El ascenso del guerrero

Publicado el 22 enero 2013 por Francissco

Hacía calor o así se lo parecía a Adriano. Aquella realidad aplastante se imponía a través del sudor que le provocaba el suéter que llevaba puesto, un testimonio de las infinitas precauciones a las que le había obligado aquel maldito invierno, en el que su fragilidad ante el resfriado había quedado en evidencia por primera y vergonzosa vez.

¿A donde habían ido todos aquellos pasados inviernos de fortaleza exhibicionista, de desprecio de abrigos, bufandas, calcetines gorditos y otros horrores, más apropiados para organismos carcamalescos y con termostatos defectuosos?

En todo caso, Adriano notaba que sus antiguas energías telúricas  retornaban guerreras. Aquellos picores por todo el cuerpo, aquella comezón que le impelía a despojarse del jersey ignominioso y castrante. Su liberación personal la comenzó desvistiéndose a la altura del número 14 de la avenida, provocando que algunos viandantes pertenecientes a la Era del Frío miraran con asombro la fina camisa veraniega con la que se quedó expuesto al viento de Enero. Emboscados en sus bufandas y cuellos altos, los pinguinescos y forrados peatones le dirigían miradas incisivas, con sus ojillos semicerrados por la violencia del aire.

Y cuando la audacia comienza no puede sino continuar. Extrajo las pastillas mentoladas para la garganta y las arrojó a la papelera, mirando a la concurrencia con gesto de triunfo. A continuación se despojó de la camisa, quedándose con la sencilla camiseta que llevaba debajo, aunque la misma bien podía pasar por un nicki deportivo, qué demonios.

Notaba en su interior una presión, algo así como una exigencia de liberación que le empujaba a desafiar la dictadura climática imperante. La televisión había dicho que se avecinaban tres días de vientos cálidos del sur y el pensaba aprovechar los mismos para vivir de nuevo. Pensaba reconciliarse con Tessa,  su hija de 20 años. A fin de cuentas, no era sino una jovencita como todas, que vestía como una asistenta del conde Drácula, tomaba drogas a escondidas a dos metros de sus padres y escuchaba discos al revés por si oía a Satán.

Si se descontaba algunas décadas se recordaba asimismo haciendo cosas parecidas e incluso más atrevidas todavía. En su época estaba todo menos inventado y la sensación de riesgo y desafío era mucho mayor que ahora. Su hija y la legión de criaturas de ultratumba a quienes llamaba “amigas” contaban con padres que navegaban por la red y hablaban de videojuegos y novelas de vampiros. En realidad y descontando los años infantiles de la chica, no recordaba haber ejercido la paternidad en su casa. Tessa creció y al hacerlo se incorporó automáticamente al ecosistema doméstico, una celda más en la colmena urbana en donde ella y sus dos padres pasaban el tiempo libre mirando cada cual su propia pantalla y obviando el hecho de la cercanía física.

Adriano, a todo esto, seguía sudando por la calle y mientras lo hacía rememoró otra vez con turbación las fotos de Facebook pertenecientes al muro de su hija y que el había atisbado, cuando ella se levantó un instante y se dejó la cuenta abierta. Bueno, de atisbar nada, seamos sinceros: las había mirado con toda intención. Y haciéndolo comprobó, de facto y por primera vez, que su hija ya era una adulta sexuada. Precisamente, algún amigo le había colgado unas imágenes suyas totalmente desnudo y sudoroso. El comentario de Tessa -“Te lamía todas las gotas”- le supuso un shock, la leche…

No podía dejar pasar aquello. Le dio a la opción de “denunciar” que llevaba la imagen. Y encima y como estaba en la propia cuenta de ella, aprovechó para bloquear al insoportable y lascivo fulano que le mostraba los glúteos a su niña querida. Cogió y le mandó un mensaje antes de ello, no obstante, asegurándole al tipejo que ella (por Tessa) era una convencida lesbiana cortapollas (rogando mentalmente el perdón de Tessi, ay, dios, qué trances) y que si lo había aguantado hasta ahora era simplemente para comprobar lo patético que era.

Una vez hechas todas estas barbaridades se quedó mirando la pantalla con temblequeras. Ya le había dado al “enviar”. Se preguntaba si no estaría loco, pero el sabía que no. Lo suyo era aversión al enfrentamiento, cosa que le había hecho descender al tercer puesto tácito de la jerarquía hogareña, por detrás de las dos hembras dominantes con las que vivía. Haciendo esta pequeña travesura se aseguraba de obstaculizar una relación. Así, sencillamente ¿no?

