El ascensor

Publicado el 21 septiembre 2013 por Lorena
  No, no estoy loca... creo que no tanto, al menos. Lo que pasa es que, a veces, realmente tarda mucho en llegar.      El ascensor
   Estaba esperando en las penumbras. Podría haber prendido la luz, pero a esa hora de la mañana evitaba cualquier forma brillante. Lo único que le interesaba era el botón rojo. Se había encendido cuando lo presionó y, aunque le sorprendió no escuchar ningún ruido, estaba segura de que funcionaba. Se quedó mirando la luz carmesí hasta que los bordes se difuminaron.
   Se despertó de golpe, ¿cuánto tiempo había pasado? No más de unos segundos, ya que aún no había llegado. Presionó de vuelta el botón, y también el otro, aunque solo uno funcionara a la vez. No se oía nada. Miró por el hueco, era más oscuro que el pasillo y se veía aún menos.
   De todas formas, intuyó el movimiento. Se acercaba lentamente. Una tenue línea luminosa se elevaba a través de la caja; hasta que llegó a su altura y filtró rayos resplandecientes, como un amanecer. Ella abrió las puertas y entró en el elevador. Marcó planta baja. No se movió. Marcó de nuevo, y otra vez hasta que el suelo pegó un salto y se puso en movimiento. Ella puso cara de ascensor mientras sentía el descenso.
   Se detuvo. Ella luchó con la puerta exterior hasta que pudo abrirla y salir al pasillo.
   ―¿Qué es esto? ―susurró mientras miraba a su alrededor.
   A menos que las plantas del jardín trasero hubieran crecido enloquecidamente durante la noche, ese no era el palier de su edificio, sino una jungla. Se acercó lentamente a una de las plantas más cercanas. Sus hojas eran enormes y brillaban por la humedad. Las tocó con timidez: eran reales.
   ―Pero esto no puede serlo ―murmuró.
   Caminó un poco entre el follaje. El piso era un colchón crujiente y no se veía más que verdes y marrones a la redonda. Corría un viento denso, que hacía sonar unas campanillas a la distancia. Sacudió la cabeza y se encaminó de vuelta al ascensor. Allí seguía, incrustado entre dos árboles enormes y tronco nudoso.
   Ingresó en el cubículo y marcó su piso. Subió con una velocidad que le encogió el estómago y salió a los trompicones apenas se detuvo. Sin pensarlo, llamó al otro ascensor.
   El viaje hasta planta baja fue aburridamente rutinario. Fuera, en el palier, el encargado regaba las plantas de los macetones de la entrada.
   ―Buenos días.
   ―Eh…, sí ―dijo ella y miró en torno―… buenos días.
   Se apresuró a salir del edificio. El sol de la mañana ya arreciaba, pero la sorprendió una leve brisa, que traía un sonido a campanillas .
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