La segunda enseñanza proviene, a mi entender, del baloncesto en sí. Inevitable resulta compararlo con el gran devorador de mundos que es el fútbol, un deporte envuelto en violencia insoportable, donde se tolera el amaño y el fingimiento como en ningún otro, que crece en un contexto de corrupción económica y política asfixiante y que, amparado por éste, se nos impone de una forma que, si fuésemos un poco rigurosos, convendríamos que vulnera cualquier principio razonable sobre la libre competencia por la que supuestamente deberían velar los poderes públicos. En una cancha de basket se respira tanta pasión como respecto hacia el rival, ejemplificado ayer de manera memorable en el último tiempo muerto solicitado por el Andorra, y donde el entrenador del Lucentum –que en ese momento ganaba por más de treinta puntos- indicó a sus jugadores que no estaban allí para faltar al respeto a nadie, mientras alguno de ellos sugería a sus compañeros que moderasen las sonrisas o las celebraciones. También vimos a los miembros del equipo contrario felicitar a los nuestros al concluir el partido, y a la afición andorrana despedir a los suyos con aplausos. En realidad no es necesario extenderse sobre esto: basta acudir a un campo de fútbol y a una cancha de baloncesto y comparar. Sin embargo continuarán las prácticas monopolísticas en los medios de comunicación, y las informaciones relativas a otros deportes seguirán siendo postergadas en favor, no ya de resultados o noticias estrictamente relacionadas con las competiciones, sino de cotilleos, declaraciones, rumores o suposiciones referidas –por supuesto- al Madrid o el Barcelona. No pasa nada. Uno se siente orgulloso de pertenecer a esta especie de minoría bizarra y dispersa del basket, aunque tengamos que tirar de equipo de grabación o de ordenador para ver los partidos. Y especialmente orgulloso de darles un corte de mangas a los medios de comunicación tradicionales y acudir al patio de recreo de internet, repleto de webs, blogs, foros, etc., donde de manera tan profesional como divertida se comparte la pasión por este deporte. Y agradecido por los momentos de felicidad que, sobre todo en los dos últimos años, nos ha proporcionado el Lucentum: la temporada memorable en ACB, con Txus Vidorreta y aquellos primeros partidos sorprendentes en que disfrutamos de un Kyle Singler que aterrizó en Alicante como procedente de una nave extraña; el famoso “triple de Llompart”, seguido ahora por el de Pedro Rivero; la clasificación para la Copa del Rey; Ivanov mandando callar a todo el pabellón al lanzar un tiro libre; el ascenso de ayer; Rubén Perelló defendiendo y atacando al aire desde el banquillo; numerosos partidos ganados o perdidos pero que nos tuvieron con el aliento contenido hasta el final…
¿Ha sido un espejismo, un instante de esplendor antes de volver a la oscuridad? Puede que sí. Pero si al menos nos sirviese para pensar un poco y sacar algunas conclusiones interesantes, tal vez hagamos que se prolongue en el tiempo. Y el tiempo, al final, siempre acaba trayendo algo bueno. No podemos hacer que salga el sol cuando queremos, pero luchemos al menos porque, si sale, nadie nos lo oculte.