Lástima, ay, que su hija apareció por detrás justo en ese momento, dándole un susto de muerte y haciendo que la relación padre/hija casi se invirtiera: “Como has podido” “No te da verguenza” “No tienes derecho, soy ya mayor de edad. Mi PC  es mío y mi vida también”.

Sus posteriores “¿Quien era ese despelotado?” “Mientras vivas aquí no quiero locuras”  así como “Lo hago por tu bien” chocaron con el portazo de su hija y la mirada estupefacta de Laila, su mujer.

-Tómate tu vaso de leche. Hace ya rato que te lo puse en la encimera -le dijo Laila con frialdad.

Adriano tardó un rato en hacerlo, saliendo un momento al balcón. Cuando por fin entró a tomárselo la leche ya le sabía rara, yeńdose después de ello a la calle para ver si le pasaba el enfado. Y después de deambular un rato con todos estos recuerdos, andaba de vuelta hacia su casa. Confiaba en encontrar a Tessa todavía en su habitación, aunque primero se daría una ducha porque aquel sudor iba a más. Uuf, diablos, se sentía genial.

Caminaba a velocidad de crucero, adelantando a una masa de torpones embutidos en ropas gruesas, que parecían ralentizados y como sonámbulos ¿Serían todos unos zombies acaso? Bueno, se nacía joven o se nacía viejo y el sabía muy bien en que bando estaba. Podía ahora comprender a su hija y a sus silencios. Se sentía sola con unos padres semiautistas y con menos energías vegetativas que un caracol. Pero sus propias energías habían vuelto: se notaba ardiendo y el roce de la camiseta con las tetillas se las ponía duritas ¿Estaría volviendo su cuerpo a la adolescencia ese día?.

Cuando entrara en la casa y dado como se sentía, Laila y el harían el amor primero que nada. Percibía ya una erección formándosele en la entrepierna, ja, ja. Caray, si ya estaba en su patio y bajaba una vecina en ese momento, aquella rubia madurita y de buen ver del tercero. A tal punto la encontró atractiva que la erección se le reforzó más todavía y al tradicional “Buenos días” le añadió un beso enviado al aire que la provocó un gesto de estupor.

Los ascensores estaban ocupados y el se axfisiaba allí, en el entresuelo, dioss. Abrió un enorme tragaluz que llevaba años cerrado trepando por el sofá del vestíbulo. Se descalzó para no mancharlo y después de ello encontró fantástica la frialdad del suelo, al punto de que se quitó hasta los calcetines ¿Y porqué narices no bajaban ya ninguno de esos dos mierdosos ascensores ?

Decidió que subiría a pie. Eran diez pisos pero se notaba fuerte como un toro y ligero, muy ligero. Descalzo como iba, notaba con detalle el tacto de las escaleras. Se imaginó que los guerreros indios se sentirían así cuando corrían por la rocas y el desierto, desnudos excepto por un simple taparrabos ¿Y porqué no, ahora que lo pensaba? ¿Porqué no darle una sorpresa a Laila y a su hija? A fin de cuentas, sabía de familias que vivían en comunas nudistas por lo que paró un instante, percatándose de la enloquecida velocidad de su corazón al hacerlo y se despojó de toda su ropa. Hizo un hatillo con ella y se la ató al cuello pasándosela detrás.

Cuando lo hizo notó como un hormigueo desatado por todo el cuerpo y un torbellino de imágenes velocísimas en el cerebro. Ya no subía por una escalera de vecinos, sino que invadía una fortaleza enemiga. Su casa era una cueva cuya puerta en este momento aporreaba, carcajeándose como un maníaco y portando una erección descomunal, como si fuera el dios Pan. Esperaba que no abriera su hija, qué caramba, que en los últimos tiempos le atormentaba con aquellas turgencias suyas, demonio de chica. Quizá perdonara algún desfogue paterno, muy cotidiano en algunas culturas tribales, por cierto…

Quien abrió fue Laila, qué llevaba el móvil en la mano y lo miró desencajada. Adriano notaba las sienes ardiendo, así como un resplandor intensísimo que lo llenaba todo. A pesar del momento tan particular, recordaba -de forma inconexa- que su móvil también había estado sonando mientras regresaba hacia su casa. Detrás de Laila, Tessa miraba desde la puerta de su habitación. Lloraba y lo miraba con cara de auténtico terror.

