Ayer, mi hija mayor, menstruó por primera vez.
Ayer, para ella, fue un día de fiesta, de alegría e ilusión.
Ya la esperaba, y lo hacía con cierta impaciencia, y sobre todo, con la ilusión de la incertidumbre.
Para nuestra familia también fue un día feliz. No por el hecho en sí. Sino por verla a ella tan emocionada. Verla de esa manera me garantiza que se quiere, que se acepta y que vivirá su sexualidad femenina de manera saludable y sin tabúes. No sentirá calambres, no sentirá molestias que le impidan nada. No estará pendiente de olores o fugas, porque no le importarán los olores o las fugas.
Sabe que no es una mujer, así que la regla no es una presión. Más bien lo vive como una iniciación; es un largo camino ser mujer, y ahora está empezando el camino de aprender a serlo.
Yo creía que lo estábamos haciendo genial. Pero no contábamos con el resto de la humanidad, con que ella iría al cole y lo que vivió como una fiesta, se iba a convertir en todo lo contrario.
Llegó al colegio y le contó a su mejor amiga la gran noticia de su cuerpo. Y se encontró con el espejo de una sociedad entera.
Su amiga no ha querido acercarse a ella en todo el día, porque la regla le da asco. Le da asco el olor, un olor que no ha percibido pero del que está segura. Le da asco el cuerpo de su amiga menstruando.
El Asco.
Le he dicho a mi hija qué le parece si le regalamos el maravilloso libro de May Serrano, Mamá me ha venido la regla. Pero ella, con muy buen tino, me ha dicho que alguien que siente esas cosas probablemente viene de una familia, de un entorno, que le ha hecho sentir esas cosas, y que probablemente no le permitan leer el libro.
No lo sé, probablemente tenga razón.
Ya hace unos meses tuve que escuchar a las mujeres de una parte de la familia cómo le decían a mi hija y a una prima suya de su misma edad, que no tuvieran prisa
por “ser mujeres”, que es mucho mejor ser niñas siempre, y que ellas, si hubieran podido elegir, hubieran elegido la niñez eterna.
El Asco nos ha acompañado siempre: el Asco a nuestro cuerpo menstruante, el Asco al olor del sexo saliendo entre nuestras piernas, el Asco a un desecho que no lo es, el Asco a la sangre.
Una sangre que es tratada como un desperdicio, como heces, no como lo que podría haber sido una placenta nutriente, no como la muestra de la mater nutricia que es nuestra matriz. Una sangre que da Asco.
Y yo me planteo: ¿por qué
nos empeñamos en perpetuar el Asco?
Esa niña, esa amiga de mi hija, vivirá la mitad de su vida sintiendo Asco. Porque ahora puede separarse del cuerpo que menstrúa, porque no es el suyo, pero dentro de unos meses, cuando el útero que sangre sea que el que habita en su vientre, ¿cómo se separará de él?
El Asco es el re
¿Qué hago entonces?sponsable del dolor, porque es el responsable de que nos queramos separar de nosotras mismas, el responsable de que queramos herirnos durante la mitad de nuestra vida para no ser el ser que nos da Asco. Pero es así, porque es lo que nos acompaña una semana de cada cuatro.
¿Le digo a mi hija que le dé pena esa niña? ¿Le digo que hable con ella?
Lo único que sé es que me alegro de que el Asco no habite en ella. Y espero que nadie lo plante en su vientre.