frase mientras hago una pausa para repetir “Freinet, Piaget, Vygotsky, conflicto cognitivo” como mantra contra la estupidez.
Cada unidad concluye en los seis libros con la firma de una “carta compromiso” que debe ser signada por cada estudiante y por una especie de testigo familiar que a su vez se compromete a ayudar. Como llevo unas ciento veinte líneas hablando del asunto empiezo ya a quedarme sin adjetivos y sin mantras. El “método” no se preocupa por las consecuencias de sus propuestas, de manera que la angustia o el progresivo desinterés que pueda sufrir un niño que se encuentre incapaz de cumplir con el compromiso asumido ante todo el grupo (y cualquier maestro, cualquier padre o madre sabe de lo que hablo) pertenece probablemente al reino de lo intrascendente. Eso sí, todo encabezado (otra vez, en los más de cien mil ejemplares impresos de cada libro) por una cita del autor que humildemente reclama:
“Puebla es el primer estado de la República Mexicana con educación sustentada en valores en las escuelas primarias; pionero del cambio en México y en el mundo”. Tomen ésa, griegos presuntuosos.
Podría seguir otras ciento veinte líneas. Errores ortográficos, ilustraciones de mala calidad, textos “literarios” cuya explícita intención didáctica es casi repelente, ejercicios verbalistas y memorísticos presentados como panacea, confusión en la comprensión de los procesos (“lectoescritura” y “enseñanza-aprendizaje” como si fueran así, una sola cosa), sistemáticas caravanas con sombrero ajeno que pretenden hacernos creer que todo esto tiene el aval de la OEI, las universidades, el gobierno... Sumadas al lenguaje de los videos que pululan en internet y al de los “talleres” para docentes, todas estas cosas configuran una especie de golpe de estado educativo que hasta el momento no ha merecido una sola línea de respuesta oficial pero que corre, sin embargo, por canales oficiales, los de la Secretaría de Educación Pública. Cualquier docente sabe lo que eso significa: respaldo de la autoridad al estilo Maldonado, llamado a no discutir y resignación cristiana al estilo Rugarcía, ignorancia de la historia al estilo empresarial. Flojitos y cooperando.
Los “valores” bien, gracias.