El resplandor místico aumentaba, el corazón reventaba allí adentro y la saliva le desbordaba la boca. Era muy feliz y ya no deseaba violar a nadie. Pensó que quería muchísimo a sus dos princesas, que las amaba con intensidad y hasta el tuétano, como jamás había querido ni amado a nadie en este mundo ¿En este mundo? ¿En qué mundo estaba ahora si ya ni siquiera veía las paredes y tan solo existían unos brazos que le sujetaban mientras caía y caía…?

Tiempo, tiempo y más tiempo. Tubos que le entraban por la nariz y por la boca, agujas que se le metían por las venas, aire que le entraba forzado por una mascarilla. De vez en cuando, abrir los ojos y volverlos a cerrar de nuevo. Abrir y volver a cerrar. Hasta que, en un momento dado, los dejó abiertos del todo. Vió la cara de ¿de quien? ¿Quien era aquella mujer de unos cuarenta y algo con ojeras?

-…Adriano, soy yo. Laila -Notaba una tensión enorme en ella cuando hablaba -Perdónala por dios. Se enfadó muchísimo cuando entraste en su cuenta y..y cometió una locura. Te puso en el vaso de leche alguna especie de pastilla de las que pillan a veces los jóvenes. El médico dijo que podría haber sido una sobredosis de metaanfetamina, éxtasis o algo parecido no sé. Pero enseguida salió a decírmelo y yo te llamaba y llamaba pero no lo cogías...

Algo se despejaba en su cabeza, poco a poco ¿Laila? Recordaba haber conocido a alguien así. No solo eso. Recordaba también haber querido mucho a una persona muy similar, con ese tacto y ese olor, con esa misma intensidad en la mirada. Había compartido una buena temporada de su vida con esa mujer que recordaba de forma tan neblinosa, delegando casi todas las decisiones importantes en ella. Recordaba que era una mujer que hacía de escudo ante ¿ante una hija? ¿Tenía una hija? Sí, la tenía. Convivía con dos mujeres a quienes hacía años que no prestaba atención y de las que había conseguido que respetaran su silencio y su espacio, mediante el método de ignorarlas casi del todo.

-...eh, Laila, yo… iba hacia casa. Me sentía joven, muy joven, mejor que nunca. Quería ser amigo de ella, de mi hija ¿Tess.? Sí, de mi hija Tessa. Y te quería hacer el amor. Porque eres tú esa mujer ¿verdad? ¿Tú eres mi mujer?

-Sí, Adriano, sí, vuelve ya y recuerda, por favor, por dios. Soy yo, Laila. Tu mujer, claro. Tess no se atrevía a venir, pero está destrozadita. Pensabamos que te morirías. Has estado en coma dos semanas

-Sí, ya, ya recuerdo. Recuerdo bien claro lo que soy. Soy un guerrero indio, Laila  y nuestra casa es mi choza. Mi falo es la envidia de todas las tribus y mi hija será princesa de las praderas. Tu y yo caminaremos desnudos bajo el sol todos los días. Somos la realeza de la tribu y nuestra desnudez es privilegio de reyes…-Así le dijo mirándola intensamente.

Laila se le quedó mirando pero con terror. Santo cielo, Adriano se había trastornado y quizá para siempre. Aterrorizada, se levantó para buscar una enfermera, cuando volvió a escucharlo pero esta vez riendo…

-Ja, ja, ja, ja, ja, que noo, Laila, que noo, que soy el tontainas normalillo de siempre, ja, ja,ja,ja. Ven aquí anda, jaja -Y esta vez, su mirada estaba serena y lúcida, posiblemente por primera vez desde que despertara, para el inmenso alivio de ella que se dejó caer de nuevo en la silla, tan solo disfrutando otra vez de su risa, aquella risa que hacía tiempo ya, por cierto, que no había escuchado en la casa.

-Perdono a Tess, pero habrá que hablar muy seriamente con esa criatura, antes de que se vuelva a pasar con otra dosis de esa porquería. Vaya con la niñita…

-Ya, claro. Y también habrá que enseñar a alguien algo de etiqueta y privacidad para con los ordenadores ajenos. Vaya con el niñito -remató Laila con cierta acidez.

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